CARTAS A HELEN MI HIJA INGLESA
TÚ TODA REINA. ALL QUEEN HELÉN
Por Antonio Parra
PRÓLOGO
Tengo 79 años me han diagnosticado cáncer de próstata.
Se amontonan en mi alma las desesperanzas y remordimientos. Me inunda el
sentido de culpa por esta hija que abandoné y a una madre a la que maltraté.
Con los pies en el estribo de la eternidad querría haber escrito un treno de
Jeremías pero me ha salido una novela personal en forma de sátira que tiene que
ver con la situación casi esperpéntica que vive el mundo. Sin embargo, dentro
de estas páginas creo haber hecho latir la clemencia divina indulgente con el
pecado. También creo haber conseguido denunciar la sórdida persecución padecida
por los inconformistas con este régimen. Se nos tacha de colaboracionistas, yo
fui un periodista de Franco, alcanzando la cumbre de los puestos más deseados
en la profesión: las corresponsalías en Londres y en Nueva York. Que me quiten
lo bailado. Viva España. He tratado de dar a este relato un aire musical
siguiendo las pautas de los neumas del canto gregoriano o los troparios
bizantinos, tan alejados del politiqueo vaticanista. Buen novelar es mirar
hacia adentro. Encuentro en mi dintorno un nosequé misterioso y místico. Cristo
es otra cosa y nada tiene que ver con papas desafortunados de la gran apostasía
que constituye una procesión blasfema que amucha gente de mi generación es
piedra de escándalo. Tampoco conseguí tratar con mi hija inglesa y me duele en el alma, seguramente fue por mi
causa. Sufrí mucho y me quedaron lacras y desinencias anímicas, como
inseguridad y la adicción al alcohol. Jesús me ayudó a sobrellevar la cruz de
mis desdichas y pechar con la calumnia y la incomprensión, pero never mind que dicen los ingleses o nichevó que dicen los rusos. Espero que
éste no sea mi último libro. Confio en la providencia que nunca me dio de mano
y en la ciencia del querido doctor Reina urólogo onubense.
Dedicatoria
Al equipo de urología, en especial al Doctor Reina y a la doctora
Zapata oncóloga, y a las cirujanas que me operaron en el Hospital Puerta de
Hierro. Gracias a ella he conseguido superar la anuria de la que estuve
aquejado durante medio año y ahora orino normalmente
I
A él le tocó poner colofón al segundo millar de aquella
civilización y cuando cayese la bola del reloj de Gobernación declarar
oficialmente abierto el siglo XXI. Era un hombre de gestos abúlicos, un
arribista y un patricio del dinero. Podía llamarse Koch, Calle, o Patroclo. El
burgomaestre de aquel mandato tenía un nombre muy botánico y su
ascendencia hortelana revelaba un origen oscuro, nada de preclaras exquisiteces
ni linajes godos. Llamábase Frutos Cohombro Peraleno (no lo quisieron apellidar
Pepino por lo demás), pero viéndole en las procesiones del sacramento,
ostentando su vara pulimentada con herretes amarillos en la contera, cómo
miraba, el aire altanero, para el concurso desde la terna de autoridades,
escoltado a dos flancos por los gonfalonieros de pelucas empolvadas,
o por los maceros de gesto solemne y funcional, entre el obispo y el
jefe de la guardia urbana, parecía recién caído de un guindo. Muy en
su papel y saboreando las auras. El viento de Nix Rasilis, el que azota las
cambroneras y los retamares que la circundan en una verdadera corona de
lemnisco que brota en las parameras, donde crece el esparto, llamazares y
margas que fueron campos pero donde ya la mies no se siega, sólo se especula
con la tierra y los huertos y llosas donde se plantaron
higuerales habían de morir para dejar sitio a los bloques de pisos
en colmena, que todo el país vivía en la plena borrachera, cuando quebró la
bolsa, de la cupiditas aedificandi, porque había que colocar los
ahorros en sitio seguro y vengan pisos y más piso, oye. Importaron mano de obra
barata del Perú. Por todas partes de Nix Rasilis, peruleros. De Rumania, de
Bulgaria, y de otros países del este. De Marruecos. Era un dogal de
campos purísimos que se socarran al agosto y tiritan bajo el helor algente de
las noches de febrero, es un aire tan sutil que tumba a un hombre y no apaga el
candil. Fue tierra de moros a los que atrajo y sigue atrayendo su castillo
famoso. Algunos incautos alegaban toponimias equivocadas. Sacando un poco las
cosas de quicio, como viene ser costumbre de últimas, en esta patria nuestra
descepada. Y no es Magerit sino Matritum, esto es: Matri
Templum. Templo a la Madre. Desde los romanos por estos pagos se
honró a la virginidad de Minerva. Pero los muy ladinos les ibas con estas papeletas
y no hacían caso. La cultura era otra cosa desde que Picasso se puso a tapizar
los muros de mamarrachos. Noté que habíamos perdido. Portaba el círculo en los
zancos. Era un haz de luz surtiendo el foco de un iluminado concepto. Se nos
había echado la noche encima y había que buscar antorcha. Había un ciego de
gota serena pidiendo a la puerta de una iglesia y era la imagen judicante del
verdadero pantocrátor. Vaciaba confidencias y cantaba aspérrimos romances. El
tiempo se cerró en agua y había sus descargas pluviométricas. La lluvia
charolaba los bordillos con lo que las calles de Nix Rasilis cobraron un
aspecto fantástico a tiempo parcial. Y San Isidro Labrador alza la pata y se
caga en todos. Dios, olla y Nix. A él hemos todos de ir, que es la mar del
morir. Esa ecuórea superficie que nos acabará zampando a todos. Los
eslóganes publicitarios siempre serán vulgares pero eficaces. Nos llaman los
gatos porque trepamos la muralla con la agilidad propia de este felino, aunque
esto, a estas alturas del siglo futuro, anda muy revuelto y manga por hombro
con tanto forastero que llega a hacer las hesperias. Volverá la ciudad a ser
castillo moro, o una sucursal de Pekín. De todas las maneras, a lo que más se
parece este cajón de zapatos, capital de los reinos de sus majestades, Gaón y
Leda, es a un rompeolas del Rif, varadero de todos los indocumentados que
cruzan la mar tirrena a bordo de fustas, saetías, pateras, fuerabordas,
catamaranes, y todo el cabotaje agareno de Berbería. Ya sé que nos llamarán
xenófobos por designar a las cosas por su nombre, pero esa es la realidad pura
y dura. Serán temibles las consecuencias de la operación Alforza, un eufemismo
que esconde las verdaderas intenciones de una invasión callada de Hesperia, mi
país, decretadas desde los altos despachos de Sede Baldeo, uno de los tronos
del poder grande donde tiene su silla curul, una de las visibles, el Consejo
supremo, el que ordena desperdigar sus manípulos periodísticos y el lábaro de
las nuevas legiones y testudos, mientras sus submarinos atómicos bojan las
costas periféricas y las fragatas de la sexta Flota hacen la aguada, y para
colmo tienen el terrorismo de los puños y las pistolas vizcaitarras, y el de
las conciencias, para disparar desde las emisoras propias propalando mentiras
en las treinta y dos direcciones de la rosa de los vientos; no tienen, pues,
que molestarse, ca atacan en horda pero sin disparar una saeta, sin un mal
golpe de ariete contra las puertas de la ciudad sitiada a la que minan y
desbaratan, sembrando el desasosiego en los adentros, esparciendo la cizaña de
la rebelión en el seno de las familias (lo de poner una manzana en manos de las
hijas Eva es treta antigua, que nada nuevo han inventado las feministas, ya
utilizada por aquel al que llaman los exorcistas el Callidus con sus retintos
cabellos, que quiere decir el astuto, el práctico y con experiencia, más por
viejo que por diablo; no inventan nada, pero venden la mercancía por novedosa),
o colocando entre las líneas enemigas ingenios de cartón piedra que son reclamo
de incautos, y toda esa calderilla de la red de redes, con la que se proponen
no ya meramente entretener aprovechando, sino informar desinformando. El lema
era café para todos, pero previamente lo habían maltado con los polvos finos de
la querencia rosa y los figurantes de la prensa de la rabadilla y la región
anal. Había que absorber, consumir, gastar. Van al anzuelo como truchas al
cebo, y abejas al apiarium, panal de rica miel, caen en el garlito
y se les engaña como ya engañaron a los troyanos con el famoso caballo
teucro. Nos hemos quedado sin morueco. Por si esto no bastase, han
inventado a Freud para mandar a todos los santos al manicomio.
Se celebraba un alarde militar por las calles
céntricas en loor de la Patrona.
-Ese lo mismo que para el verano acaba por dar
ciruelas claudias. Lleva andares de majestad. Parece que ha nacido para ir
siempre en la procesión.
Hablaban del primer edil.
-Unos ensillan y otros cabalgan.
-Buena frase, jefe. Choque esos cinco.
Este exabrupto lo pronunció un hombrecillo
insignificante, los brazos péndulos, las piernas algo cortas, alto de caderas,
ancho de rodillas, el rostro alongado, malos dientes, boca ardiente, pies
planos, labios sensuales, y dolicocéfalo. De un tiempo a aquella parte le
dolían algo los cuadriles. No andaba bien de las cañerías. El pabellón craneal
haciendo bóveda ojival que daba la sensación de llevar encima, ovalada, una
cabeza de pato. Sus enemigos políticos le habían puesto por mote cabeza
de garbanzo, pues era un poco cicerón. Como se estaba quedando calvo, se
hacía más patente esa carencia natural de miembros desproporcionado, algo
estevado de hombros puesto que tuvo infancia difícil y fue niño despreciado,
ancho por abajo y estrecho hacia arriba. Su nariz era carnosa y potente, a la vasca.
Le crecía bajo el mentón la magra de la papada, pero no le habían aflorado
todavía perigallos a la sotabarba en su mamola algo caída y tirante como la de
los viejos. Su molledo se alargaba hasta tener por remate la alcuza o el
pitorro de un embudo. Era aquella particularidad heredada de su pobre padre lo
que más le enojaba de su persona, pero los genes son los genes, amigo
mío. Entre los suyos había una tendencia al prognatismo, pero esa mamola
en espolón, a causa de sus carnes, aun no se le notaba. Mirándose al espejo
enhoramala, reparaba en que no podía poner en práctica las chulas consignas
programáticas de la nueva era de amarse a sí mismo por encima de todas las
cosas, de rendir culto al cuerpo, profesando una sola religión, la de la
juventud eterna, que se habían puesto a pedir peras al olmo los charlatanes
predicadores de la modernidad y ya no hablaban de la conquista de la vida
eterna o de las penas infernales, sino del Dorado, vivir mil años, destruir a
la muerte, curar el cáncer, la piorrea y la impotencia masculina. Más viagra.
Dale que dale, venga pastillas mágicas. Él sentíase viejo y se
odiaba a sí mismo, y no es que no amase a sus semejantes, como esperaba, es que
estos no correspondían a sus halagos. Ni falta tampoco que hace. Sería bueno
que te apuntases a un gimnasio a ver si te baja la panza. (Hombre, ya; un poco tarde a estas alturas,) ¿No te parece? A veces pensaba que Cristo al proponer
esa fórmula de redención, desconocía a la condición humana, o no se había dado
una vuelta antes de resucitar por Nix Rasilis, antes de darnos el
mandamiento nuevo. Si el redentor hubiera experimentado el odio de aquella
madre que él tenía, un odio rancio, plagado de prejuicios, ignorancia y de
desprecio, a lo mejor no hubiese prescrito tal fórmula de entendimiento.
Durante más de cincuenta años de su vida había tratado de ponerla en práctica,
cosechando sólo fracasos, desabrimientos. Hasta conseguía que le dijesen que
estaba grillado. Demasiadas telarañas, pero la intervención materna
o las leyes de Mendelsohn tenían solamente culpa de una cuarta parte de aquel
destino. El resto se lo había labrado él solito. No, con esa inocencia no se
puede ir descuidado por la vida. Te comen. Así que, consciente a carta cabal de
haber nacido en tierra de rencores, como decía Unamuno, sin poder llegar a
decirse que aborrecía a su prójimo, estaba siempre en guardia contra los
gariteros que detrás del sollado atresnalan la soberbia, el desacato a la
norma, los bajos instintos. Los donilleros del gran visir pueden hacerse
presentes en carne mortal en cualquier momento. Y siempre que alguno habrá que
se apunte a hacerles momos o a reírles la gracia.
-! Cómo está el
paño!
-Sí, señor, pero el limiste lo siguen haciendo todavía
en Segovia. Lo que mueve la vida es la ley del Talión. Sólo te tendrán en
consideración si pegas palos. El que me la hace la paga. Beldar agravios,
reclamar cuentas pendientes, querellarse con tu vecino y llevarle a los
tribunales de Móstoles, sentarlo en un banquillo ante una jueza, para que se le
caiga la cara de vergüenza, entona.
-Hay que volver la otra mejilla Gnadio.
-Pero tú ¿qué dices, Agapita? ¿Estás modorra o
qué?
Sus ojos eran inteligentes, pero se le habían
quedado pachones de tanto leer, así como las vértebras de la espalda. De ellos
emanaba una fuerza especial que compensaba la debilidad de su carcasa. Ese
fuego como el de un aura lo comunicaba a sus oyentes. Por eso le habían dicho
más de una vez: Tú, Verumtamen, tienes un no sé qué. Una gracia, un poder,
y la verdad era que lo tenía.
Él entonces se ponía muy serio y mostraba sus manos
ungidas.
-Soy sacerdote. Sacerdote
según Melquisedec, administrador de la paciencia de Dios. Traigo en
las palmas el crisma con que me ungió mi obispo.
- Productos tósigos.
-Deja de atosigarme con tus advertencias. Ya lo sé, no
me lo repitas más. Estoy un poco loco.
-Tú estás igual que todos.
Y esto no era ninguna broma. Había sido cura durante
un año en una parroquia del Este de Londres. Fue ordenado in sacris por un tal
monseñor Callaghan al cabo de una peripecia larga de explicar y después de
haber sido expulsado de varios seminarios de la Galia y de su diócesis en
Hesperia. Se había casado tres veces. Había sido profesor en Oxford,
corredor de Bolsa, camarero, cohen en un lupanar de la Armbruststrasse
berlinesa, jefe de imagen de un afamado político, periodista francotirador,
fotógrafo, correveidile de un mandamás, perista, y aprendiz de poeta.
Pero, aparcados sus proyectos de grandeza y algo caprichoso el destino, aunque
brillante en sus revesas y contragolpes para con él, lo iban echando poco a
poco de todas las partes. Así y todo, no se daba por vencido. Todavía me queda
mucho tiempo por delante. Ahora se dedicaba a la venta de libros de lance por
esas calles de Dios, frecuentador de los hospicios y de los
comedores de auxilio social, un hombre al agua, que llevaban hacia el desagüe
los imbornales de aquella ciudad petrificada. Uno más.
-Volverás a región. Ese es tu hado fatídico.
-! Toma ya. A
esa parte iremos todos como buenos compañeros.
El caballo de un coracero se detuvo justo al
lado de la carroza de la Imagen Soberana, y, abriéndose de ancas, encorvando un
poco el lomo, se puso a exonerar la vejiga; luego, lo otro. Vino un barrendero
armado de escoba y badil y se llevó las boñigas que el noble bruto tuvo a bien
excretar a hora tan intempestiva. Y como la cosa más
normal del mundo a los efectos de su puntual reloj biológico, se hizo mayores
mirando para el tendido. Esto de cagarse los équidos en medio de la procesión
viene a ser como una rebaja impuesta por los imperativos inapelables de la
sangre a esos humos jerárquicos y a esa necia pretensión nuestra de
trascendencia y de solemnidad. Por eso se dice de los hombres que van bien de
la tripa cagalar lo de jiñas igual que
ganado caballar y como come el mulo así caga el
culo con perdón. El percherón quería ponerles los dientes largos a tanto
enfermo de estreñimiento como habitaba en Nix Rasilis. Había muchos en aquella
ciudad. No había más que mirarle a algunos de los barzoneaban bajo el sol de
primavera a la cara. Era una yegua gateada, de alto borrén, fina de agujas, de
raza árabe, buena montura para un alabardero, tan pronto hacía corbetas o
caracoleaba con elegantes evoluciones en diagonal por la calzada como se
arrancaba al paso, al trote cochinero o a los cuatro pies; era apta para sacar
a vistas en un alarde religioso como aquel de las tardes de Jueves Santo. Unos
ensillan, y otros cabalgan, pensó otra vez. No se puede estar a la vez en la
procesión y repicando No todos podemos vivir en la plaza, ni caminar detrás del
paso. Al final todo se deshace en ceniza. En ceniza y humo. Tú no has nacido
para ir en la procesión, a ti te tocaría hacer de mirón. No seas gilipuertas.
Unos a la plaza y otros al balcón, a ver si me comprendes. Gnadio Verumtamen
estaba muy mal. Había perdido el sentido del ridículo. La ciudad parecía
nueva, recién planchada, como de fiesta, tenía un aire sacralizado por las
emanaciones de las flores, lirios y azucenas, sobre todo, que atestaban la
carroza del Desprendimiento, a hombros sobre los esforzados y voluntariosos
costaleros. Lo que yo desearía en verdad sería vestirme de nazareno,
arrastrando cadena, con una cruz de doscientas libras en bandolera, al son de
la música, pero, como estoy excomulgado, he de conformarme con ver pasar la
comitiva desde un bordillo. Le tengo ofrecido al Moreno una promesa. Si me
quita de beber, salgo con los cofrades de Puerta del Cielo. No caerá esa breva
ni nos revestiremos mañana de pontifical. Apartarse del vino es una resolución
que has hecho infinidad de veces. Alguna tendrá que ser. Sí, cuando te
entierren. Erifos era un dios violento, el demonio que lo tenía sojuzgado, y,
en cuanto tal, de un carácter venal, avenate, poco sujeto a pronósticos.
Hubiera deseado (lo que más en la vida) haber conseguido ganar el lauro de la
fama, pero las musas, refractarias a su deseo, le habían desde bien pronto
vuelto la espalda. Los enigmas de su pasado pertenecían tan sólo a las
impertinencias de esa divinidad oscura que le parlaba desde la acidez de una
botella. Si todos se alegraban de la llegada de la primavera con sus románticos
y dorados ensueños, a él por único consuelo le quedaban los imponderables
caprichos de su amo. Le era adicto de por vida.
-Alguna vez me rescatará alguno de tus garras, Erifos.
Entonces empezaré a ser libre, sin sentir tu yugo ni el aguijón de los puñales.
-Cástrate, serás por amor a mí un palomo blanco.
