La rosquilla es el símbolo por excelencia de las tradiciones de Pascua. Se ofrecían a los Santos, se regalaban, se pedían, se bailaban, se rodaban…

La elaboración de estas rosquillas, llamadas también de palo, cantero o de topán; tenía lugar en Cuaresma y duraba varios días. El primer día por la mañana las mujeres preparaban la masa, que constaba básicamente de huevos, harina, manteca de cerdo, azúcar, anises, aguardiente, canela y zumo de limón y naranja. Por la tarde-noche, cuando los hombres volvían de las tareas del campo, ayudaban a ‘bregar’ la masa, pasándola repetidas veces por el cilindro o briega, y se daba forma a las rosquillas. A los chiquillos, mientras tanto, nos tenían entretenidos con un trozo de masa, al que manoseábamos, dándole forma de pajarito o lagarto y que de tanto manipularlo acababa con un color grisáceo, que contrastaba con la masa blanquecina de las rosquillas.

A la mañana siguiente, se ponía a cocer en un caldero, o cazuela grandeagua con unos saquitos de anises y se ‘sancochaban’ o ‘sancocían’ (así se le llama a esta forma leve de cocción). Las rosquillas bajaban al fondo del caldero y cuando subían a flote se sacaban con un palo que tenía una punta en el extremo; se dejaban enfriar, se hacían unos cortes (que luego en el horno abrían al cocer) y se bañaban con clara de huevo, para darles el brillo característico.

Por la tarde, se preparaba el horno, se calentaba con piñas y ‘haces de ramera’ (ramas de pino secas) hasta que los ladrillos del horno se tornaban de un color blanquecino; después, con el ‘hurgonero’ (palo largo con un hierro curvado en la punta) se recogían las brasas barriéndolas con el ‘barrendero’ y colocándolas en un lateral.

El lunes de Pascua, los chiquillos íbamos a recoger la rosquilla en casa de los padrinos y volvíamos a casa con ella colocada en la muñeca a modo de pulsera y como símbolo de buena suerte

Para comprobar la temperatura se metían cáscaras de huevo blancas y se tapaba el horno durante cinco minutos. Cuando se abría, si las cáscaras estaban quemadas, había que enfriar el horno con las ‘bragas’ (trapos mojados atados en la punta de un palo largo o varanguel). Se repetía la misma operación hasta que las cáscaras de huevo se veían de color dorado, señal de que el horno estaba listo. Entonces se colocaban las latas con las rosquillas en el interior, se cerraba y la encargada de hornearlas se santiguaba, y mirando hacia la boca del horno dibujaba una cruz en el aire diciendo:

-“Dios te crezca y te florezca y te libre de las manos de una puerca”.

Cuando volvían a abrir el horno y se veían las rosquillas abiertas y doradas por la clara de huevo, ¡eso era gloria bendita!

Se dejaban enfriar y se guardaban después en cestos, donde se envolvían con sábanas blancas. Unos días después se decoraban con azúcar, que se molía con una botella a modo de rodillo, y se batía con clara de huevo y limón para hacer el glaseado. Luego se pintaba con una rama fina de sarmiento y una vez secas, se guardaban y se ponían a buen recaudo, porque estaba prohibido comerlas antes de Pascua y esto avivaba la intriga y la curiosidad de la chiquillería por buscar el tesoro escondido y picotear algún cantero en época prohibida.

Hoy en día, muchos hornos de leña han desaparecido y ya no se hacen estas tareas en las casas, pero siguen realizándolas a la manera tradicional algunos comercios; en mi zona, por ejemplo, la panadería Vacmar, de Fuentepelayo, que regenta Casti Vaca y puedo dar fe de la exquisitez con que cada año me devuelve los sabores de mi infancia.

El día cumbre de exhibición de éste dulce era el Lunes de Pascua, que antiguamente era festivo. En este día se subastaban las rosquillas ofrecidas a los Santos de la iglesia. Entre ellas, destacaba la manga de rosquillas, elaborada por la mayordoma (mujer del mayordomo; ya que en la Cofradía todos los cargos eran masculinos); así se hacía en mi pueblo, Pinarnegrillo, que es el caso que mejor conozco. La manga consiste en un adorno de tela que, sobre unos aros y con forma de cilindro acabado en cono, cubre parte de la vara de la cruz de algunas parroquias. Esta se forraba con una tela o sabanilla a la que se cosían rosquillas, naranjas y limones. En el remate, debajo de la cruz, se colocaban tres rosquillas, dos naranjas y dos limones, que iban destinadas al llevador o llevadores de la manga, que procesionaban en el ‘Encuentro’ con la comitiva que acompañaba a la Virgen del Rosario. La elaboración y el gasto resultaban costosísimos para la familia del mayordomo que se encargaba de hacer y decorar las rosquillas; adornar la manga y en muchos casos ofrecer dinero y quedarse con la ofrenda por falta de postores. La subasta se pregonaba al grito de:

¡¡Rosquillas, naranjas, limones de Nuestra Señora, ¿quién hace mejora?!!

Las fotos que adjunto corresponden a principios de los 90, en un año en que en una ocasión excepcional se reinstauró el ritual.