Escuchó entonces la voz como una caricia muy baja
acoplada al trajín de la brisa, mientras por toda la campiña sonaba la
estridulación martilleante de los grillos, que se esparcía como un susurro de
rama en el bosque. Aquella llamada era capaz de hacerle enloquecer,
inyectándole hebras de misticismo. Hubiera saltado toda la noche y hubiera
bailado como un derviche hasta exclamar: no puedo más. Sólo se preservarían
aquellos que fuesen en la nave de salvación conducidas por el piloto que empuña
la caña del leme del experto bajel. A los demás cucufatos o sin cogolla pronto
se les daría el finiquito. Estarían condenados a permanecer en su aristocrático
aislamiento. Tocaron a rebato. El señor de la leude convoca a sus merinos. Las
fronteras volvían a ser elásticas y permeables a todo tipo de gente. Nostramo,
maestro de la tolerancia y de las malas artes quería un melting pot. Era el
precio que el mundo tendría que pagar por la erección del gran
Israel. Empieza un tiempo inestable, de correrías y de incursión. Otra vez
la amenaza de los piratas berberiscos. Pero al rey y a la inquisición chitón,
aunque no faltará a estas alturas quien le tiente el vado. Siento ya la llegada
de todo un cortejo. De mayordomos, pajes, maestresalas. Había acudido a ruedas
de iniciados, pero sin demasiado éxito. Erifos era el responsable de que no
madurase en sus propósitos durante mucho tiempo. Las mujeres acababan llamándole "Mariona" Maricón o diciéndole otras cosas feas, pronto se
cansaban de él, extinguido el deseo. Pero vio a algunas que daban señales de
locura y en su embeleso pronunciaban nombres que no eran de este mundo. Una de
bustos muy poderosos le tomó por mesías o enviado del Altísimo y todo su afán
era tener acceso carnal para que le diera un vástago. No cesaba de repetir
aquella frase de "Ha llegado, ya
ha llegado". Él ya habita entre nosotros. Y tuvo tanta congoja dentro que
le resultó de todo punto en aquella ocasión en que Cupido le había sido tan
propicio de consumar el trato torpe. Señales primeras alarmantes del miedo a la
impotencia. Luego estaba aquel picor que enrojecía sus partes blandas. Llegó al
convencido de acabar convirtiéndose en un palomo cojo, en lugar de sus
pretensiones a alcanzar el grado de palomo blanco, precisamente a estas alturas
de la misa, cuando ya, perdido la libido, fracasaba en todas sus aproximaciones
a hembra; algo le funcionaba mal, las partes elásticas no se estiraban. En las
plantas de los pies también surgió el sospechoso enrojecimiento aliado de un
sarcoma. Lo malo de aquellas tenidas en que se cantaba la llegada del Paráclito
era que todas ellas derivaban en orgías. El fervor religioso de los ungidos
abría la puerta del desenfreno. ¿Es que a los santos ha de estarles todo permitido? Esa era la regla sublime
del pelagianismo, secta española, que los elegidos por mucho que se esfuercen
no podrán hacer agravios al Señor. Hay barra libre y amor a todas horas.
-Ya lo sé. No me hace mucha gracia narrarlo, hermanos,
pero tengan en cuenta que yo únicamente escribo con un propósito vencer al
vicio del tabaco y a Erifos, que es el que más me cuesta. Lo demás me es
indiferente.
-El cuerpo se hunde en el pecado y de esta forma el
alma se purifica.
-!Serán tus
cálculos porcentuales!
-Es mi embriaguez numérica.
-¿No conoces las costumbres de la Parasceve o pascua
judía que en realidad es un préstamo de las costumbres griegas? Parasceve (viernes) es la preparación de la pascua sabatina,
y parasceves eran llamadas las veinte vírgenes que saltaban en las
redolas o aquelarres, donde yacían con los sicofantes. Si después de las
bacantes nacía algún niño al cabo de nueve meses, éste era considerado por
profeta. Por eso el Profeta, que captó onda, oía campanas y no sabía dónde,
ordenó santificar ese quinto día, el de Venus, a sus pupilos. No era tonto que
digamos. Se lo puso fácil a los creyentes y por tal crecieron las huestes
agarenas como las arenas del mar en apenas pocos siglos en detrimento de los
seguidores del Crucificado que tienen más áspero el negocio de la otra vida,
donde, para colmo, se les recompensa con salmos y con liras, santo aburrimiento
y eterna quietud. Nada de manjares ni de huríes. A san Agustín le regalarán con
sus himnos los serafines llevándolo en volandas de un lado para otro pero
le negarán permiso para entrevistarse con lo que más quiso en el mundo: aquella
esclava Nubia. Porque en aquel reino empíreo habrá cesado de todo punto la
llamada del deseo. Lo dijo Cristo: no habrá ni mujer ni marido.
Habían desaparecido las chicas de tarifa; lo de chicas
es un decir porque en aquella hueste de izas y rabizas con más historia en la
villa de Nix, y que se resistían a jubilarse, porque las cantoneras, como el
obispo de Roma, no se jubilan nunca, de su esquina, porque jamás la
prostitución tuviese una aspecto más sucio y desagradable. Entre ellas, las
sufridas jornaleras del amor airado había tres abuelas y una bisabuela.
No perdían el tiempo jubilados ociosos que cobraban el retiro en la capital,
estaban cerradas las puertas del Corte Inglés, no se veía a moros ni a polacos
recostados sobre el alfeizar de las jardineras de los tiestos gigantes del área
peatonal junto a la fuente central, retumbaban los tambores de Calenda. La
escena tenía un aire como muy surrealista. Un policía disfrazado de centurión
romano guardaba la entrada de un edificio de la calle La Cuesta. Velaba la
tumba incierta de los que asesinó aquella bomba yanqui-etarra. Un penacho de
plumas de avestruz coronaba el almete, su galea de hierro fundido de Arabia, y
en la loriga ostentaba las fasces y la bipenna de la divisa de su cohorte, con
una leyenda que ponía en latín: Harolianus comes Longini,
legio póntica, manipulus quatordecim ex Panonia (Soy el centurión Hariolano, acompañante de Longinos,
incardinado en la legión del Ponto, número catorce, oriundo de Hungría). No era
una de esas muchas pictografías obscenas de las que empavesan nuestros muros
sino una epigrafía de innegable valor histórico. Había muchas nubes de
variación diurna aquella noche en el firmamento. Yo me sentía una hormiga a la
entrada de un rascacielos. Iban subiendo por toda la calle faroleros con tanta
prisa como si al día siguiente el profeta Halley fuese a estrellarse contra la
tierra. ¿A qué
tanto azacaneo si todos los días son iguales y el turno de la vida es siempre
idéntico a sí mismo? Por muchas alharacas el mundo seguirá girando
sobre su eje. Le faltaba decir que fue testigo de la muerte de Jesús en la cruz
por todos los pecadores. Sí, la lanza en el costado. Adoramos te, Cristo, y te
bendecimos, que por tu muerte redimiste al mundo.
-Flectamus genua, - gimió un diácono.
-Levantaos- volvió a consignar el preboste y por la
extensa cúpula del cielo de aquella ciudad descreída y un tanto paniguada, pero
que tuvo un pasado muy grande, de sede de la cristiandad, resonó un motete, el
mejor de la polifonía del padre Vitoria. Era exactamente el de Caligaverunt oculi mei. El llanto verdaderamente fue como tierra a nuestros
ojos. Entre la multitud flameaba el penacho de otro centurión: Cornelio al que
Jesús curó a la hija y también estaba Jairo el hombre muy agradecido. Una
mujer, que iba detrás de la Verónica con el sudario en que se estampó un bello
rostro varonil, portaba un arca de plomo guarnecida de rubíes. Caminaba
rozagante con esmero y parsimonia mirando para los lados orgullosa de su
trofeo. La carne sellaba así el pacto de la alianza. Dentro del cristal había
una cosa colorada y carnosa. El prepucio del Señor ¿El auténtico? Sólo Dios lo
sabe pues a los hombres hijos de la mentira su piedad o su interés les
traiciona en estas cosas. Buscan el Grial acaban estampándose contra los
diablos de la red propalando mentiras cálidas en su lenguaje de parveo que me
toca pero son ya muchos trompazos y traspiés en las tinieblas esperanza de mi
vida, amor que tuve y llamó a mi puerta, no has venido, rota ya la promesa, y
viejo y gordo y sin arrimos, acabé en ludibrio de mis enemigos. No te has hecho presente, Alquinnhelén. No se ofreció ocasión de milagros ni se multiplicaron
panes ni peces. Sólo el pan amargo que me da mi mujer. Aunque convengo que en
estas costumbres supersticiosas que nos sorprende en el bajar y subir por la
rúa del pasmo que es pina y con bastantes baches mueven a devoción a los
ignorantes, la grey simple. Dan un poco de belleza y de ilusión en medio del
charco. Buscan el mar de Galilea y la piscina probática y acaban en una playa
de Marbella con poco horizonte donde hacen nudismo las matronas madrileñas y
los recién casados de medio pelo vienen de luna de miel desde el brumoso
Manchester o la atascada Liverpool y se emborrachan con coñac barato. Ya nos
quedan pocos horizontes. Pero Dios te ama. ¿Quién te lo ha dicho? Filaterías por la red. Pláticas y disquisiciones que
no llevan a nada. ¿Cómo lo sabes
tú?
II
Pero mi infancia fue una bella procesión alfombrada de
aroma y pétalos que caían desde los balcones al paso de la custodia
portando el sacramento. Escucho con el oído los himnos de Epifanía. Ahora en la
edad provecta conozco las espinas de aquellas rosas de antaño. La vida ha
pasado factura. Perdió la honda el vaquerillo, madre, y el perdió su senda por
andar a claveles. Se apagaron las lumbreras de JHS. Ya es de noche y se acercan
horas profundas de tinieblas. Suena el gemido en la pared de los lamentos. Dios
nuestro, Dios nuestro, ¿por qué nos
abandonaste? Lo del prepucio era una impostura. Lo mismo que el
portal y el pesebre. La fuente donde la Virgen lavaba sus paños higiénicos que
hoy denominan Tampa. Sólo nos queda el desfiladero por donde quisieron despeñar
al santo de los santos sus propios compatriotas después de un sermón en la
sinagoga pero el cronista nos dice que yendo entre medias de ellos logró
ponerse a salvo. En cierta manera se hizo invisible. Único procedimiento de
salvación para tu padre, Alquinnhelén, que es un perseguido, un topo en su
guarida para los tiempos que corren, amor. Hasta podría demostrar que él fue el
mesías echando la vista atrás y viendo lo que ha sido mi vida que tiene tantos
puntos de contacto con la suya por el lado de la pasión, persecución y
taumaturgia.
Y en aquel momento rechinó la voz atiplada casi de
eunuco de un príncipe de la Iglesia reconviniendo al coro por haber cometido
semejante atrevimiento. La Pasión de Cristo, dijo el gerifalte en italiano,
caía en lo políticamente incorrecto, un hecho tan lamentable como
impresentable, aparte de confuso e incierto. Su parlamento entristeció no poco
a un sacristán de Burgos, quien se limitó a exclamar en medio de la
resignación:
-Vamos, que todo fue una fábula, que nos encariñamos
con el invento, pero en todos estos siglos no hemos estado haciendo otra cosa
que adorar al santo por la peana.
-¿Y vos qué
hacéis aquí?
-Guardar el sepulcro de los Caídos. Porto la entorcha.
-¿Me das fuego?
-Hoy no se fuma. Se ha muerto Dios. No tengo chisquero
Al poco rato, vino un relevo y cambió la guardia. Lo
curioso del caso era que estando allí de centinela un centurión romano, testigo
de la muerte del Señor en Tierra Santa, no merodeasen a su vera los reporteros
ñoños del Canal Metropolitano para hacerle una entrevista. Esos se enteran de
todo. Por lo visto, los milagros ponen muy nervioso al gran jefe y no
interesan. Añafiles y tambores por la calle Igual y Ferreteros sonaban con más
fuerza. Las ratas gringo- etarras, dirigidos por Pólux y Castor con chapela y
de la casa de los Aizgorris (el uno, un leñador que profesó en un convento de
fraile, colgó la sotana, y se metió a agitador de masas, y el otro
un banquero, con conexiones oscuras en el estado de Idaho, que no tenía agallas
para admitir su calvicie y acaudillaba la tropa de insurrectos y de mambises
por los predios várdulos, bien arropado por el oro que manaba por las atarjeas
del Capitolio allá en Sede Baldea, donde se encuentran los libones o
manaderos de toda el agua sucia que corre por las alcantarillas del mundo, una
versión moderna de los campos de Haceldama y de los treinta denarios del Judas)
huían despavoridas al fondo de las cloacas. Mujeres con velo, muy
enlutadas, cubiertas la cara con una gasa, el gesto compungido, con pintas de
señoras del ropero, y ahilando sus trenos de comadres climatéricas
entonaban: Amante Jesús Mío y un orate dando muestras de evidente
regocijo pasaba los callejones, dándose golpes de pecho y no dejando de
repetir con voz opaca: Ya vienen, ya vienen, ya está entrando la fuerza.
Iba siendo hora de que nos liberaran. No era más que un vagabundo, un hijo de
la intemperie, pero ex ore infantium et lactantium...
-¿Por dónde?
-Están en Gamboa.
-¿Y a ti quién
te lo dijo?
-Yo, que lo he visto.
-¿Cuál es tu
nombre?
-Me dicen Sciuta, por ser italiano, como la pasta
boloñesa, pero yo me llamo Nicomedes Alarma para servirle.
-A ver el bando.
-Yo no tengo bando, soy de los buenos.
-¿Quieres decir
la contraseña, Sciuta?
-¿Y te parece
poca tema lo que está pasando? ¿No es signo lo que ven nuestros propios ojos?
Quedó maravillado Verumtamen de la sabiduría de aquel
azotacalles. Y convencidos de que no todos los que dicen Señor,
Señor y Amen, Amén entrarán en el reino, pero lo que más le indignaba en
aquel instante era la falta de decoro de las monturas de los escuadrones
corporativos, cagando espeso en plena calle. Las boñigas descendían desde su
cagalar cárdeno sobre los adoquines con lentitud solemne. Al ver aquella
emanación de excrementos no resultaba difícil imaginarse como caerían las almas
de los condenados en el infierno. Como boñigas a puñados.
- A un papa acaban de llevárselo consigo los corchetes
de Pedro Botero.
-No será ni el primero ni el último, que de ese oficio
están repletas las zahúrdas de Lucifer.
-¿Es que no hay
presupuesto en las arcas municipales para que a los caballos de la escolta de
honor les den un mal astringente con todo lo que roban los de la gorra de
plato? Y ese va con la vara de alcalde ahí tan pancho y tan beato más que
nadie. No hay modo. Para laxante ya tenemos la televisión o las
parrafadas que se marca el bueno de Walabonso Hache Aspirada, que no quiero la
jota que trajeron los moros, y otros periodistas del ramo. Los moros
de la costa seguían arribando en las naves onerarias fletadas por los negreros
de Sede Baldea los que trafican con esperanzas humanas.Don Walabonso, muy
dado a las tercerías, el gallo de aquel corral de alcahuetería de pleno
derecho. Sciuta no se cansaba de anunciarle desastres múltiples.
-Al plato vendrás, arvejo. A todo cerdo le llega su
san Martín.
-Ya ves.
-Ya me dirás.
-Te pongas como te pongas, es así la cosa y veremos en
qué para,
Era la hora de los peregrinantes que querían salvarse.
Se echaban a los caminos por todo bagaje un ejemplar de los evangelios de san
Juan y se dispersaban como la fuerza absoluta del viento que arrastra la fuerza
de la historia a través de todas las rutas. No se consideraban esto vagabundo
marginales de la ley, ni perseguidos por sus ideas políticas sino que iban y
venían porque creían en Cristo redentor. Sus recorridos se llevaban a cabo en
demanda de una verdad suprema. Los castizos nunca se cansan de
protestar. Pero no había que fiarse mucho de esa verborrea, algo corusca y como
hecha para pasar por altoparlante, de los nixrasilianos, donde llevamos siglos
pensando una cosa y diciendo otra. Tiene tendencias adulonas el chulapo. Mucho
cacarear y el chotis no es más que un baile de importación. Se vive hacia el
interior. Nix Rasilis es un saco sin fondo, pero en eso se diferencia poco de
París, de Berlín, Roma o Nueva York. La llegada de los ramiros estaba
cargando el aire de paradojas. Dicen que le sufragan las potencias invisibles.
Ello fue que aquel día de procesión en el que el pueblo devoto (que la
devoción, si da la vuelta a la tortilla, es susceptible de trocarse en furia
desatada, y la multitud en turbas; ay de vosotros si el populacho brama
inducido por los eversores de nuestra tranquilidad, que han iniciado una
revolución en marcha, y los evasores de los dineros públicos que
malogran en la trastienda, los plumíferos venenosos, y los pisaverdes delante
de una cámara veneraban a Nuestra Señora, La Dorada, cuya talla había aparecido
misteriosamente en el resquicio de unos lienzos de muralla que quedaron
indemnes a la piqueta del ensanche y a la debeladora acción de los gabachos, el
personal empezó a darse cuenta de muchas cosas. Don Walabonso no sólo era un
burro de carga, sino también caballo de Troya, dentro, en su panza se ocultaban
agazapados fuerzas de desembarco, ya están los teucros aquí otra vez, con armas
automáticas dotadas de lentes de infrarrojos para la visión nictálope tropas de
asalto nocturno pertrechados con el último grito de la parafernalia. Asistía a
los saraos catecúmenos escoltado por Columba la Currada y lo
retrataban los niños de la prensa rosa y otros seises de la gallofa luciendo su
tonsura de camándula. Podía ir a misa como acudir a una danza de los siete
velos. Se iba quedando calvo ende detrás, por la corona, pero de fraile
tenía muy poco, aunque decían que era Miembro de la Obra. Doña Columba la
Currada le preparaba trajes de adefesio para asistir a los desfiles de la
catasta, las copas de vino español y fiestas de gala. Vista por televisión, la
corte de sus majestades era una fiesta, pero cuando apagábamos el receptor, no
era más que un valle de lágrimas. La tristeza y la depresión afloraban en las
esponjosas confesiones por el móvil a la Escofina Morenaza, que conducía un
programa sólo para miembros de la Tercera Edad por La Voz de la Espiral, que
los castizos habían empezado a llamar Radio Vela Larga Macabra. Allí las
abuelas iban a contar cómo se lo montaban con sus novios después de la guerra
debajo de los chaparros. Se iba al huerto más que ahora. Decía una gorda: a mí
marido es que cuando me toca la mano es que me excito mucho, sabes maja.
Escofina Morenaza aguzaba las orejas como un pertiguero y otra señora amenizaba
la charla. Pues anda que si llega a tocar un poco más abajo, so guarra. Su
éxito de programación se sustanciaba en explotación de los sentimientos por la
mañana; por las tardes, morbo y violencia desangelada y sexo a todas horas. Los
que pudieran, claro es. Aquella ventana iluminada de la Espiral de
Horrores había penetrado en todos los hogares. Se hacía eco de la eversión con
mando a distancia. Era su objetivo que se rindiera el alcázar. Ya en las
mejores familias no se dialogaba.
El Hache Aspirada pronto nos transformaría a los
currinches en jota. Tendríamos que ponernos a correr por la pista de los
diccionarios. Anda. A ver. No podríamos a hacer aquí una etopeya de su
semblante, porque la prosopografía nos conduciría a establecer un parentesco
entre la delicada situación política por la que atravesaba la nación con la
conciencia chirle de aquellos venados. Era la vera efigie del cara dura.
Cualquier día de estos le van a soltar los mansos. Nos pasarán a todos la pluma
por el pico, como es natural.
- Acabarán todos en la cárcel. Ya verás cuando se les
baje. Dudo que nuestros políticos, buena parte del clero y sobre todos nuestros
plumíferos infames y con garras de cuervo, sean personas normales. ¿Por qué no sacará Zeus Mavorte el rayo que los fulmine
para librarnos de tanta canalla? Mírale que repantigado va el muy
cojonudo. Parece un mirlo blanco y tiene ánima de quebrantahuesos. Ordeno y
mando, sí señor. Tú enviaste a la calle a tus verdugos y diste a los
municipales y a los jueces de primera instancia a que llevasen a todos los
vendedores ambulantes a la canasta. Toda una compañía de guindillas me rodeó
impunemente y no pude saltar el cerco. Adiós mis libros, adiós mis estampas. Se
lo llevaron todo, oye. Lo sentí por el icono de la Virgen de Kazán que me había
enviado Asia Safina en una de sus cartas. Monté en cólera y casi me pego con un
guardia. Pero la Grande y Bella consiguió hacer un milagro. Ella está muy por
encima de los funcionarios madrigados, los políticos de relumbrón y mantiene a
raya a las fuerzas oscuras. Si Ella no lo permite ningún guindilla se le subirá
a las barbas, porque aplastará la cabeza de la serpiente. Que no se me ponga
ningún mal alguacil a tiro. Yo les pido a los corchetes por Dios que no me
toquen. Y no me tocaron ni un pelo de la ropa. A mí también me cupo un día la
suerte de sentir la presencia invisible de la Mujer de blanco. No dormí en toda
la noche pensando en el desafuero del que había sido objeto. No dejé de rezar
encorajinado. Madre del amor hermoso, no permitas que se rían de nosotros.
A la madrugada siguiente amaneció un hermoso
día fresquito de mayo. Cogí el primer autobús, que es el mejor
caballo que nos queda a los que somos de infantería y no me fui a pasear; me
fui a reclamar lo que era mío a la casa consistorial, entrando por la puerta
falsa la que hace chaflán con la calle Tirocinio y va a desembocar a la plaza
del Desdén, muchos soportales, tiendas de souvenirs, restaurantes donde te
atracan, y bares con fritangas de calamares a dos pesos el bocata, filatélicos,
alguna tienda de boinas en lo que otrora fueran caballerizas, y en el centro la
estatua ecuestre del gran monarca. Su montura, al no ser
tracción de sangre, sino de bronce fundido en fraguas italianas, no vertía
aguas mayores ante el concurso de los múltiples turistas que a todas horas lo
fotografiaban. La maldición de su padre parecía lanzar latigazos fulminantes
contra el plinto. Temo que me lo gobiernen y los gobernaron como les dio la
gana. Era demasiado pío, demasiado crédulo. Quizá medio tonto. Pero de ellos es
el reino de los cielos porque no responden a la provocación ni dan respuesta de
fuego o espada a los agravios. Los mártires no entran en la gloria por la
puerta falsa. Tienen que trabajarse la entrada. Conseguí mi propósito sólo
a medias, pero no hice mi viaje en vano, ya que si no saqué un alma del
Purgatorio, a Prisciliano Consorcio, alias el Sietecartas, que
era por aquellas fechas hombre de al lado de la Gran Concejala, le dieron un
importante cargo en el Ente. El bueno del muchacho que tenía una caída de ojos
ni siquiera me lo agradeció. Pero de ingratos está el mundo lleno. La Virgen de
La Dorada hizo un milagro, que estos rosarios blancos que yo reparto son una
verdadera bendición. Vamos, hombre, que no hay derecho, que me confisquen a mí
mis estampas y mis rosarios de forma tan aleve. Media Nix Rasilis y casi estoy
por decir que las tres terceras partes de aquel país llamado Istolacia se
dedicaba al estraperlo, a la venta ambulante o trapicheaba con las repúblicas
hermanas. Era la voluntad de Sede Baldea, que no nos quería muy bien, el poner
de rodillas a los nuestros. Estábamos perdiendo áreas de libertad a marchas
forzadas pero ese había sido un poco el destino de los istolacios. Cuando
abrieron los portones de la calle del Desdén y ya estaba yo contraatacando y
haciendo pasillo. Inicié mi contraofensiva celestial, girando los goznes de la
pesada máquina burocrática del Prytaneum Consistorial, pero aquel oscilatorio
movimiento de libración no surtió efecto alguno, camaradas. ! Dios mío, nunca me sentí yo peor!!Mira que caer tan
bajo!: acabar vendiendo estampas poniendo los libros en la acera en espera
de que lleguen compradores! ¿Qué desea? Tal y tal. Eso no es aquí. De una ventanilla me mandaban para
otra. Había una lista de espera de tres kilómetros que aquel zaguán parecía la
cola del Cristo de Medinaceli. Un pirulero al que le habían confiscado un
carromato decía con su melodioso deje transandino:
-A no preocupar, señores, que no nos lo quitan todo.
Sólo el veinticinco por ciento del alijo confiscan.
-Menos mal.
- A lo mejor devuelven algo. Por ejemplo, si se te han
llevado el carro, luego te restituyen las ruedas o las teleras por ejemplo.
-¿Y el motor?
-Motor no llevaba, señor. Yo voy todavía por la
tracción de sangre.
-Hablas, cholito, justo como un personaje de una
telenovela de Vargas Llosa.
-Ese tiene mucho más dinero que un servidor, aunque
viva del cuento.
Más pólizas, más burocracias, más papel de
Estado. Me cisco en el que lo inventara. Pues hazte la cuenta de que fue el
conde duque de Olivares, el que encerró por un mal soneto a todo un
Quevedo en San Marcos, y el San Marcos de entonces no es lo que es ahora, un
hotel de siete estrellas, con una sesión a la semana de frente a frente y
comida a la carta sin un calabozo con mancuerdas, pihuelas y todo. Pues un
autor de Oxford le sube por las nubes. Está visto que para ser historiador y
que a uno le nombren y le den premios hay que llamarse Eliot, chapurrear algo
de castellano y decir que los validos istolacios y los indortes son los
precursores de los primeros ministros británicos. Para surcar esta mar
arbolada, para transfretar el piélago de pasiones hay que ser un azor.
Olvidemos de las cándidas palomas. !Valiente cosa!
-Escríbame un pliego de descargos.
Lo escribí.
-¿Y ahora?
-Se le contestará por escrito y en su día.
- ¿No me devolverán mis pertenencias? Eran iconos, objetos religiosos,
rosarios blancos fluorescentes que irradian una luz tenue de fuego errante en
la oscuridad y que protegen.
-Hable con el alcalde. ¿Es verdad lo que dicen: que ha visto a la Virgen?
-Sí.
-Y ¿era guapa?
-Sí.
- ¿Y lo del fuego fatuo?
-Usted sí que un es fuego fatuo, mi sargento. Sólo le
hace falta la sabana y una cabeza de pulpo para hacer el fantasma.
-¿Tiene poderes
de adivinanza? ¿Lee las cartas
del taró? ¿La guija hizo
a alguien alguna vez?
-Higos tiene la parra del cura. Higos tiene pero no
maduran.
-Déjate de falordias y de pampiroladas y responde
a la demanda. ¿Sufrió su
madre de eso que llaman los galenos agalaxia? ¿Retuvo mientras criaba la leche en las mamilas? ¿Hablaste igual que Mohamed en el vientre de tu madre y
ya en el claustro materno empezaste de repente a cantar lilailas?
-No, señor, que de tetas y de pornografía explicita
estamos ahítos en este país, pero los senos son estériles. Están ahí para
aparentar y para que la Lebruna los luzca cuando canta, y todos estemos
pendientes de su pechera y de ese pródigo canalillo con que la dotó Dios ¿será
todo suyo o los habrá reforzado con ayudas de silicona? y que exhibe en las
galas benéficas a favor de los hambrientos de Eritrea. Por lo demás, en la
maléfica ligadura tampoco creo. Lo que hice fue poner un tenderete en plena
calle, repartir de limosna estampas y rosarios. Eso no es acaptar ni pedir
limosna, ni creo que me apliquen la ley de vagos.
-La venta ambulante la prohíben taxativamente las
ordenanzas municipales.
-Pues yo lo hice sin mala intención. Soy creyente.
-¿Y no le da
vergüenza? Parece mentira de ti, un hombre con dos carreras y que habla cinco
idiomas. Mira que ponerse a vender en plena calle...¿No le da vergüenza? ¿Con dos carreras?- insistía el suboficial, aquejado de
titulitis, uno de los prejuicios sociales y manías de grandeza, secuela del
morbo de los visigodos, más frecuentes y con el que desde niño nos marean,
hasta convertirse en tormento endémico, a causa de los intereses de
casta por estos pagos pecadores, pero colorada es toda
sangre, hidalguillo, adveraba el Caballero de las Espuelas de Oro,
recalcando sus palabras con morbo. Me dieron ganas de liarme la manta a la
cabeza y empezar a romper diplomas. Si no es por la literatura y porque la
utilizo para juntar cargos contra los prevaricadores me vuelvo loco. Palabra.
-Eso exactamente es lo que dice mi señora, pero yo no
la hago caso. Es muy temperamental. Hay días que se pone contra mí como una energúmena,
una Euménide. Yo tengo que morderme la lengua, aserrar los puños y hasta me
acobardo, porque, de súbito, se me suben a las mentes todas las amenazas y
lutos de la crónica negra que cuentan casi regodeándose los frecuentes
asesinatos de mujeres a manos de sus costillas, esas lenguas en forma de tijera
de las cotarreras de los programa insustanciales que garlan sin parar. Sale por
esas boquitas enjalbegadas de maquillaje toda la freza de esta sociedad
faramallera. Quiero apeldarlas, tomar el tole, pero, desde que cayó el muro,
las huidas son a ninguna parte. Lo global ha suprimido la
condición de refugiado político. A lo mejor resulta que soy un terrorista y
vienen a por mí los gendarmes y me pasean en helicóptero. Vagar y vagar como un
vulgar zampalimosnas. De esta manera de las crónicas de sociedad
hemos pasado a las falordias del monte de Afrodita, a los chisguetes de
discoteca y a los polvos de la movida. Bajo el alar de esta masada,
antiguamente denominada Jáquima, la patria mía (el nombre viene del vascuence,
dicen), ya sólo cuecen desdichas y desfalcos. El azote de Dios no tardará en
llegar. Tan infaustos acontecimientos son cantados casi con un cierto
refocilamiento macabro por las gumías del panel informativo. No quisiera, señor
guardia, que mi nombre se viese involucrado en ese estadillo tan frecuente en
nuestros días como lamentable. Soy Verumtamen, latinista, filólogo,
hombre de bien. Mis manos nunca se han manchado de sangre. Y aparte de eso
están ungidas.
-Pues no para de meterles en la mierda- dijo el
comisario mostrándome una larga lista de papeles, registro de mi acostumbrado
paso por comisaria.
Cuando a las gentes les llevan por vez primera al
cuartelillo, a unos les da por llorar, llamando a su mamá, llevarse las manos a
la cabeza o por contar sus hazañas. Al bueno de Gnadio se le soltó la lengua.
Era de estos últimos. De remate, a todo acaba por acostumbrarse uno.
-No se ponga tan dramático.
-La vida es trágica.
-Hombre. Tampoco es eso.
-¿Cómo que no si
la Lupa me trata con el desprecio que toda hembra siente hacia el castrado? La
tengo miedo. No por ella, sino por mí mismo, no vaya a ser capaz de cometer un
acto punible. Sus malos tratos, sus vejámenes me sacan de quicio. Ya sabe,
señoría, que una malcasada es una herramienta de muerte, un infierno portátil.
Y, si un día me calzo con el pie izquierdo, acabaré poniéndome el coturno
de la ira asesina.
-Irá Vuecencia a la cárcel.
-Ya. A la tiorma. A la gefangis,
a la gaol, a las
catacumbas. Mi vida son las cadenas por eso me he aprendido el nombre de cárcel
en todos los idiomas del mundo. Bajo ese signo nefasto me parió el destino.
-En ese caso, puerta. Déjela. Tiene dos carreras,
habla varias lenguas, es hombre de mundo.
-Qué más quisiera yo, señoría. ¿Adónde voy a ir yo a mis años, con estas carnes
partidas, con este dolor de ijada que a veces me llega desde la cintura a la
rabadilla? Amén de eso, se me inflaman con frecuencia los tobillos. Estoy para
pocos trotes. En serio, me causan pavura las noches al raso. Ya no puedo hacer lo
mismo que cuando a los veinte años me fui a París a la aventura cargado con un
macuto de infantería que merqué en una tienda de efectos militares. Se le subía el gallo. Se conoce que al muy cabrito le
estaba yo sacando de las casillas. Se encaró conmigo furioso.
-No me llames señoría, leñe. Yo no soy un juez sólo un
humilde suboficial de la guardia urbana. Esto no es una sala de audiencia, ni
las cortes generales. Compareces ante un guindilla y a lo mejor antes nos hemos
visto las caras. A lo mejor estamos los dos en el mismo barco, pero lo que pasa
es que yo me aguanto, mientras que tú con tus dos licenciaturas a cuestas te
has convertido en un baldón para todos nosotros. El
sargento debía estar obsesionado por esa pasión hacia los titulillos
y diplomas demoledora, (she was a career woman) resabio de las cuentas pendientes de la inquisición y
el forcejeo entre cristianos viejos y nuevos que puso en movimiento nuestra
mentalidad sui géneris encastilladas en los principios de un catolicismo
barroco en el que las máximas evangélicas andan prendidas con alfileres. Al
pobre vagamundos y vendedor ambulante le recordaba un poco a la tozuda de su
madre a la que le gustaba mucho hablar de carreras y de embelecos, y de
licenciaturas con matrícula de honor y toda esa inclinación facultativa de la
que hablamos, no para saber sino para ser más que los demás y para
colocarse. ¿Por qué?
Porque ella quería ser más. Orgullo e casta se llama esa figura o tal vez
simple y pura comodidad, pero nunca jamás afán de progreso. Y todo para acabar
sin oficio ni beneficio
-Vapula (así llamaban a la mujer que me parió), eso no
está bien. Creo que es poco cristiano la forma como tratas a tu hijo. Dios te
castigará. Ya te pasarán la pluma por el pico.
Madre vapula a Verumtamen lo tenía muy aborrecido,
desde niño. Se pasó toda su vida haciéndole la puñeta,
rebajándole ante los ojos de las gentes, y el pobre aguantaba su acción
implacable con mansedumbre y gesto pío. Iba diciendo: "Con madres de esa calaña como la que a mí me ha tocado
en suerte sobran las madrastas" y luego,
sacando el rosario blanco, pasaba los dedos por los abalorios de
nácar. Cuando terminaba se quedaba dormido, y en su letargo, en el
pasmo de la soñarrera, se acercaba a su Madre del Cielo que le había dispensado
todo el cariño y ternura hacia él de los que no fue digna la mujer que le parió
por una de esas carambolas de la biología. Los desengaños y golpes
de su vida le enseñarían que las mujeres amamantan, rompen la vajilla,
recriminan, hacen gorrinadas con quien les pete, atendiendo a la llamada del
deseo, carecen de lógica, son todo tubos de complicadas reacciones químicas,
pero ya lo de querer es mucho más difícil. Es para lo que están hechas.
Verumtamen con los padres medievales se preguntaban si tenían alma las mujeres.
En caso de ser cierto, ésta debía consistir sólo en un orificio. Su conclusión
predilecta al respecto se tasaba de esta forma: "Nos dan de mamar, pero no nos quieren y nos mal
gobiernan. Para ellas nunca dejaremos de ser sólo niños de teta cagones,
llorones, no nos zafaremos nunca de esta maldición de oralidad que nos persigue".
- Yo, señoría, no soy más que un pobre alcohólico, un
autor fracasado. Un dipsómano con las tres letras- divorciado, deprimido,
derrengado-. Pongo mis libros al borde del camino. No pido limosna, pero todos
me pisan y parece que quieren humillarme. Si no me hubiese protegido la Virgen
María, ya me habría muerto. Pertenezco a una orden mendicante en estos tiempos
de derroches, desigualdades e injusticias, que es la de la cultura. Me cago en
la leche, yo pago mis impuestos, y el edil me viene con esas martingalas.
-Repórtese, oiga. Pida audiencia con el alcalde.
Fui a hablar con Cohombro, pero estaba
reunido.
-Entonces pida audiencia con la concejala.
-Uy, esa. A buena parte fuiste a dar. Esa sólo da
mercedes catalanas. Cortesías y buenas palabras. ¿Qué hago?
-Pues, nada. ¿Qué vas a hacer? Pues, nada. Joderse, como está mandado.