Se pujaba también por las rosquillas ofrecidas al resto de los Santos, de menor cuantía y colocadas en cestas en cada uno de sus respectivos altares.

La tarde del lunes, que era día festivo, los mozos ajustaban en la taberna el vino que consideraban que iban a beber y allí se comían las rosquillas entre cantos y bromas; algunas veces criticando a las mozas, según la rosquilla que les habían dado

Las imágenes que procesionan, aún hoy en día, en muchos de nuestros pueblos son la Virgen del Rosario y el Niño de la Bola. En muchas localidades, como me contaron en Vallelado, la imagen de la Virgen salía en la procesión con una rosquilla en la mano del niño, de igual modo sucede en Turégano. Además son muchas las referencias a la ofrenda de rosquillas en las procesiones del ‘Encuentro’, encontradas en libros de cofradías de la provincia, según recoge Fuencisla Álvarez en su libro ‘Danza y Rito en la provincia de Segovia’, y documentadas, al menos, desde el siglo XVII.

El domingo de Pascua, también aparecían en las fachadas de las casas, que estaban recién encaladas, una decoración de círculos, pintados con la hierba fresca de la rociada de la mañana, y que se denominaban ‘rosquillas’. Nadie se atribuía la autoría de esta fechoría; unos acusaban a los mozos, que iban a tocar las campanas a media noche y celebraban con alegría y alborozo el final de la triste Semana Santa:

“Levántate, sacristán
Levántate, perezoso
Que ha resucitado Dios
La alegría de los mozos”
(copla recogida en Bercimuel)

Y los muchachos, a su vez, echaban la culpa a las mujeres que, de madrugada, iban a rezar el calvario a la ermita y volvían anunciando la mañana de Pascua.

El Lunes de Pascua, los chiquillos íbamos a recoger la rosquilla en casa de los padrinos y volvíamos a casa con ella colocada en la muñeca a modo de pulsera y como símbolo de buena suerte. Hasta los años 30, las niñas sólo tenían madrina, que representaba a la madre, ya que ésta no podía asistir al bautizo. Sólo los varones tenían padrino y madrina, que generalmente, serían luego los padrinos de boda.

Otras costumbres, entre la chiquillería, que aún se conservan en algunos pueblos de la provincia, eran rodar estos símbolos pascuales; rosquillas, naranjas y huevos (cocidos y teñidos con rubia) y comerlos después. Costumbres difíciles de mantener en nuestro mundo rural, cada vez más desgarrado por la despoblación; y que es necesario conservar y transmitir; y que los pueblos conozcan sus tradiciones y no busquen o tomen prestadas costumbres, cuando disponemos de un patrimonio inmaterial tan rico.

Los mozos también recorrían el pueblo el lunes por la mañana, recogiendo las rosquillas en casa de las mozas, portando varas o garrotas donde las ensartaban. El día anterior, primer día de Pascua y primer día de baile, no había moza que se quedase sin bailar, ese día sacaban a todas, esperando al día siguiente recibir rosquilla de cada una de ellas, y las mozas quedaban advertidas de que si no daban la rosquilla a los mozos, ninguno las sacaría a bailar o las rondaría; o peor aún, le ‘sacarían cantares’ malsonantes en la ronda o le pondrían de enramada a la ventana la calavera de algún animal, o algún cardo seco.

Adjunto una foto de Lastras de Cuellar, de este día, y esta costumbre, que me parece muy representativa y que se muestra en el libro ‘Lastras de Cuellar, historia de un pueblo y sus gentes’, editado por Enrique del Barrio.

Como los mozos llevaban también instrumentos de ronda, guitarra, botella, almirez…, en algunas casas les pedían que cantaran y bailaran; como reza la copla, aprendida de Laura López Fraile, natural de Vallelado;

“Si me das la rosquilla
De buena gana,
Echaremos un baile
Por la mañana”

La tarde del lunes, que era día festivo, los mozos ajustaban en la taberna el vino que consideraban que iban a beber y allí se comían las rosquillas entre cantos y bromas; algunas veces criticando a las mozas, según la rosquilla que les habían dado. Lamentablemente la mayoría de las coplas que nos han llegado no son alabando las virtudes de las rosquillas, sino todo lo contrario y en muchos casos manifestando algún enfado con alguna moza en concreto. Estas dos coplas que cito a continuación están cantadas a modo de despedida de ronda, canto melismático, muy típico de la zona de Cuellar y Tierra de Pinares, recogida en Megeces (Valladolid) al tío Parrina, por Paco Díez y Salvador Cacho:

“La rosquilla está en el arca
La enramada en la ribera
Si no das vuelta a la llave
No corta la podadera”
“La rosquilla que me diste
La amasaste con el culo
La enramada que te ponga
La calavera de un burro”

O estas otras, recogidas por Pablo Zamarrón en el Carracillo:

“La rosquilla que me diste
No la pude terminar
Se la eché a la vaca roja
Y la pisó en el corral”

“La rosquilla que me diste
No tiene sal ni manteca,
La enramada que te puse
Era de una zarza seca.”

“Allá va la despedida
La que echó Cristo a los pollos
Si no nos das la rosquilla
Que te lleven los demonios.”