Me aplicaron el artículos tantos, barra cuantos de una
ley que no me acuerdo de enjuiciamiento criminal. No me daba por
conforme. Estos tíos no se quedaban con mis rosarios. Había una paloma, la primera de la mañana
columpiándose en la barbilla de bronce de la estatua ecuestre del tercero
de los Felipes, hombre corto de alcances y algo parvo, "Temo que me lo desgobiernen" pero muy devoto y propulsor en Jáquima del culto
a la Purísima concepción, palma sois excelsa, oh virgen triunfadora. Me
tomé un par de cazallas en una bodega que hace esquina a la Plaza de Decanos
con la calle Salsipuedes. Valor, hijo, me dije. Te enfrentas a todo el aparato
administrativo. Do not take a no
for an answer. No te rindas. Qué más quisieran ellos que verte
hecho picadillo Cuélate por la puerta falsa como cuando ibas al campo de
las Margaritas en Getafe y te hiciste amigo del conserje Pirulo que te dejaba
pasar, y así diquelabas a placer. Todos los encuentros gratis. A mí siempre me han parecido todos ellos personajes
dignos de Dostoievski. Muchos de ellos traen mirada de asesinos. Una enorme
estantigua de locos repúblicos se había metido a la procesión a acompañar el
paso. Está claro que lo importante es que te retraten. Chupar cámara, ser caldo
de cultivo del Haronía (revista ilustrada que no ilustre), o
del Matarratos para tarados, pura pornografía mental cuyo redactor jefe es un amigo mío que se
llama Paco, y vender como alcahuetería tu propia carnaza. Cinco millones del
ala por presentar un coñac de marca. Cuando parla Coruña ha de guardar silencio
Puente Deume. He dicho que te calles, Laural. Que te calles tú, alicantinas. Ya
es oficio muy redituable por cierto a la sazón fiscalizar honras y ser
indagador de vidas ajenas, y ahí los tienes a todos y a todas garlando
embelecos por la caja radiante heridos y como traspasados por el rayo de un
cierto fulgor monaguesco, lenguas descosidas. Por la boca muere el
pez. Ahí está esa redola de tíos y tías, brujas con su cofrades,
dándole duro que te pego, igual que las brujas de Monte Pejín, lunes y
martes, miércoles, tres, colocándole chepas a los enemigos, y aguardando a
los jueves que salen las revistas. No paran las lenguas viperinas. Juliano el
Apostata, sentándose en la plataforma rodante de los videoadictos, ha
devuelto las antiguas basílicas a los herejes y los templos de Júpiter al
demonio aunque no pudo devolver según sus pretensiones el de Jerusalén a los
hebreos aquejado por el mal de Babel. Venciste, Galileo. Han instaurado otra
vez el culto al cuerpo, sumidos en los blandos halagos de la carne perversa. Don Frutos y Don Walabonso eran lobos de la misma
camada. Toda la cuadra está con cagalera y el capitán de Dragones lo mismo. Un
húsar se cuadró marcial ante el burgomaestre que se llamaba Cohombro y que
verdaderamente tenía la cara de pepino. Nunca alzaba la voz, hablaba
sibilante expulsando el aire a través de su boca muy pequeña y como
encajonada, sin mover un músculo, sin descomponer el gesto, como aquel
prefecto, un tal don Marciano Monroy que tenía la mano tan larga y que le
propició tantos sopapos cuando eras seminarista. ¿De dónde salió ese cabrón? Creo lo trajeron de
Valladolid. Pero cuanto más callado más temible. Metía unos puros
que aquí te espero. ¿Quién lo iba a
decir con esa cara de rey del pollo frito y de mosquita muerta? Le salía un
tonillo de pito, pero hay que andarse con tiento y no fiarse de las
apariencias, que son tataranietos de los inquisidores. Su mala leche y el mismo
orgullo de tecnócrata habían hecho de su mandato un tiempo eficiente. Nada de
insinuaciones lascivas o revolucionarias aconsejando a sus pupilos el estar al
loro, o cualquier otra ordinariez que se le parezca. Don Frutos Cohombro
Perales no se andaba por las ramas. Había inundado la ciudad de inmobiliario
urbano, había hecho peatonales algunas arterias viarias que estaban muy
congestionadas. Activó los arbitrios municipales de toda índole y la
grúa y el cepo, terror de los conductores, fueron, más que nunca, una amenaza. Sin embargo, la oposición se tomaba a broma los
desvelos del burgomaestre. “Ése no es un cohombro, sino un nabo; no es un peral, es un camueso”. Escuchar tales impugnaciones, a su juicio injustas,
le cabreaba. Había pensado en huir, marcharse al desierto como los conversos, y
encontrar un agujero, una socarrena en la pared, donde meterse allá en el nido
de los silencios. Pero se constreñían las esperanzas. Para tipos
como él no quedaba ni un clavijero. Me da coraje lo que me dicen, oye. Hay que
ver lo injustos que son, pero a cada vaca su cencerro, que decía Salomón. Eso
me suena a colección de cromos. Ése lo tengo repetido. ¿No habrá pasado por aquí la reina de Saba? No, señor.
Su majestad la emperatriz no viene en mi libro y vete tú a saber si en realidad
de verdad siquiera existió. A mí me ocurre lo que al primer munícipe en la
coyuntura del último otoño del milenio, que bebo los vientos por la verde Erín.
III
En Irlanda me amaron y allí fui alguien. Todo lo
contrario que en mi país que para mí tuvo mal fario y es gafe. Cambiaría todo
el oro del mundo por un rincón para dormir en Derry por los alrededores de la
taberna de Sean MaCarthy, que era muy amigo mío allá por los felices años
sesenta. En cada hoja de los robles del jardín de mi barrio veo un ángel
blanco. En aquel tiempo yo iba por los pueblos irlandeses con una guzla y todo
el mundo me creía un fantasma que había brotado del fondo de las aguas del
Canal, trepando por los formidables acantilados de Limerick, que se alzan a
doscientos metros sobre el océano, alma de viejo galeón rescatado de
entre los pecios de la Armada Invencible. Se me escuchaba atentamente y algunas
mozas de pelo encendido y de ojos verdinegros suspiraban de amor por mí.
- Ah The Spaniard! He is nice, isn´t?
Algunas veces depositaban en el cuezo algunas monedas.
No soy un fantasma, ni siquiera el Monstruo de Lago Ness, les decía, sino un
amanuense de la vida que con la aplicación que le permiten sus borracheras y a
intervalos, escribe sobre el aire palabras que son como torres sobre el viento,
que luego se derrumban. Aparentemente carecen de sentido,
pero, luego me las traduce un serafín. Cuando el ángel les da la
vuelta, se transforman a letras de oro y quedan grabadas para siempre en
códices miniados. Hago constante la glosa del Apocalipsis. ¿Tú crees que de literatura contigo pan y cebolla serás
capaz de vivir? decía la voz de la razón yendo a lo positivo y al grano, pero
como yo por aquellos días era un romántico trasquilado no me hacía cargos de
tan saludables advertencias, tenía la cabeza a pájaros, era joven y estaba
enamorado. No es que crea en que esto pueda, ni mucho menos, dar resultado, mas, en
lo que durara...
"Carmina aurum non dabunt"(oros y versos son enemigos), asmaba el clásico y no asmaba mal, porque a
Horacio no se le escapa una, pero me lo paso bomba escribiendo tan pulido y
aseado. Ya he terminado de esta forma varios cantorales. El ángel que me
acompaña dice que son valiosísimos. Es tan bueno y comprensivo este ser
celestial que muchos días, cuando el lúpulo de las tabernas de MaCarthy o de
O´Duffy (todos los chigres de ese país tienen nombres muy líricos, y un arpa
por enseña) se me había subido a la cabeza, se hacía cargo de mi
rabel. Empezaba a tocar solo ante la estupefacción de los viandantes
que no podían dar crédito a sus ojos, aunque Erín sea un país mágico (lean a
Cunqueiro). Caían más monedas al cepillo. Los lirios del campo no se cuidan de
qué comerán o con qué se taparán. Evangélicamente los imito. Me conformo con la
parte alícuota de niebla en mi redondel. La vida no es más que un poco de humo
que se disuelve en el aire. Esto me parece que nos sirve de consuelo a los que
lo pasamos mal en este mundo, pero garantía absoluta nunca tendremos de que
existe un plus ultra no la tenemos. Yo no tengo otro remedio que machacar a Shakespeare: "Life is a tale full of sound
and fury told by an idiot". Esto es: el
ruido, la furia y el tonto del pueblo. A eso se reduce el argumento de esta
paráfrasis absurda. A veces vienen parafrastes hinchando el perro- el que más
ladre, Vargas Llosa y maricón el último- pero todos estos cholitos grafómanos
vienen a decir lo mismo, aunque les den el Cervantes, oiga. Aquí nadie
tiene derecho a estar seguro de nada. Júpiter de vez en cuando me bombardea con
su mirada y envía a Erifos el de los pelos ensortijados y los ojos de avena.
Con sus embustes y haciendo caer sobre la tierra a una lluvia dorada (nada
tiene que ver esto con un anuncio porno en las páginas del Cosmos,
órgano de la desinformación y el desenfreno patrio, ese del que es director
Walamboso Hache Aspirada, amigo del Gran Sobrestante, ese que no da la cara, capullos)
sedujo a la virgen Dánae. En penitencia, el amo de los vientos les puso el
castigo de Sísifo, colocó a Iction en una rueda radiada de serpientes, y a
cambio nos dio contiendas, enfermedades, moscas y plagó la tierra de mujeres.
Ya está visto que hasta los dioses -randy buggers- no son lo que se dice un modelo ejemplar que debamos
imitar los humanos. Empezando por Júpiter, Zeus, el gran dios falso que ha dado
por lo menos el título al verdadero, que como al falso llamamos Deus, y quis
sicut Deus, proclama el arcángel, pues tenía un comportamiento de cretino
machaca arras, digno de aparecer en un programa de tarde con Alicia la Vasta,
esa personalidad mediateca que basa sus morbosas intervenciones televisadas en
preguntar a los españoles que cuantas veces, y cómo y dónde su parienta se la
jugaba, pues Júpiter se lo montó con Alcmena, mandó a su esposo Anfitrión a la
guerra y el muy bellaco la hizo suya en su propio tálamo mediante un engaño, a
los nueves meses nació Hércules. No fue un comportamiento muy razonable que
digan, digamos. Ellos en el Olimpo practican el acoso sexual. Y si esto hacen
los rabadanes, el gañán no se va a quedar cruzado de brazos. A veces escucho
gritos demoledores en el subconsciente. Braman las Euménides, se afanan las
danaides. El tronido de la diosa hace tambalearse a los propios alcázares del
Pentágono.
Papá, ven en tren. No tienes que probar ni una gota de
alcohol, Verumtamen. Eso es veneno para ti. Tienes que combatir con razones las
injurias. Y a ti te han puesto de pus y de sangre. Para sobrevivir tuviste que
hacerte pequeñito y, arrimado a los pasamanos de una tasca, ya no tenías ningún
peligro. Dejaste de ser un enemigo y una amenaza. Si asomas el colodrillo por
entre los resquicios de la tapia, con toda seguridad te cazan. Lo hemos
silenciado. Que coma hierba, que sea un nombre nulo. Su imaginación era un
volcán efervescente.
-Eres un primavera. You think too much.
-Really?
-Pues, sí. Lo mejor en verdad para ser feliz es vivir
y no pensar.
Quedó exhausto y maravillado de su parlamento, pero
cuando cogía carretilla se embalaba. Aunque no era demasiado creyente,
las procesiones no se perdía una. ¡Qué alcalde más figurante, válgame
Dios!
-Dicen que es sevillano fíjate.
-Como el Conde Duque, y por eso aspira a dominar
al mundo.
-Tiene una mujer muy chula de ojos grandes, preciosos
y la cara triste como vaciada en porcelana, que recuerda a la Macarena.
-Pues mira tú por donde a ver si va a ser la misma
-El potro de tu imaginación desbordante ya se va a la
empinada. (¡Qué cosas!)Tú ya sabes a quien me recuerda la señora del
burgomaestre?
-No me lo expliques. Lo conozco. Sé que eres pájaro de
un solo nido. Sólo se ama una vez.
-Marañón sostiene que eso es síntoma de virilidad. Y
que el Tenorio era marica, un impotente que tenía que resarcirse de su
impotencia haciendo cada noche una conquista. Amaba para la galería. En
realidad se amaba a sí mismo tan solo.
-Pues la ciudad se debe de haber llenado de maricas
con arreglo a eso que dice el insigne doctor.
Se puso a recitar unos
versos del drama de Zorrilla:
Yo a los palacios subí; yo a las chozas bajé y en
todas partes dejé memoria infausta de mí.
Don Juan de Mañara, contra lo que piensan muchos,
llevaba dentro de su ampuloso chambergo rozagante de plumas de avestruz. En
realidad de verdad, tan sólo era un ala triste, un mercenario de capa caída,
cañón sin afuste. Pólvora en salvas. Eso les pasa a muchos. Se les ha caído la
carrillera.
-¿Que se le veía
el plumero me quieres decir? Un tenorio con plumas como Doña Bibí?
-Justamente. No en balde llaman a Marañón
el Salomón de nuestra medicina. No se le escapaba una. Para diagnosticar
una enfermedad se fijaba en la configuración de los rostros. Cejas muy juntas,
loco. Frente ancha, inteligencia despierta, pero hombre engañador. Descubrió
las relaciones de la sífilis con la diabetes insípida, y la forma en que le
crece al varón el vello pubiano entre las ingles para determinar los grados de
masculinidad de un sujeto. Si esa mata se desparrama hacia arriba en forma de
vértice, señal de potencia sexual; en cambio, si forma como la base invertida
de un triángulo isósceles, afeminado al canto.
-Ya me estás preocupando, tío.
Había dejado Verumtamen de tener relación con mujeres,
y vivía lejos del baticoleo de la cosa pública, ese poso de amargura que
siembra de inquietud y de tristeza tantas vidas. No es más que la sombra del
instinto reproductivo, el cepo que lleva a hombres y mujeres al garlito. La
castidad que le parecía inconcebible en la juventud le había venido sola. Llegó
a ella sin esfuerzo por un proceso natural. Si tú la dejas un mes, ella te deja
un año. Los gallos habían dejado de cantar en los almiares, el tábano del deseo
había perdido su aguijón y, muerto el perro, se acabó la rabia. Aquella inapetencia
prenunciaba, sin embargo, el gélido sepulcro. Habitaba un cuarto en una
pensión de la calle Marilén y era feliz. Había vuelto a decir misa en latín en
aquel altarcito del aposento que la señora Amelia le había preparado con rosas
de plástico y un mantel muy limpio, sobre el que se alzaba un crucifijo de
calamina y la talla de una Virgen románica que se encontró en una poubelle o pábulo (los franceses son finos y relamidos hasta
bautizar las cisternas y contenedores de la basura con un nombre tan pulcro) de
la calle Lignitos.
-¿Y estas misas
valen, don Gnadio?
-Sí, hija. Como otra cualquiera. Yo soy sacerdote
según la orden de Melquisedec, por mucho que no le guste al obispo.
-¿No será usted
hereje?
-No, hija, no. Que voy a serlo. Pierde cuidado. Cuando
yo consagro hago la eucaristía con tanta validez como el Papa. Otra cosa es que
esta consagración sea lícita.
-Pues consagre bien. Sus misas gustan a la
gente. A las de las otras iglesias no van. Poco a poco tendrán que
ir echando el cierre. Además, este barrio ha dejado de ser cristiano, padre
Gnadio. A Cristo lo dejan solo, adoran al dinero, y tienen por sacerdotisa a
Hécuba Piños, la que oficia todas las mañana ante el ara de Afrodita.
-¿Y esa quién
es?
-¿No la conoce?
La Turquesa del Encuadre. Lo del encuadre debió ser porque es toda una real
hembra por lo bien plantada y lo de Piños por sus protuberancias odónticas.
Además, tiene el culo en pompa y mediatiza, vaya si mediatiza. Es todo un
veneno de mujer. Cuando se pone los puños en los cuadriles y se cierra en
jarras, no hay chulapo que la tosa.
-Muy echada para delante, querrá decir, usted, y muy
señora de su casa. Hécuba Piños, la verdulera médium aunque tenga a su
disposición toda una caterva de los mejores alfayates parisinos, loba capitolina
a cuyas ubres maman Rómulo y Remo, Pólux y Castor y toda una cuadrilla de
princesas y de actrices descolgadas a cuyas hijas procura colocar lo mejor que
puede, va de reinona por la vida, astro rutilante, que se muere por
el bien parecer.
-Eso es, pero un diablo de mujer. Se ha cargado ya a
siete maridos sin contar al primero que, sabiendo de cuernos, se tiró por un
balcón. El pobre prefirió la tumba fría al corral de bueyes de cualquier vacada
andaluza. No consintió que le echasen los mansos porque era un eral con casta.
-No fastidies. Esa historia me recuerda a la de la
bíblica Sara.
Doña Amelia le trataba con harto respeto y miraba para
él con ojos soñadores como si estuviera viendo a un profeta salvador que
anuncia calamidades y redención.
-¿Tú sabes bien
lo que significa la palabra profeta, mujer?
-No, señor, pero dígamelo v. m. que sabe tanto.
-Pues quiere decir profeta el que está mordido por la
inteligencia divina y el espíritu de Dios hace que rabien los corazones. Por
eso, los profetas siempre hablaron en nombre suyo. Hoy sigue habiendo muchos,
aunque no se ven.
El pueblo estaba cansado. Mostraba en el rostro la
tristeza de aquellos que se sienten conscientes de haber sido engañados. Sobre los veladores
del Estibadio o Café de la Pompa había sostenido largas discusiones acerca de
este fenómeno, de la tolerancia que es tiranía disfrazada, de la mentira
sistemática que utilizan como un arma arrojadiza los que ostentan el poder,
pero ya le aburrían aquellas discusiones de poetas muertos. El único personaje
digno de confianza era el cerillero y así y todo también debía de tener su
ventanuco al cierzo.
-Esto no es un Estibadio sino un
humilladero laico. Debieran de rebautizarlo o colocarlo el nombre de Valle de
los Caídos. El dueño debería de cerrar el negocio y sustituir la cervecería por
una tienda de ataúdes.
-Tú deliras, Verumtamen.
-Hombre, muy bonito. Pero ¿no habéis traído vosotros la libertad de
expresión? ¿No se puede
decir lo que uno buenamente piensa?
-Para algunas cosas no- decía tajante uno que era
actor. Tenía el perfil de romano. Había trabajado en el reparto de algunas
adaptaciones de novelas de Galdós y de Gabriel Miró para la televisión.
-Si tú lo dices, pues estamos listos. Apaga y
vayámonos.
-Te voy a decir lo que tú eres -proseguía el cómico
bastante cargado de punto-. Tú eres un lebensracher, un enemigo de la vida como todos los de tu calaña,
aborrecedor de la especie humana.
Vio que era inútil discutir con semejante personaje y
se alejó. Sacar a la patrona en procesión era un acto cargado de simbolismo. Iba por
las calles céntricas del casco viejo bamboleándose (bajo las andas y ocultos
entre el paño y la cenefa se afanaban los palafreneros penitentes que cargaban
con la carroza sobre los hombros por promesa) entre ramos de flores y exhalando
un perfume de bendición sobre los muros leprosos de los barrios derrotados,
allí donde el lujo, el comercio y la mendicidad compartían espacio.
-Mírala qué guapa va. Tira para ella un beso, corazón.
Una madre aupaba en brazos a un niño de cuatro años al
tiempo que formulaba un deseo. El pequeño miraba en rededor con ojos asustados.
Acaso no cupiera en la mente por sus cortos años todo aquel ambiente cargado de
simbolismo. Pasear a la Virgen se hacía ya en la edad media, si sus moradores atisbaban
algún peligro de invasiones, pestilencias, sismos, o advertían ese clangor como
de hojarasca pisada por los bosques del otoño que siempre se escucha cuando
Dios está disgustado con nosotros. Siempre se hicieron aquí rogativas para
impetrar la clemencia del Todopoderoso. Todavía han de resonar los ecos de las
místicas imprecaciones por las rúas de Areneros, la Concepción y El
Igual. Ciertamente, el tiempo no es sino algo convencional, como un verso
de Neruda, que habita tan sólo en la imaginación, pero la fecha del año dos mil
la teníamos todos en la cabeza. Cristo, escúchanos. Dios Padre Celestial,
atiende nuestros ruegos. Virgen Poderosa... Estrella matutina... Espejo de
Justicia... Trono de la Sabiduría... Ora pro nobis... Ora pro nobissss. El
clamor del silabeo ritual se perdía en el albeo de la calle. La diosa fortuna
iba a parir a un hijo muerto y ese niño que se asfixió en la placenta no era
más que el símbolo del término. Ha llegado el tren a la estación de su destino.
Los viajeros embarcados en una goleta adonde les subieron sin pedirles parecer
van a rendir viaje. Pero, también,
el clamor de aquel milenio recién nacido y recién trucidado por Herodes era
como un día de Inocentes. ¿Quién sacaba
partido de cuanto se propalaba en los mentideros de la corte de sus majestades,
Gaón y Leda? Las grandes superficies, las firmas publicitarias y la
Cisura Hécuba, una de las danaides comerciales, adonde van a par todos nuestros
ahorros, pero también Júpiter condenó a morir a Creso haciéndole comer sus
mismos tesoros. A algunos incautos de nuestra época, sin saberlo, les espera el
mismo castigo que al rey de Lidia: reventar ahítos de riquezas. Que se sepa, el
oro siendo tan apetecible no representa un manjar comestible.
-Vivimos en una era de lo venal. Aterriza de una vez.
Si no sabes comprar o vender no perteneces al supo de los elegidos.
-Por eso hay tanto venado a las puertas de las
comisarías- dijo la voz del espíritu tratando de hacer un molinete
literario, una metonimia sin demasiado acierto.
Los pavores del apocalipsis se habían convertido en
reclamo para la venta de productos. Como si no tuviéramos bastante con el paro
generacional, la violencia hogareña, el amor libre, el deseo inverso, las
madres solteras a las que ya no cabe recetar la píldora del día después, los
hijos ya crecidos haciendo el gandul en casa, donde se han hecho los amos, el
sabor a ti, los títeres animados, el Sida, la guerra de Chechenia; Grozni, por
haber petróleo, destapó la codicia de Hitler y fue la roca Tarpeya donde se
descalabrara su régimen que la codicia rompe el saco, sépanlo los
informantes desinformados que nos atiborran de noticias desde las páginas
de Cosmos dirigidas por los babosos de Walamboso y de Columba
la Currada, téngalo presente los gerifaltes de Sede Baldea y Supravia, eta
a todas horas, la frase hecha, la mentalidad pret a porter ready made, los dramones cursis del Ginés Garfios, alias cara de
palo, antiguo director al que le condecoraron con un óscar, the winner is, ora pro nobissss, cría fama y échate a dormir, la
verdad es que está uno hasta los felpos de tanta estatuilla, de tanto ir
haciendo el ridículo por ahí, con tanto autor internacional, tanto Tony Flag,
me da un soponcio cuando canta ese mafioso de Miami de voz tontorrona pero de
oro al que llaman Coco Churches, tan carpetovetónico que bebe la coca con cola
por el piporro de un botijo pero al que se le ha acabado el carrete
y ya sólo vale para ceroferario adulador del Cine Matón con grandes repartos,
lo políticamente correcto, el cobrador del frac, la bulimia que nos devora y
que no es más que una manifestación de nuestro propio fracaso en la vida.
Curamos las depresiones camino de la nevera. Nos quieren
encasquetar la idea del fin de los tiempos. Nos quieren vender la
burra mal capada; un operador turístico anuncia viajes en vuelo chárter rumbo a
las almarchas de Jerusalén, al Valle de Josafat para coger sitio de
privilegio y presenciar el espectáculo del Juicio Universal. Por una localidad
de tribuna en los balates del Jordán se pueden pagar hasta cien millones de
pesetas. El dinero es muy laminero y hoy televisar en directo tu
propia muerte, o tu ejecución se cotiza a peso de oro. Las leyes del
mercado todo lo arrasan. Ni a la muerte ni a las creencias respetan.
-¿Se va a acabar
el mundo?
A esa pregunta contestaba nuestro personaje con otra
ídem de lienzo:
-¿No le parece
que está tardando mucho?
-Pues a ver si explota esto de una vez y nos vamos
todos a tomar viento bajo las farolas de algún enclave de Sirio, Andrómeda o de
cualquiera de las dos Osas, que cuanto más lejanas sean las constelaciones,
mejor. Así os pierdo a todos de vista. Creso murió del atracón de sus propias
joyas y a Midas, que convertía en oro todo lo que tocaba, le mandó
Baco que se bañase en un regatillo, el arroyo Pactolo,
que desde entonces porta arenas argentíferas. De la misma forma, las Pléyades
se convirtieron en luminarias del firmamento después de suicidarse. No hay
muerte que pueda llorarse tanto a lo largo de los siglos como la de dos diosas.
Todas las noches caen sobre el mundo, en forma de luz muerta, las lágrimas de
las dos hermosas olímpicas condenadas a llorar sobre las cabezas de los
hombres.
-Tú no eres más que un misántropo, hijo mío. Arisco,
desecha tu atrabilis. Cuida tu aflicción.
Pensaba que el reloj de la plaza el
Amparo empotrado en su bonito mirador a cuatro aguas no era más que
un ente de razón. Tenía la misma caída de ojos, si los
relojes pudieran mirar, que aquel al que le regaló el rosario blanco
y le dio suerte y le nombraron Súper director. Tenía la cara recién
lavada. Había conocido bastante relojes testimoniales a lo largo de su vida (el
Reloj de Fairfax en Oxford, el Papamoscas burgalés, el Big Ben y la
torre Eiffel, los relojes de arena en los exámenes de oposiciones a canonjías)
pero aquel era la clepsidra la que le resultaba más familiar. Ninguna sonería
en los cuartos de esfera mejor que aquél siguiendo el rumbo solar. Su libración
era de las más perfectas. El centro topográfico peninsular, la vieja
Dirección General de Seguridad. Todos los relojes de su vida. Todas y cada una
de las cárceles y destierros. En eso pensaba en aquel instante. Ajena a
sus memorias y remordimientos, la orquesta de la Guardia noble seguía marcando
el paso y atacaba Marcial tú eres el más grande. Un sargento
mayor barrigudo y petizo que apenas se podía acordonar los botones de la
guerrera ponía mucho esmero en la interpretación, aplicación y discernimiento. El
alcalde del pelo engominado seguía tan sonriente y diserto. Su cariz
anunciaba que era hombre satisfecho de la existencia. No hay que fiarse mucho
de las apariencias. A lo mejor, el hecho de que encabezase aquella
manifestación de fervor popular no sería óbice para que la procesión fuese por
dentro. Ganaremos las elecciones, iba pensando el doctor Cohombro en el crítico instante en que zas, el
caballo se puso a mear. Miró para el tendido, pero tanto los espectadores como
los procesionarios no pudieron disimular un gesto de fastidio. Una niña de tres
años agitaba alborozada las manitas y con lengua de trapo chicoleaba la
necesidad fisiológica del noble bruto:
-Mira, mamá. Está haciendo caconas.
Venían por detrás cubriendo carrera dos hileras de
seminaristas, unos con roquetes y otros con sobrepelliz. Un subdiácono haciendo
de fámulo episcopal traía recogida entre los brazos el halda del señor
cardenal, un purpurado de buen bife y una sotabarba espesa y profesoral portando
la cola del obispo. Era procesión de capa magna. A renglón seguido, un clérigo
de capa pluvial rociaba agua bendita sobre las cabezas de la plebe
devota. Varias beatas recibieron la unción lustral con mal disimulados aspavientos
de fervor y se persignaban devotamente como si aquello fuese la rociada que les
abriese la puerta del castillo de las Bienaventuranzas. Sin embargo, un
estudiante de Económicas observaba al pope con gesto mohíno.
-A ver qué va a pasar con esta burla. Padre, a mí no
me eche. Yo no creo en Dios. No me bautice. Se meta su hisopo por los cojones.
-Pues por eso mismo, hijo. Por eso mismo.
-Basta ya de exorcismos. Bien común.
De poco le sirvieron sus repulsas. Le cayó en plena
cara un cubo de agua bendita. El eclesiástico, exasperado por las
intemperancias del hereje o del caradura, volcó casi encima de la comba de las
cejas todo el acetre. Las beatas llevándose los dedos a sus labios macilentos
le ordenaron silencio:
-Chist, joven, un poco de respeto. Dios va en ese
trono.
-Yo no veo a Dios por ninguna parte. Soy
ateo.
-Pues está ahí- le increpó un teísta con cara de pocos
amigos. Iba subiendo el tono de la conversación. Pronto tendríamos el lío.
Todos sabemos cómo acaban siempre los litigios de fe.
-Si tú lo dices.
El estudiante de Económicas era de los tenían alergia
al agua bendita. Los sietes sacramentos le parecían una engañifa y se pasaba
los exorcismos por la taleguilla. Sin embargo, se había chupado todas las
procesiones. Las de la Semana Grande, las del Corpus, las de la Paloma y las de
la Purísima. Todas eran lo mismo, pero daban espectáculo de balde y no había
que sacar entrada como para ir al futbol.
-A mí lo que más me gusta es cuando pasan las manolas.
Esas señoronas tan dignas, castas esposas. Alguna de ellas tiene más de un
revolcón.
-Ya están aquí las manolas, niños.
Con peineta y con mantilla el rosario con abalorios de
plata y el corpiño están como muy masoquistas. Humor negro. Carne de deseo a la
española. Parecen sacadas de un libro porno de esos del arte de la disciplina
inglesa. Les cuadra guiñar un ojo.
-Eres un guarro y un blasfemo.
Pero el estudiante seguía erre que erre, y cada loco
con su tema.
-Que te aspen.
-En esta vida ha de haber de todo.
Recordaba sus procesiones, las de Jueves Santo, bajo
la luz de la luna, asomada al balcón de la Canaleja, como queriendo aspirar el
aroma de las guirnaldas que alfombraban las andas de los pasos y escuchar el
lancinante quejido de las saetas, pasión honda entre el rumor del río
Rasemir. La ciudad, vestida de luto y una siembra de cruces ante las
murallas vigiladas por esas pupilas de la noche constelada, que son las
estrellas, enjarjes iluminados en la bóveda celeste, balcones al infinito que
trascienden los planos reales de espacio y tiempo, montaban la guardia de
torres como enhiestos lábaros alzados a la cima de los cipreses encaramados y
atentos vigilantes en las colinas. Al pasar sobre los adoquines las cadenas
penitenciales emitían un sonido cantarín, brumosa letanía de culpas
inconfesables. Desde las aceras los mirones fijaban sus ojos en los nazarenos
de los pies desnudos arrastrando bretes, pihuelas y eslabones. En sus rostros
se pintaba la conmiseración, la duda, la incredulidad y el deleite. Los
conventos abrían sus puertas y por el rastrillo de las tres cárceles abandonaba
un preso su celda camino de la libertad. Amaba la Jáquima errante, poblada de
castillos encantados, de minaretes con perfiles de media luna coronando el
chapitel de
ínsulas baratarias, que de esta forma resultaba el país del irás y
no volverás, pero siga la linea, penitente, vamos en que estás pensando,
zoquete, continuidad. Pues es verdad, señor capataz. No me había dado cuenta.
Se me iba el santo al cielo. El Hermano Mayor agitaba el borde de su manto con
mala leche como si fuese una fusta y golpeaba los adoquines con su bordón de
plata como advirtiendo a todo el mundo aquí estoy yo. Parece que vas en Babia.
Nada de miracielos. Los ojos bajos, el gesto compungido y remiso. El cofrade
mayor mandaba con la insolencia de un arráez. Los penitentes no eran penitentes
sino condenados a galeras. Pues vaya un tío. Parece una pulga subida
a un elefante. No hay cornacas más temibles y fastidiosos. La fusta, hijos.
Latrasto no trajo los lirios acostumbrados sino el cachetero, las tenazas, el
pilori y los cepos envenenados. Súbete al monte y escampa bonanzas sobre
nosotros, Dios clemente y encumbrado.
-¿Puedes con
tanta cruz?
-Puedo.
-¿No necesitarás
un cirineo?
-Ayudantes por ahora no. Gracias. No soy un marginal,
ni un perseguido. Hago todo esto por amor a Cristo.
-Pero la chola no te rige.
-Prosigo en la demanda de la verdad suprema.
Cada Semana Grande trataba de poner en práctica las
enseñanzas evangélicas. Es una filosofía donde las medias tintas no caben. Si
quieres conseguir la vida eterna, abraza tu cruz y sígueme. Vende todo lo que
tienes y dáselo a los pobres. Así de drástico. Los pulsos de la ciudad se
paraban por completo cuando aquel nazareno clavado al madero la melena caída
sobre las sienes doloridas y faldellín al viento subía las vargas de acceso al
casco urbano, por la ronda de la Muerte y la Vida. Era una sensación
indescifrable como fuera de contexto.
-Tú no eres secta, ni te muestras doctrinario, pero
posees un sentido estricto de la moral cristiana.
Subía por las dos Castillas, bajaba por Despeñaperros.
Aragón le acogía en sus yermos de trapa con los brazos abiertos y
recalaba en todos y cada uno de los monasterios fantasmales, cubiertos de
hiedra. Los tambores de Calanda tocaban a muerto. Todos le tomaban como un santón.
Entraba en las moradas y dirigía a los que le acogían siempre con el mismo saludo.
Las campanas de la Velilla se disparaban solas desde los ojos abiertos de las
espadañas españolas
-Paz a esta casa.
Si no os quieren recibir que aquella paz que dais
vuelva a vosotros. Algunas buenas mujeres, las amas del cura, las monjas
clarisas le atendían solícitas, y Verumtamen les regalaba rosarios, imponía
sobre sus cabezas las manos y las enfermedades abandonaban al punto sus cuerpos
doloridos, entraba paz en sus almas. Una de ellas, la hermana Popada, llegó a
enamorarse de él platónicamente pero nunca lo dijo. Era una abadesa que vestía
con un manto azul color Grozni, los ojos muy separados y los
pómulos angulosos como los de una calmuca.
-Popada, reza por este pecador.
Sus plegarias, que la religiosa dirigía constantemente
a las alturas, debían de ser agradables al Celador supremo, porque el pobre
peregrino salía a flote en medio de sus naufragios, las celliscas y los truenos
pasaban sobre él como si nada, no representaban ninguna amenaza las visitas a
las tascas donde siempre hay un filo de navaja cabritera que se agazapa, y el
ir y venir de los burdeles hebetados de miasmas y del muermo del mal francés o
las cagaleras de la sífilis le permitía entradas y salidas indemnes. Un hombre
que permanecía unido a Dios las veinticuatro horas del día mediante la oración
hesicasta (una frase constantemente repetida: Kyrie eleyson) se sentía con
fuerzas suficientes como para bajar a los infiernos y no quedar atrapado en el
fiemo de viscosidades del Leteo. Sus niveles de conciencia que giraban desde el
punto alfa a la purificación del karma lo mantenían en un trance. En cada una
de las personas que encontraba en su camino veía un aura.
A unos les recomendaba el ayuno.
-Arroja la toxina que constriñen de venenos tu
organismo, suelta el ataharre de las riendas que tiranizan tu espíritu, abre
las cajas de los nidales y surgirá la paloma blanca. Nada de drogas, ayuna,
hijo.
Pero con otros era distinto y prescribía como remedio
el vino que cura las enfermedades del psique. Conservaba un magnetismo su
mirada, tenía poderes, veía por fuera y por dentro. Era el karma, algo que se
desprendía de su ser, dejando colgados como en las redes de una telaraña
invisible aquellos a los que miró. Popada se convirtió pronto en valedora
celestial de aquel mendigo de las parameras, un mendrugo en el zurrón, las
Escrituras a mano, un rosario con los dijes de pétalos de rosa, y un frasco de
agua bendita contra la tentación y los ojos fijos en el horizonte, porque la
verdad es única. Para acceder a ella hay un solo camino que muy pocos conocen.
Era consciente Verumtamen de que Dios se alza como valedor de la inocencia.
Podía convocar a los muertos, tenía el don de hacer milagros. Se escabullía de
los perseguidores.
Al llegar a un lugar decía: Paz a esta casa.
Si ellos la recibían, el amor descendía sobre la
morada hospitalaria en la cual era acogido. Mas, si de lo contrario, se lo
desdeñaban, el buen deseo regresaba al bendito, que se sacudía allí mismo el
polvo de sus sandalias y proseguía su camino sin más alharacas. Unas manos
invisibles pulsaban las cuerdas de ese insólito instrumento que es el alma
donde se toca día y noche el preludio de nuestro destino.
-Mi paz os doy, mi paz os dejo...
-Paz a esta casa.
-¿Adónde vas?
-Marcho sin un objetivo real, pero quiero rendir viaje
en Samarcanda.
-Eso está lejos.
-En el Cáucaso. Voy camino de Grozni, el refugio final
de los viejos creyentes.
-Hay guerra allí.
-Yo haré enmudecer las bocas de los fusiles. El
armisticio no está lejos, pero antes tendrá que venir un tiempo de expiación.
Cuando se termina una ruta, esto quiere decir que otra está a punto
de comenzar.
Hablaba en clave, utilizando los ambages de los staretz
predicantes de la verdadera Ortodoxia. Guardaba su pecho como un viejo talismán
que a su vez le servía de defensa un texto de los evangelios sinópticos, pero
sus niveles de percepción no estaban en conflicto con los arcanos de la
sapiencia hermética. Thoth, el dios egipcio con cabeza de ibis y cuerpo de
hombre, inventor de la escritura, y actuario del pensamiento olímpico, pues era
el escribano de Zeus que levantaba acta de sus reuniones con las demás
divinidades, y que escribió el libro más antiguo que se conoce,
el del Papiro Thoth donde yacen las claves que explican el
universo, eran uno de los puntos de referencia.
-Tiene -troncaba para sus adentros- que haber un punto
donde se reconcilien los saberes prohibidos y la Vulgata. El Galileo fue el enjarje
de la bóveda abismal del edificio trinitario que construyó Hermes Trimegisto.
Sus enseñanzas trinitarias ya estaban catalogadas treinta siglos antes del
alumbramiento de Belén. El anuncio de su venida estaba escrito en las
estrellas. Y fueron tres magos caldeos los primeros que vinieron a prosternarse
ante él, si bien los suyos no le reconocieron, y Herodes quiso matarlo. Se
había emasculado por a mor a Cristo como los buenos skopzi del
misticismo ruso, como el monje Sergio que retrata Tolstoi quien prefirió
cortarse el muñón de la mano con un destral antes que consentir a la
tentación. Los pájaros del camino gritaban amen, amen,
amen y en las quintanas y alquerías se escuchaba como una detonación
triunfal, un grito de resurrección, el canto del gallo. Era el anuncio
alectórico de la llegada del peregrino. Soy un cristiano viejo, un antiguo
creyente, pertenezco a la Hesperia de antaño. La sociedad me declara ahora
mismo material sobrante. Entrada la tarde, vio un petirrojo que a su lado le
seguía posándose de rama en rama y cantaba en inglés algo que le era
entrañable. Proyectando en sus vibraciones telúricas aquel torzal
encaramado sobre el real laurel de Oreanda, proclamaba al viento la nostalgia
del amor infinito que sintió por aquella mujer que llevaba el cielo en los ojos
y toda la seda de Arabia en su piel:
- I am a robin. I am a robin from Hornchurch. And I
bring you news from your girl
-Where is she?
-She is dead, I am afraid
-Y ¿los muertos dónde van, eh?
-I don´t know, good pilgrim. No sé.
IV
En los corrales de las Luiñas anunciaban con poderío
los gallos asturianos, los más bravos y solemnes mastos de las Españas.
Mediante su algarabía de triunfales quiquiriquíes llegaban vibraciones de otro
plano muy superior !Oh amables
espectros que llenan de sentido la vida de un hombre olvidado! Una voz le
anunciaba secretamente al peregrino que los que mueren en el Señor no mueren
eternamente. El canto del gallo le afianzaba en tal convencimiento.
Promesas del credo que no permitirán la engañifa y las trampas saduceas. Todas
esas tahurerías de las novelas de los nuevos autores. Avanzaba con él una muda
procesión de guerreros de piedra.
-Tú perteneces al mundo de antaño. Llevas en el alma
el divino caos del que todo surge y se entrelaza como el trascoda del arpa o
del violín.
-Oigo sones.
-Así tendrá que ser.
Un mirlo se había posado en la quima de un enebro. A
lo lejos se divisaba la ruinosa atalaya sobre el cerro y el camino
que serpeaba en su demanda.
-¿Cómo se llaman
esos raigones de muro?
El sol de la tarde jugaba a emitir lucero desde las
torres desvencijadas. El porte de la cruz seguía siendo de oro macizo y tan escarpado
que a ella no podrían acceder nunca los ladrones. Ni los furtivos cazadores de
almas, ni los pastores lobos disfrazados con piel de cordero.
-Fueron parte del claustro de un monasterio dedicado a
Santa María.
-Cisterciense, por supuesto. Un verdadero bastión de
la cristiandad. Se han derrumbado antes de que lleguen a él las reformas pero
un día resurgirá.
-Nuestra fe no es tiránica, pero los periódicos están
haciendo una caricatura de ella. Es un acto libre que respeta la razón. Los
libelistas al uso la están dando, en cambio, la vuelta.
Sobre una piedra le llamó la atención el texto de una
inscripción vieja en latín: "Hispanos Deus aspicit
benignos". Era una frase
de Prudencio el panegirista.
-Por desgracia, la Iglesia de hoy entregada a sus
enemigos por un primer páter que vino del frío y es un caballo de Troya en
lugar de baluarte ha dejado de ser pósito de la sabiduría. El síndrome del
templo vacío... que no era un padre primero sino el último de los padrastros y
le seguían llamando pepe, esto es papa. Padre putativo.
-Ya. Quizás sea todo eso porque ha llegado la hora de
las tinieblas.
-Ahí está el verdugo con su cachetero. Viste todo de
blanco, pero debajo del manto oculta el mandil verde del matarife. Se mofa de
lo más sagrado, hace causa con el enemigo. No es que el que se mueva, no sale
en la foto, sino que aquel que bulla lo envía a salud mental. ¿Dónde se ha visto un papa feminista, un pontífice
romano que haya dicho que Dios es hembra, y que se haya arrodillado ante el
Muro de las Lamentaciones para pedir perdón a los judíos por haber matado al
Salvador? Está loco. Por condescender con los Rosacruces de la familia Escudo
Púrpura, muñidores de todas las guerras, declara abolida la crucifixión, y
proclama dogma de fe al Shoah. Trata de congraciarse con los vencedores.
Voló a Jerusalén para impartir sus bendiciones urbi et orbi al nido de las víboras.
-Han acabado con el hilomorfismo. El mundo ya no se
compone de materia y forma. Es sólo materia.
Aún quedaban muchos rabos por desollar, pero ya
entonces presentíamos que la concepción del mundo que no se enseñaron estaba
próxima a rodar. El sistema ya no correspondía a la realidad de aquel momento.
Nuestra forma de pensar se estaba haciendo añicos. Habíamos sacrificado la
horizontalidad a la verticalidad. Sin embargo, yo me sentía por aquel entonces
vencedor de nubes y de brumas. El jefe de avanzadilla me advertía contra los
postulantes, pero yo me preocupaba por aquel entonces de minucias. Meaba igual
que un padre de la Iglesia.
-Os educaron mal. Te decían: Para una buena
educación sexual nada mejor que el miedo al infierno y una alimentación a
partir de féculas. ¿Pureza en los
seminarios? Nada mejor que el terror al infierno, judías verdes y sopa de
fideos, pero me parece que esta educación tenía poco que ver con el Espíritu
Santo. ¿O sí?
-Eran un corolario de nuestra imbecilidad dogmática.
-Ahora todo ha cambiado.
-Hasta el concepto del pecado. Y la estupidez es como
el gas. Ocupa todo el espacio disponible. Ahora por el contrario nos
encontramos frente a un ambiente pan sexual y sicalíptico. Allí me hicieron
alcohólico. Un año más y hubiera acabado en marica. Sin embargo, fue mi lote
elegido.
Caminaba, ya rebasado el ribete que separa a las
Luiñas del Uncín y no hacía más que recordarme de aquel primus páter de la
esclavina blanca, buen actor de gestos maximales pero con una voz como con
ronquera y de timbre muy desagradable. Sobre todo cuando decía aquello
de queridos hermanos y hermanas. Este no quiere a nadie. He sounds funny and he
sounds phoney. Definitivamente,
de la piel del diablo, no es más que un farsante. Intrinseci sunt lupi.
Flaverunt venti, y las hierbas
de los prados recién segadas alzaban sobre sus regazos maternales la copa
prodiga y trinitaria del trébol, mientras los maizales de la llosa contigua a
la casa empezaban a enverar bendiciones de granazón en verdes y amarillos
excelsos. La peregrinación le curó a Verumtamen sus langores. Et inimici hominis
domésticus ejus.
Iba por el mundo con la mano seca y arrastrando su
cojera de místico bordeando los caminos ígneos, enfrentándose a la
incredulidad de sus paisanos (ese era el drama) que al verlo al frente de las
masas, haciendo milagros, se preguntaban si no se llamaba María su madre y eran
sus hermanos Jacobo, José Simón y Judas. Tuvo que pechar contra los prejuicios
de los nazarenos. Et sores ejus nonne apud nos sunt? Hubo que pasar el freo. Habete fiduciam, ego
sum, y apareció de pronto Jesús
caminando sobre las aguas, y no se cansó de repetir durante aquel tiempo: guardáos
de la doctrina de los fariseos y de los saduceos. El pop viajaba al frente
de ellos. Era el jefe de su facción que no pretendía volcar la cruz y poner la
religión del revés auspiciados por sus judigüelos marchantes y asentistas de
medio pelo, sus ministros todo terreno y sus sátrapas, salpicando la inocencia de
culpas postizas, llenando la imaginación de simulacros, trayendo
el fiemo (que a todas horas, el postre; a la bestia le gusta
regoldar calamidades y revolcarse en el fango, porque lo que aquí más vende es
el morbo) y cerrando las puertas del cielo a cal y canto y abriendo por el
contrario las del infierno.
-Él va a Jerusalén a pedir perdón a los fiscales que
otorgaron el deicidio, y tú marchas camino del Oeste. Busca el canto
de los ángeles del pórtico de Compostela.
-Es lelurión, falso arcipreste, enfrascado en copas.
-Dirás Don Opas.
-¿Y a qué va el
obispo de Roma a todos esos sitios?
-A retratarse. Sólo a retratarse a tocan. Es la hora
del lobo. Con él viaja una escolta de rabinos, de obispos libeláticos y de
cardenales impostores de la curia.
-A mí más que
sicofantes lo que me parecen son capones recién salidos de la jaula de un
corral de palomos blancos. Queda mucha tela por cortar ya que sobre ese
gallinero que es el Vaticano no está dicha la última palabra. Muchas sorpresas
se llevará más de uno el día del juicio universal.
Tuvo que pensar en Iván Ibáñez, aquel pobrecito
habitante de una ciudad dormitorio, ilota en la casa de la que no era sino
señor y de la que entraba y salía con las orejas bajas, expuesto a los
improperios de la Euménide, los insultos de las hijas o los palos del
primogénito. Aquella esperpéntica familia era un auténtico modelo paradigmático
del extremo al que habían ido a parar las cosas por conducto del
parlamentarismo guirigay, mentiroso, truculento y cañí. El esposo y marido maltratado,
lleno de agobios, vivía encerrado en una mazmorra en el garaje rodeado de sus
queridos libros, esa galaxia de papel que nos lleva siempre por la vía láctea
de los sueños hacia el infinito rescatándonos de esa maldita mujer con la cual,
convertidos en letra muerta, ofuscados o sonámbulos, nos casamos. Nos podréis
insultar, traidoras, poner nuestra honra al retortero, decir que somos flojos o
borrachos, y protestar acerca de cuanto sufristeis, pero esta escala de Jacob
de la literatura nos lleva al cielo rescatándonos de las llamas de estos
infiernos portátiles en los que queréis chamuscarnos, los hijos crecidos y en
casa, bien alimentados, que le han cogido el gusto a la nómina. Ellos se quedan
y nosotros nos vamos. Lo que ocurre bajo el cetro del rey Gaón y de la reina
Leda por estos pagos no se vio jamás. Esto se ha convertido en el país de las
maravillas, del irás y nunca volverán, donde amamantamos a la prole hasta
pasados los cuarenta. Vosotros, duro quejaros de la prensa del meneo y disteis en
el bulevar del cotorreo. Camándulas, así no se puede vivir. Raza de
víboras. Mientras Gaón I y Leda, la Gálata, moraban en sus palacios, el
sanedrín emplazando las baterías y eligiendo lo mejor de
sus destacamentos aptos para la guerra psicológica mandó sacar a las
liebres encamadas. Eran tan fieras que en defensa de sus lebratos que hicieron
frente a los galgos y hasta les acogotaron incluso. Detrás de él siguieron los
perdigueros, pronto perdieron el rastro. Los hierofantes del Consejo Oculto no
pusieron a parir a las mujeres, sino todo lo contrario: las ominaron con la
peor de las condenas, esa que desparrama la función genésica impidiendo
concebir, con la ligadura- hasta la misma palabra tiene mal fario de trompas,
pero mientras las mujeres de las Hespéridas mandaban hacerse por los tocólogos
raspados de matriz, las lechigadas de las conejas, por lo innúmeras y
frecuentes, pronto llegaron a ser temibles. No dejaban de crecer. Se consumaba
así un castigo bíblico. Nos abarrotan, nos invaden. Ya llegan, presidente,
y esa fue otra. La explosión demográfica se convirtió en la octava plaga que
sufrieron los súbditos del faraón, en este caso, los vasallos de sus majestades
don Gaón y doña Leda. Un correctivo divino a vuestro egoísmo. Para que os
vayáis preparando.
-Y ¿cómo están tus harenes, Majestad?
-Colmados de esclavas recién llegadas del tercer mundo
(colombianas, centroeuropeas, rusas) pero hay más oferta que demanda en esta
tierra de pecadores. Muchas de ellas, esterilizadas y ellos, eunucos.
-Malo.
-Según y como. Aquí nos lo pasamos a lo grande. No hay
más que escuchar a ese escritor de thrillers.
-¿Pues qué dijo?
-Que hay que follar todo lo que se pueda.
-Muy moralizador ese chico.
-Es millonario. Gana dinero a espuertas, pero esos son
los que triunfan en esta corte llena de gente vasta. Cuanto más grosera más la
encumbran.
-¿Y tú por qué no haces lo mismo, nostramo? Deberías
tomar la iniciativa, en lugar de pasarte la existencia lamentándote.
-No puedo. No puedo.
-¿Es la Gallina
que canta después de asada? (Bah, paparruchas. No me vengas tú ahora con que eres impotente.
-Media Hesperia se siente impotente de la otra media.
Por eso acaso nos matamos. Por rencor.
-Sois cristianos.
-Eso nominalmente, pero aquí nadie cree ya en nada.
El eretismo del hermeneuta, así como su curiosidad,
por una vez estaba tocando fondo, lo que no fue óbice a que con mayor denuedo
siguiera la cadena de sus razones.
-Desde ahora ya no os declaro marido y
mujer. Este es mi veredicto: vosotras seréis machorras, y vosotros,
impotentes.
De las profundidades del Leteo y de las cavernas de la
laguna Estigia no pararon de saltar liebres hasta tal punto que la tierra de
los conejos pronto empezó a repoblarse de estos mamíferos lepóridos que, a
diferencia de sus hermanos de especie, no vive en madrigueras sino que se
encaman a la buena de Dios. Como las mujeres no parían, tendrían que
hacerlo las liebres y las conejas. Por el sur, cruzando a nado el Estrecho, o
en almadías arribaban todos los días a las costas centenares de rifeños huyendo
del sol y el hambre africanos, decían los escoliastas, pero traían oculta en un
armadijo de proa la bandera verde de Mahoma y un retrato de Abdelkrim y otro de
Almanzor. Somos los sucesores de los almorávides. El moro sabe
esperar. Un joven político de Nix, que se llamaba don Porcionero Porción, de
bien pobladas cejas, cantaba las delicias del mestizaje. Aquí lo que conviene
es mezclarnos unos con otros. Viva don Porcionero Porción, tribuno de la
patria, el hijo de ser quién vos quien sois, acogedor de calamitas, que abría
la puerta al moro de rondón. Hécuba Piños Puños, la bien puesta y plantada, y
Columba la Currada jaleaban su proposición.
-Y ahora que estamos todos reunidos viva la madre
superiora.
Dicho esto, Porcionero Porción se lió a construir mezquitas
como un descosido. Las iglesias católicas quedaron desiertas. Cristo fue
declarado persona non grata a efectos de un bando del Sanedrín que obtuvo el
nihil obstat de Roma. Era una invasión perfectamente preparada desde las
covachuelas del Departamento de Estado, con visos de maniobra filantrópica, y
un castigo por los pecados de una nación aquejada del morbo visigótico, que se
acordaba de don Rodrigo, su cava y su sombra, traicionado por aquel obispo
felón llamado don Opas, el papa de los españoles en aquella aciaga hora, que
también condenaba en sus sermones la xenofobia y el racismo, pero resulta que
por dineros y presiones se entendía con el agareno bajo cuerda. Fue merced a su
perfidia, a su perjurio, a su inadvertencia, o lo que fuera que empezó el
sacomano. No se podría rechistar. Un grupo de ciudadanos beneméritos tuvo la
osadía de presentarse a parlamentar con el delegado gubernamental, virrey de
pacotilla, espantapájaros federal, en su palacio virreinal recién inaugurado y
que le había costado al contribuyente sus buenos táleros, que a ver qué pasaba
con tanto guiri, don Porcionero Porción les dio a los que protestaban en to los
morros con el libro de la Constitución. En efecto, era tan avieso que
permitió que se repartieran entre todas las vírgenes y mozas en edad de merecer
de aquestos reinos un pirulí con radio galena a pilas para que por las mañanas
escucharan a la reina fondona, buenas cachas, bien se conserva aunque hay días
que no está tan radiante, le salieron perigallos por el pescuezo, madama
Cuadriles, Hécuba Piños (que se escribe con hache de how are you) y así todas, a chupar del bote. En un
apuro, podían utilizar dicho objeto de consolador. Todo con tal que no quedasen
encinta. Si tras algún desliz daba en preñada una, se la enviaba a abortar a
Londres.
-¿Y ahora qué?
-¿Es que no os
gusta chupar del bote? Todas con buenas pagas, hasta un maromo y una
opción de cambio de sexo a cargo de los presupuestos y aun así no os veo muy
conformes.
-Pues no. Aquí lo que queremos es uno como ese que
dicen que es conde.
-Y a fe mía que nada esconde.
-Sea él quien nos acueste y nos levante. Queremos un
hijo suyo, que venga el conde y nos dé el chupa chips. Pague el gobierno. Que
haga con nosotros lo que quiera, incluso madres.
-Oye rica que madre se escribe con m de mierda.
-Y eme de muerte y de matrimonio. Pero por
favor no te pongas a esgrimir tus facultades. Podrás ser manca de las trompas
de Falopio, que te las has ligado a que sí, pero la lengua la tienes muy larga.
-¿Más larga que el pene de ese novio italiano con el
que sueñan las viciosas españolas este verano?
-Tres centímetros, serrana.
-Barrunto que os va a poner perdidas, hijas de mi
vida.
-Con barretas, boceras y todo seremos capaces de
alzarnos con la exclusiva. Ahora mandaremos nosotras.
-La madre que os parió. No tenéis remedio.
-Parir dices. Esa palabra ni por pienso. Dar a luz no
se estila. Es peligroso para la salud. Hijos los que nos permita la nómina y
todos en adopción.
Por tales denuestos se colige que se habían vuelto infames
las señoras. ¿Quién era la
que a estas mujeres tan pudibundas y castas, antiguas alumnas de las Teresianas
o de las Damas Negras, que fueron educadas en colegios de pago, y eran como muy
tímidas y modositas, les había comido el coco? Iban para santas y acabaron en
mesalinas. ¿Cómo pudo
suceder en el curso de tan pocos años ese vuelco en la mentalidad y en las
costumbres?
-Hécuba Piños, eres toda una circe. Un día las vas a
pagar todas juntas. Te las darán todas en un carrillo por guarra y jacarandosa.
-Por mí que se vendimie - contestaba aquella agustina
de Aragón de los platós, comisaria del nuevo orden.
Verumtamen sólo se lo explicaba mediante la parábola
del sembrador. Salió un hombre al campo y sembró trigo, pero luego vino el
enemigo y desparramó cizaña y la cosecha se malogró.
Con su amigo Ivan Ibáñez habían discutido sobre el
tema arrellanados detrás de los veladores del Estibadio, de la Taberna
de Agustinos, o en el Café de la Pompa, de los que eran asiduos
contertulios, sin llegar a una conclusión evidente al cabo de consumir jícaras
enteras de calimocho y jarros de esa cerveza infame que se despacha
en las tascas de la ciudad de Nix, cuyo viento, siguiendo el dictamen de la
paremia al uso, es lo que dice la gente, que no sabemos si será verdad, tumba
un hombre y no apaga un candil, lo mismo que su morapio alborota el cerebro y
deja los higadillos hechos polvo, y más de una frasca, y más de dos, de
tintorro nos habíamos echado al coleto él y yo. Queríamos arreglar la patria y
acabamos todos igual que piezgos. Nada, que no hay salida. Esto no tiene
solución. Por todas las barriadas, los centros de acogida, los estudios de
grabación, que habían sustituido a los púlpitos vacíos, los estados mayores,
sólo se escuchaba una frase que cual grito de guerra sonaba en lo alto y en lo
profundo, en lo ancho y en lo largo, por tierra y por mar, fuera, en los
corrillos, y dentro de las conciencias: Hijos sí maridos no. Subía por la
calle mayor toda una turma escogida con lo mejor de cada casa y yo en mi ardura
veía de nuevo a mi patria bajo el yugo extranjera, las aras de mi iglesia
profanadas y todo aquello por lo que luché y todo cuanto amaba puesto del
revés, mi arca de Noé flotando en aguas válidas. ¿Durará mucho la fiesta de las encenias? Tanta vacación
cansa.
-Todo se hizo por su orden, todo quedará bien. Vivimos
en una sociedad lúdica.
Era, pese a las seguridades oficiales, una exhortación
a las barricadas, a una lucha interior, calzada de guante blanco, que nada
tenía que ver con los descamisados de antaño. Representación simbólica de aquel
estado de cosas prenunciando un mundo nuevo eran los cuadriles de Hécuba Piños,
hercúlea, bien pagada de sí misma, todo en su sitio, porque, aunque pequeñita,
era hembra bien plantada: las mamas, los ovarios y los colmillos, todo a la
vez, una asidua de las pasarelas donde la moda de temporada hace sus
exhibiciones estacionales -en todo tiempo, incluso en invierno, pasaban
maniquíes en bañador- y desfilaban cimbreándose juncal por las catastas
aplaudidas por la jet, contaba con un ropero que nada tenía que envidiar al de
la reina de Saba y más cajas de zapatos que doña Imela Marcos, pero su
elegancia retaca maravillaba a los cronistas, que una buena capa todo lo tapa.
Bajo color de esas apariencias de diva se ocultaban los bajos instintos de las
barricadas. El alma la reinona de las tardes y las mañanas la tenía
de miliciana vulgaris, y las inclinaciones, hetairas. En un pase de
modelos una comadre la llamó bruja curuja. Dios la que se armó. Las dos se
enzarzaron por el moño, ocurrió en el revellín de Ceuta o en el Alpichel de
Málaga, que no estoy seguro dónde fue, pero lo que sí me consta es que ambas
comadres se zurraron de lo lindo. A la Piños le libró de perecer abucheada uno
de sus escoltas. Porque su asaltante, una baturra, por poco la arranca las dos
tetas de un mordisco. La corte de los milagros del rey Gabón y de la reina
Leda era albergue de meretrices camufladas. Un inmenso burdel bajo cuerda, un
baile de candil de llamas apagadas. Con decirte que el propio monarca tuvo de
mantenida a un tal Bárbara, la domadora la llamaban, porque domaba leones,
claro está, y tigres y pardos, todo lo que la echaran. En uno de los juegos de
cama cometió la osadía de meter a su regio amante en una jaula de donde tuvo que
ser liberado por los zaguanetes de la Guardia Mora. Vino su marido de trabajar,
los cogió en faena y se preparó un buen cristo, no creas que no, pero como dice
el refrán allá van leyes do quieran reyes, llegaron manitas de los servicios
secretos y como los fontaneros del Watergate aniquilaron todas las pistas. Nada
de tales escándalos palaciegos los recogió la prensa de bulevar, tan garrula y
parlanchina para otras cosas.
-¿Y eso cómo lo
sabe, cortesano, si aquí se guarda una discreción supina y todo se hace a
cencerros tapados? Todas las noticias que salgan de palacio han de ser
blancas ¿No lees los periódicos? Esta democracia se soporta sobre un estípite
de vanidades, cotilleos, fútbol y toros. Pan y circo.
-Caray con los Borbones.
-Ya los males con los Austrias empezaron; también
entonces era la cosa por el estilo.
Decían todas -ya digo- ahora mandamos nosotras, y
miraban para el tendido con un golpe de cadera muy coquetón, como el maestro de
lidia que reta de lejos al eral de la suerte. Encerraron a los
maridos en las tabernas para que se muriesen de cirrosis y ellas buscaban macho
entrando en los nidales desprovistos de vigilancia y se aselaban, gallinas
cluecas y viciosas, con los maslos de las mejores polladas. Fuera sacramentos.
Y al marido, palo y mala vida. Eso, como mal menor, puestos que no pocos
desdichados eran puestos de patitas en la calle, o, emasculados las vergas en
rodajas, acababan hechos cuartos en frascos de formol. Querían
convertir al varón en jigote. Una vez en la redoma no podrían
llamarse a parte en la tan traída y tan llevada violencia hogareña.
-Mirad esa piltrafa. Un día fue hombre. No sé para qué
lo queréis.
-Hay que ver cuanta carnaza nos echan en el duerno de
la tele.
Pero esto formaba parte del gran diseño del nuevo orden.
Las herederas de las milicianas anarquistas de las barricadas hoy eran palmitos
lindos vestidas de abrigo de visón, mujeres de rumbo, muy atalajadas,
conductoras de mítines anti masculinos, siempre dando el sonoro y
escandalizando a la población con los mismos casos de violencia junto al fogón.
Pues en Lebrija uno troceó a la parienta y los cachos los metió a enfriar en la
nevera, y en Palencia, otro cornudo, se llevó por delante a toda la familia. Un
ataque de enajenación mental. No me vengas con historias. Oído al parche,
cuando aquí a uno le mientan a la madre o le ponen en duda la contundencia de
su virilidad, que aquí, aunque nos cuelguen, todos de compañones, andamos muy
holgados y llevamos como el que más. Eso siempre lo ha habido y lo habrá. Se
notaba que al propalar por el efecto de la carambola mimética, sucesos tan
lamentables se buscaba un punto de mira: dinamitar la familia y a las urracas
que los cantaban complacidas desde la fascinación y hechizo del glamour (la
palabra la puso en circulación Julián Marías, hasta la brutalidad convicto y
confeso anglófilo, y un sofista con pujos de filósofo, trasnochada carroza
krausista) que era un gusto, pero a todas ellas se les veía el plumero, o,
mejor dicho, les asomaba por entre las enaguas el gorro frigio, el píleo de
antiguos esclavos, la horca y el falce revolucionarios, el mono y el máuser de
milicianas o nietas de aquellas anarquistas trotaconventos.
-¿Dónde están
vuestros esposos?
-Hechos trizas- contestaban a una- Los abrimos en
canal. Hemos consumado así un plan de venganza. Es barato el escabeche hogaño
aunque las criadillas de gocho estén por las nubes. No pocos en su infortunio
acuden a todos los remedios incluso a electuarios preparados con colmillo de
rinoceronte y toda clase de potingues, y ni así se les despalma.
-Necias. A vosotras mismas os estáis haciendo daño.
-¿En qué nido
desovó la caracola? Dígannoslo.
Se hablaba mucho por aquellos días de ingeniería
citológica y de partenogénesis, de unidades familiares en singular,
donde no hace falta el concurso masculino para la transmisión del esperma. Un
visita al tocólogo, una simple inyección y ya está. Las feministas, con tal de
dar guerra, su manía, tirar cantos contra su tejado, desmangar la naturaleza y
separar lo que Dios ha juntado, y, sobre las lomeras de éstos, tristes los
hastiales y desvencijados los aleros, voznaban los cuervos y los ánsares
sapienciales crascitaban, estaban haciéndole un flaco servicio a ese odio
a la vida, por otra parte, tan moderno, que arranca del grito de rebelión
proferido por aquel ángel que dijo: non serviam. La táctica era, ya
digo, desuncir yuntas y quemar yugos o dejarlo sin gamellas, mandar al matadero
a los bueyes, quemar el carro, y, desjarretando a los aurigas, sumir en la
indigencia a medio mundo, licenciar soldados, convertir en esquineras a
nuestras vírgenes. Pero eran cucos. Todas estas virguerías las hacían bajo cuerda, porque la
norma del sistema era, insisto, informar desinformando, crear angustia e
incertidumbre entre la gente ignorante mediante la manipulación a rajatabla de
lo divino y de lo humano.
- Se están enconando los ánimos. No me moriré sin ver
en llamas las grandes sinagogas. El sanedrín les manda las teas. Quieren pegar
fuego al mundo y ellos terminarán victimas de su propia sarracina. Por lana
irán y piden que se les trasquile a estas malas ovejas de Israel.
Se acabó lo que se daba y todos a
acaptar por esos caminos de Dios, mientras el mapamundi se llena de
nuevos estados fantasmas como Sealand, que no existen sino por añagaza y
reclamo de evasores de impuestos, envenenar las mentes de las buenas mujeres
por nuestra prensa cotarrera y cursi,
como el Matarratos auténtico matarratas del
espíritu, Haronía (revista
ilustrada que no ilustre) y otras prensas de subido abolengo amarilloso,
pedestre narcisismo que eran testimonio claro del encanallamiento de toda una
sociedad que trataba de copiar modas anglosajonas con fantasías monegascas y
otras perversiones que me reservo. El resto es todo sin sustancia: tardanza y
holganza. Una pena que su amigo Paco, un buen periodista, hubiera ahorcado sus
saberes profesionales en aquel sumidero de carnaza envuelta en fina lencería,
que no es perversa, es peor que perversa, es cursi, aunque él dijera que le
daban a cambio una pasta gansa.
-Nos envían al asilo, nos rompen los carnés, nos
mandan a pedir limosna.
-Sí, hijo, sí. A este paso pronto arderán muchas
sinagogas. Iskra a los conventículos del anticristo.
-(Viva Sealand!
Y salga el sol por Antequera. No es más que una plataforma derelicta en el mar
del Norte, pero cuenta con un nutrido cuerpo diplomático. Balcanizaremos
Europa, aviso.
-Ya. Sus majestades (hasta el nombre lo pronuncian con
unción los pelotas) Gañón y Leda han pignorado la herencia de unidad conseguida
a base de tanta sangre por dos antecesores suyos en el trono. Costó tanto
llegar a esa unidad, que ahora nos desbaratan. Dios se lo demande.
-A mí, cuando lo pusieron una yamulka sobre el
occipucio y lo sentaron en el banco de una sinagoga, ya me dio en las narices
un tufo de adafina, pues este rey me recordaba otro de triste memoria en
nuestra historia al que también emplumaron la nobleza castellana por conducto
de los judíos y cubrieron de burlas con un pelele de carnestolendas.
-Pero todo eso tiene un precedente en el Atrio del Pretorio
en las voces que clamaban: ¿No eres tú el rey de los judíos? Todos los alardes que realizan
en plan de mofa tienen una lectura diabólica. Anás es Anás y Caifás es Caifás,
su edecán y su diácono, como Dios es Dios.
-!Jesús, con
quién nos estamos jugando los cuartos! Mal está la cosa, pero no pierdas comba.
Escucha lo que dicen las comadres.
Una decía a la vista de los maridos convertidos en
jigotes dentro de la redoma, colocándose en jarras mientras apretaba sus puños
amenazantes.
-Exigimos nuestros derechos y no nos dan. Queremos que
nos den.
-Danos y danos hasta que no te conozcamos.
-¿Por dónde?
-Por los diez orificios del cuerpo humano. Por delante
por detrás, por arriba te mamamos y por el culo te cagamos. Que nos la metan
por el ombligo hasta donde llegue, por la nariz y hasta por las orejas.
-Vicio es lo que tenéis. Sois unas perdidas y unas
crápulas.
-(Toma ya! (Putas en Toledo, ensaladeras de Valladolid y pucheros
a la luna de Valencia! El mejor invento, la máquina de follar.
-Callen las perversas.
-Eso es; queremos que nos den y que nos pongan.
-¿Para atrás y
en borrica como a los reos de la Inquisición?- soltó un chistoso de fácil
carcajada rufianesca.
-Te equivocas. Queremos un piso en Nix, apartamentos
con ventanas al océano y salir todas las semanas en las páginas del Haronía.com a todo color. No nos importa lo que digan de
nosotros y si nos ponen o nos dejan de poner cual digan dueñas, el caso es
copar las portadas de la prensa sural. Sexo es poder.
Y coreaba la otra, una Melpómene atalajada de un terno
de una blancura deslumbrante, que en su día debió de pertenecer a un ángel malo
antes de la caída, y que no era otra que la verdulera que pasó a dominar el
ámbito de las comunicaciones radiales, Hécuba Piños, sacerdotisa y médium del feminismo
para andar por casa con más furia:
-Desde hoy, igualdad en todo.
-¿Y qué
demandáis, si se puede saber?- inquirió un pobre viejo atemorizado que debía de
ser el fideicomiso.
-Que las vergas se vuelvan crijas los coños
verijas.
-Un cambio de sexo, vamos.
-Eso es.
En todo lo que decía la secundaba a la comadre otra de
las de su calaña, a quien llamaban Montserrat la Regalada, y que ni decir tiene
que era catalana.
-¿No os
conformáis con las películas de Atresnalar, al que acaban de dar un Óscar y
mira que hizo el ridículo en el rostrum de los galardones, ni con la melena al
viento de la Gran Bibí? Todo me huele a maricones en este país. La bardajería
no tiene fin, ay Dios mío, ¿Qué será de nos?
-Nosotros hacemos lo que nos pide el cuerpo. Unos súcubos
y otros íncubos. El uno bardaje, y el otro bujarrón. Arriba y abajo. El uno da
y el otro toma. Para delante y atrás. Es la vida sexual un juego de meter y
sacar, pues así está escrito.
-Todo vale. Robar, matar. Sois deterministas.
-Deterministas o voluntariosas lo mismo da. Vivimos a
la sombra del Gran Bibí, queremos nuestros derechos puntuales.
- El erostratismo os pierde. Dais años de vida por
salir en los periódicos.
- Si no eres famoso, si no hablan de ti, aunque sea
mal, es que estás muerto, cariño. Y nosotras no queremos criar moho. No valemos
para monjas.
-Lo que os haría falta, bigardas, sería una buena doma
de lomo.
-Una doma de lomo ¿y qué es eso?
-La albarda y la cincha, el pretal y la tarria. Sobre
eso, una buena fusta.
-Bah, que anticuado eres. A eso lo llamaban disciplina
inglesa nuestros mayores y a nosotras no nos va la marcha.
-Tratáis de enmendar la plana a la naturaleza,
desuniendo lo que unió el creador, poner contra las cuerdas a la biología. No
sabéis lo que hacéis, insensatos, blasfemos.
-Violento. Machista. Fascista. Pinchemón, el mamón.
Le habían llamado de todo en esta vida
pero pinchen nunca. Pinchen, pinchen, picha brava, leches fritas,
pollas al churrasco.
-Era lo que faltaba. Cuando no coinciden los pareceres
en este país, que es de estirpe inquisitorial, siempre acaban llamándote eso, y
eso no es lo que significa, sino lo diferencial.
-Para vosotras el que proclama la verdad es un
arrebatado, un impolítico, un forajido. Tenéis buenas tragaderas. Refutáis la
autoridad. No reparáis en la gravedad de los hechos.
-No reparamos. Tú no andas bien de las cocochas; lo
que necesitas es que te operen, un cambio de sexos, jolines, y todas juntas y
unidas abrazaremos el camino de la inseminación. Te haremos madre, al
prorrateo.
-Me parece que estáis buscando bronca, machorras
discípulas de Safo. Ya me estáis cansando con cantinelas, bolleras de meter y
saca, y tortilleras de quita y pon. A mí marica no me lo dice nadie,
te enteras
-Eso es- conminó desde lo alto de la corrala hertziana
una antigua buscona, muy dada a las manifestaciones cotarreras, a la que
acababan de dar el velo de sacerdotisa feminista- lo que queremos: que las
vergas se hagan crijas y las vaginas carajos y verijas. Te advierto que ahora
tenemos la sartén por el mango. Llevamos los pantalones. Hemos ganado. Hasta el
obispo de Roma nos es adicto. Además, Dios es hembra.
-Ese papa chochea y judaíza, pues, no contento con ir
a besarle la mano al Protocanalla en Sede Baldea, se ha prosternado ante el
Gran Rabino. ¿Dónde se ha
visto una bajada de pantalones semejante en un padre de la iglesia?
Era un canto de guerra, el ijujú de Semiramis. Fuego al muñeco. Jaque mate al macho. He aquí a la sinagoga volviendo por sus fueros, y decían que estaba vencida. El rencor estallaba en la calle, ríos de bilis anegaban las plateas, y los cuartos de estar se convertían en infierno, el odio reconcentrado marca, cual agujas de un reloj infernal, la hora de todos. No hay más cera que la que arde. La abeja ática señorona y regenta, gobernanta y gran jefa mañanera domina los intelectos con sus escuadras de perailes. Me queda, la verdad, como algo jamona. Le sobran modelitos. Debe tener buenas aldabas, mira que escupe odio la tía por su boquina de pichón, por esos labios de silicona, y aparte de aferrada está forrada, sólo firma contratos blindados, pero al enano aragonés tampoco hay que perderle de vista, pues va de listo por la vida, se las sabe todas. La actualidad se ha convertido en el gran carnaval de la revancha. Se vive no ya sólo para recordar sino para odiar lo recordado. He aquí que un enano y una jamona son las piedras basales del régimen. Si ponemos en medio de los dos a Zocodover gran cineasta patrio, matachín tayacán, tendremos cama redonda. Ellos son los únicos con derecho a opinar de lo divino humano en esta nación triste y desgañitada, quizás con derecho a voto, pero que ha perdido, pues se la arrebataron, la voz recia y sonora de Juan Español. Cuando no nos llega con monsergas ese várdulo que no tiene salero ni para aceptar su propia calvicie, pero es capaz de amargarnos la velada con toda una secuencia de explosiones a cámara lenta, pues aterriza en Nix con ínfulas de plenipotenciario del poder cosario, porque está en nómina de los herederos de la voladura del Maine. Los que hicieron saltar aquel acorazado por los aires y colocan bombas lapas en los bajos de automóviles de ciudadanos indefensos son lobos de una misma camada. ¿Cómo es que tuvo continuidad el tupé de Sagasta en el recorrido de don Castor o la desvergüenza inmoral del presidente Simpson en las catilinarias jesuíticas del ex cura cutre Pólux, al que apodan Terminator clamando una vez más aquello de delenda est Hispania? Amenaza con exterminarnos. Sólo se las da de valentón porque está bajo el halda de los americanos, que andan preparando por aquellos montes una guerra parecida a la de Supravia. Los que hundieron el Maine aquí siguen teniendo bula y ejerciendo de matarifes jiferos, encuentran corifeos, delegados y subdelegados aduladores por todas partes. Han apostado soplones y submarinos en las cantinas, en las redacciones y en los consejos de administración. Siguen empleando la misma táctica de tierra quemada que emplearon en el noventa y ocho. Parece ser que les surtió efecto, aunque no puede decirse de ellos que sean muy originales. Pero como llevan la voz cantante lo que ellos quieren que sea será. Nuestra brújula se ha vuelto loca. Le pasa lo que a la paloma borracha de Alberti, que se equivocaba. Por ir al norte fue al sur. Creyó que la mar era tierra, y montaña, la hondonada. Así estamos desatinando de por vida. Estáis todos trompas. You are wrong. Vous êtes trompés, advierte Ariadna desde su bastidor. Estampaba su rabia contra las paredes. La sensación de impotencia lo embargaba. Todo me sale mal. La desdicha se cobija bajo mis alares, pero nada puedo hacer. Sin embargo, ahí tenéis a Pol Pit, el comentarista del quinto, caldo de todas las salsas que se han cocinado por estas lumbres, ese que pinga de una acrotera, convertido en genio por una de esas veleidades que con tanta frecuencia se dan en la vida. Era el que le arrimaba las putas a Serafín Pérez Plumero y por eso le dieron un puesto en el panel hertziano. Tiene derecho a opinar, a escribir donde le dé la gana, pagándosele a precio de oro las colaboraciones. Y ahí lo tenéis con un puesto de contertulio en el espacio de Hécuba Piños, reina de las mañanas, un espacio en esta galaxia, que le reditúa sus buenos devengos y, además, le da un nombre. Antes, estaba enchufado en otro programa que llamaban La Voz de los Pajares, propietario el ciudadano Pío Lesmes, esto ya es el colmo, pero surgieron sus más y sus menos con el caudillo de ese espacio que suena de costa a costa y de arriba abajo, y que empaña el ánima de tarazón entre los radioescuchas y a su teniente de dólares mondos y lirondos, pues está visto que está es la hora de la confusión y de las tinieblas, pero también la de los Midas que informan y desinforman, que cabrean y acojonan, aburren y entretienen gracias al morbo sin ser graciosos. Ya peina canas el tal Pol y conserva su viejo aspecto de león de la Metro. Le miras y te recuerda el maquillaje de los protagonistas de aquellas películas en los que el paso de los años se signa con una pasada vertiginosa con la cámara sobre los tacos de un calendario o unos polvos de talco o una miaja de bicarbonato junto a las sienes, y el pelo negro de una escena se trueca en barbicano en la siguiente, pero no está encorvado y sigue siendo un hombre elegante. Al tiempo que bazucaba el moyuelo a don Serafín, para tenerlo satisfecho, mientras hacía de mesnadero y de correveidile en París del Asesino del Piles. Se le iba la fuerza por la boca en lagoterías pero a todos les caía simpático. En cambio tú, ñiquiñaque, no has hecho otra cosa que quejarte y viltrotear como un arlote, siempre cogiendo el tole, como los inadaptados, los descontentos. La razón de tu fracaso la tienes tú, que estás enfermo, no eches la culpa a nadie. En todos los sitios donde has trabajado nunca caíste en gracia, te rodeaste de enemigos, y siempre te despiden. Métetelo bien el molledo esto que te digo. No eches balones fuera. La culpa es tuya. No busques pretextos en que esto va muy mal ni en los judíos. Déjate de lilailas y entra en razones. Cesa de tus engurrios. Sé flexible, diserto, sagaz. Cada mañana al salir de casa ponte un abrigo o despójate de la chaqueta, y mira con atención para la veleta para saber de qué lado viene el aire. Pol Pit mudó de traje a modo y conveniencia cuando le apetecía. Este es un país de oportunistas, los lamerones hacen chazas. No hay que creer en nada, pero hay que aparentar tener fe, estar a la última, disfrazarse e imitar al camaleón. Tu amigo está donde está porque carece de escrúpulos, por haber hecho la higa a todas las ideologías. Fue anarquista y comunista, cantó la palinodia de los maquis en la serranía de Cuenca, y sin solución de continuidad entró en la nómina de sindicatos, quemó incienso en su loor y fue turiferario del dictador, dijo que Londres era un campo de concentración. Luego fue demócrata y millonario. Sin embargo, tú eres un muerto de hambre. No te quiere nadie. Ni tu madre, ni tu mujer, y tus hijos te quieren y te escupen a la cara. No te rindes. Te cobijas en tu casamata donde se agazapan tus ideas y tus recuerdos. Pol se solidarizaba con Pólux. Pedía la independencia de los asesinos, colocándose de la parte de los pistoleros. Lo que le pasa es que la camisa no le llega al cuerpo. Tiene más miedo que vergüenza. En punto a vergüenza, no se puede decir que fuera su punto fuerte. ¡Bah! qué más da. Todo se perdona excepto la insolvencia. Todo cabe. Tenemos todos buenas tragaderas. La clave del éxito de Pol Pit y de tu fracaso es que siempre hay que estar con el poder, aprovechar las ocasiones, la contestación sistemática nos lleva al exilio y al extrañamiento. Por eso, porque sabe manejar el cubilete, viste la camisa adecuada haciendo juego con el color de la corbata, se busca sus apoyos, sus tanganillos, Pol Pit se ha convertido en la vera efigie del triunfador. Eso sí, tan canalla como siempre. Ha traicionado y vendido a sus amigos, pero ahí le tienes. Por lo visto le hizo mucha gracia a la señora del presidente, Doña Carmen Collares a la que colmó de adulación, siempre se descuelgan con retahílas que gustan a las damas, y a la mujer del Carlitos, como todas, le privan que la laman el culo, pero las cosas le van bien, le sobran colaboraciones, lo llaman para presentar libros de autores que empiezan, suena su nombre en las revistas, su mujer no le es infiel, y le sobran muchas tardes veinte mil duros para ir a jugárselos al casino de Torrelodones. Por la pascua, las noches que Cristo resucitaba, no se hacía conmemoración significativa. Bramaban las radios, cual vírgenes necias, porque aquí la prudencia se reserva sólo para lo política, en otras esferas se implanta el todo vale, de la Hesperia de la Vuelta de la tortilla y de la sartén por el mango. Sólo nos mueve un deseo: volcar la cruz.
-Pues ahora sí que estamos listos. Aquí se deshará la
herencia de Isabel y Fernando.
-Gol en Mendizorroza, penalti en Las
Gaunas, tanganea de Redondo, galopada de Roberto
Carlos.
Habíamos aprendido la lista de todos los campos de
fútbol, cuando proscribieron por decreto se enseñara en las escuelas la
retahílas de los reyes godos que ya no servían para nada pues dejamos de cruzar
apuestas con nuestro orgullo nacional. Hespérida ha dejado de ser
católica y algún listo apostillará por lo bajo aquello de afortunadamente
y con fundamento. El régimen democrático se consolida a base de patadas millonarias
al balón, pan y circo, prensa de bulevar, bailes de candil. Los embarques de la
jet en el reactor de la noche de liviandades, faz cansina y casquivana. El
siglo futuro. Esa rubia de las dos está bien de ancas, pero me parece que tiene
los ojos un poco fríos. No es mi tipo. Hay beldades que no me dicen nada. Todas
ellas son mozas escogidas. Desterradas las vestales, ocupan el Partenón de las
vírgenes, son las nuevas diosas, culto al cuerpo. Debes de ser tú, que estas
para pocos trotes. Aquel año una leva de descamisados del Ejido se desplazó
a Sevilla para causar tumultos durante las procesiones. La
autoridad salió por peteneras alegando no sé qué historias acerca de
un juego de rol, pero los verdaderos alborotadores eran topos que pagaron las
sinagogas yanquis, como que ese día se cumplían poco menos de veinte siglos de
que mataron al Señor. Ahora volvían con sus alegatos, sus mohatras, el
eterno ¿quién yo? Sus coartadas. Al amo de Sede Baldea,
que había declarado al Galileo persona non grata, y políticamente incorrecto,
para transformarlo en un Jesús gringo, hecho a imagen de sus gustos tele
predicadores, de adventistas del séptimo día y de parrafadas behaítas y
estudiosos de Isaías a lo Billy Graham que propugnan una conversión
de los cristianos al mosaísmo, no le gustaba la superstición ni los aspavientos
macarenos. Brillaban los alfanjes. Debajo de la chupa estaban escondidos los
filos de la cimitarra. Abajo las procesiones. Juegos de rol dices. La
prensa tan bien informada desinforma y sólo habla de las cosas que no
interesan, crispan o aburren. Los costaleros abandonaron los pasos, dejaron por
el suelo los penitentes tiradas las cruces y los acólitos, turiferarios con el
incienso y ceroferarios con los blandones tomaron el olivo y algunos cofrades
se desprendieron de sus cíngulos, y tiraron el capuchón al Guadalquivir en una
madrugada de pavor. Muchos pensaron esto es la guerra, ya están
aquí y no era cuestión de dejarse el pellejo por una mala saeta y no estar
presente en la feria de abril. El ambiente de confusión que sobrevino recordaba
la misma noche del prendimiento que el pío alarde rememoraba
al lanzarse a la calle con sus cristos dolorosos al
hombro. A Cristo volvían a dejarlo solo, como los apóstoles en Getsemaní cuando
se presentaron las turbas. Todo el mundo cogió el tole.
V
Estaba escrito: It was written: Omnes fugerunt. Los acontecimientos de la madrugada hispalense en contra de los que aseguraron los medios, no fueron del todo fortuitos ni el resultado de una alborada loca de cuatro mozalbetes aburridos que habían abusado de la manzanilla o fumado unos canutos de más; respondían a una intención premeditada y aviesa, aunque la maripavas con un guiño de ojos y una leve insinuación a la sonrisa tratasen de matizar la levedad del suceso. Estaba claro que semejantes manifestaciones pasionistas a estas alturas del tercer milenio estaban fuera de órbita. Las procesiones pertenecían al ámbito de un pasado negro, los penitentes recordaban al Ku Klux Klan, qué miedo, según decía una crónica de la corresponsal del New York Times, apellidada Fucus (zorra en judeo alemán). Quien manda, manda En Madrid pasó algo parecido. Algunas cofradías no se atrevieron a salir o acortaron el trecho de su recorrido por miedo al ambiente enrarecido. Bandas de chinos y magrebíes se enzarzaron a palos, mientras desfilaba uno de los pasos, por el control de la Gran Vía. Un moro empapado en cerveza, irreverente y poco comedido, por no decir fanático con todo aquello que no está en el Corán ¿Es esta la tolerancia que nos quieren meter por los ojos las altas instancias?- se acercó a una fila de nazarenos y le metió mano por debajo del hábito para ver qué había. Era una señora y empezó a dar gritos. Nadie de los que presenciaban el alarde de disciplinantes desde la acera movió un dedo para ayudar a la pobre mujer ni defenderla de su atacante. El mismo pánico que en Sevilla. Menos mal que había policía por allí cerca y se lo llevaron al cuartelillo donde lo soltaron al cabo de dos horas, cuando se le pasó la mona.
Una retención hubiera sido ilegal. Se hubieran echado encima los periódicos esgrimiendo alegatos xenófobos y los cantamañanas y corifeos del sistema se hubiesen rasgado las vestiduras. El Umbral, sin ir más lejos, aunque ya está viejo y le rila la mano del tembleque, hubiera enhebrado uno de sus panegíricos progres y media nación se habría tenido que tragar los libelos de un tal Pimpollo Hijo de Tal, campeón de los tránsfugas. Al pobre guardia se le hubiese caído el pelo, después de que sonasen por todas partes gritos habituales contra la superstición, el nacional catolicismo y contra el Gran Almocadén, baluarte de la fe de un pueblo que, por lo visto y a decir de los consabidos zoilos y aristarcos que reparten el juego en nuestra cultura, tuvo la culpa incluso de las procesiones. Estaban los ánimos de los indígenas por los suelos y la moral del enemigo, fuerte, ad utrumque paratus Si un cristiano hubiese hecho lo mismo en la Meca, el resuello en sus pulmones no hubiera durado ni tres minutos. Habría caído víctima de un linchamiento muriendo en manos de los seguidores del profeta que no soportan este tipo de bromas con su religión. O sino que hable Istmo Margrave, el Hijo del Mal.Sin embargo, según Carlitos Bigote, en las Hesperias todo iba a pedir de boca. España va bien. Cada vez se le iba poniendo más cara de payaso. Sólo le faltaba la caña para ser una perfecta réplica de Huta el Montero Mayor. ¿Moros en la costa? Ni mucho menos. Ya vigilan nuestras procesiones, consumados los objetivos de la operación Sweep in, un barrido demográfico, un movimiento de pueblos, cáfilas étnicas. Cada vez, más demócratas. Ladraba bien el perro chico debajo de las patas del mastín de dientes en fila. Nos apuntábamos a todas las movidas y siempre estábamos con el hatillo preparado para mandar a nuestros a engrosar misiones de paz armada. En esto, cuando, tras aquel incidente de las pandas infieles y pasado el revuelo que con el sofaldar a la pobre nazarena se preparó, más impresionante era el silencio de los fieles que iban en pos de la imagen del Braun, volvió a sonar una estentórea carcajada, al pasar cerca de las puertas del Corte Inglés. Fue como un estruendo. Otra vez los ánimos volvieron a encogerse.
-No si de remate no nos van a dejar que paseemos al
Cristo en paz. ¿Qué fue eso?-
exclamó un vejete.
-Colasa que peyó- le contestaba un chistoso por fuera-
a lo mejor es que acaba de hablar en el vientre de su madre la mora Aixa.
Al jefe de los anderos le dio un ataque de risa. Un
hermano mayor haciendo sonar su vara de cofrade sobre el pavimento pidió
recato.
-En fila, penitente. No te distraigas,
sigue la linde. Un poco de respeto, por favor.
Una moza que en aquel momento había mandado parar la comitiva para entonar una saeta hubo de abandonar el encaracolado del balcón en cuya barandilla apoyaba las manos. El profeta se había ido de bastos. Había vuelto a levantar su pendón verde por las estrellas calles del viejo Magerit que no era sino una corruptela cacofónica del Matritum o Templum Matri romano pero ahí nos las den todas que la mentira se acoge y a la verdad se la destierra, que ahora se llamaba Nix Rasilis, pedía las llaves del castillo famoso que por lo visto un día le pertenecieron. Quería vengar a su antepasado Miramamolín. Iba otra vez de taifas. Volvíamos a estar en las mismas. Buena pascua te dé Dios, Madrid, que te quedas sin gente, de cristianos, quiero decir, aunque sigas siendo acogedor y hospitalario con el extranjero. Los pedos del profeta son un signo que anticipan siempre la llegada de una nueva guerra santa. Aquí seguimos mientras tanto nosotros con nuestras cuestiones acidalias que recogen las horruras y miasmas de las tómbolas. Cien mil duros por salir en pelota viva ante las cámaras y cincuenta millones de una sentada por hacerlo con el conde que todo lo enseña y nada esconde. Fue la guinda, el ápex, la coronación de un ambiente sicalíptico, de un país gusanera con macas en la piel cancerosa, el no va más del erostratismo venal. Se nos subió de pronto la eretina morbosa y todo acabó en eretismo y en ergasmo, que nada tiene que ver con orgasmo. Nos han envenenado. Hemos de beber en una copela nuestras propias cenizas, si queremos purificarnos que lo veo difícil.
Por el otro frente la tamborrada seguía su curso
impertérrita y algunas buenas mujeres se santiguaban mirando con ojos
anhelantes para el Jesús, vestido con una rica túnica violeta, con bordados de
oro, luciendo una impresionante peluca que perteneció a un hombre, en el que se
le veían caer los rizos cubriendo el rostro macerado y que no era por lo menos
sintética. No bendecía, pues llevaba las manos atadas con un
cordel. Sus ojos se ensimismaban contemplando una distancia que sus
devotos de los Primeros Viernes dicen que es el recorrido del gran perdón.
Empezó a llover. El cristo quedó quieto en medio de
una estampida de gentes que se esparcían en todas las direcciones como
impelidas por una carga de caballería. Lo taparon con un plástico. Rayos de
granizo que caían oblicuos habían iniciado los primeros movimientos de una
danza a partir de carreras y de pedriscos. Algunos de estos meteoros eran del
tamaño de huevos de golondrino.
Una paisana de mediana edad quedó agarrada a los
faldones de la carroza, gritó:
-Ya veo, Jesús mío.
Se había producido un milagro. El Señor acababa de pasar dejando una estela de sanación y bienaventuranza. Sin reparar en ello, y menos pensarlo, eran de arribada los días soleados de la Bestia. Con enojo soplaban las furias del averno. Ahí las tenéis en acies instructa las escuadras formidables, las formaciones compactas. Se muestran arrolladoras. Serán implacables. En plena sobrevienta del Paráclito, nada queda en pié porque el Espíritu todo lo arrasa y los transforma. Construyen una armada sin fisuras y su ariete golpea las puertas de bronce de la ciudad alegre y confiada. La fuerza del rezón, que bate nuestros muros, rompe ya los ataires. Vivimos bajo el signo de Aries. No hay socarrenas ni credencias en la pared, ni un triste clavijero al que agarrarse, un urce colgante que asir en la caída; vamos donde la ley de la gravedad nos lleva. Llegan, ya llegan, presidente. Por todas las partes se cuela un viento de liberación. No tenemos estribos en que posar nuestra invalidez. A pesar de todo, no permitáis que esas merdellonas os llenen del pringue lascivo. Mantened a raya vuestra castidad, fieles servidoras y sacerdotisas del templo de Vesta. Vigilad y orad. En marzo del año dos mil, año infausto del triunfo de la Bestia, después de los comicios en los que Bigotito Cornejo, que habíamos criticado mucho al Gran Filipo, ese que se nos presentó con aires de gañán y que recordaba un poco a los vándalos enarbolando amenazante el pavés como un gran puño que descargaría sobre nuestras cabezas hasta que a Hesperia no la conociera la madre que la parió, pero Bigotito Cornejo era mucho peor porque consumó la obra de desmontaje de la catedral que el otro iniciara, revalidó su mandato- reapareció en el balcón con su mujer Carmen Collares, y por detrás Pol Pit bailándole el agua, hemos ganado, y a buenas horas mangas verdes, lo próximo se heló en ciernes, americanos os recibimos con alegría, Sicosis. Bigotito Cornejo sonreía con cara de liebre, tenía la gracia y la habilidad del perrillo de aguas ladrando bajo la barriga del dogo- empezó a gestar un plan de escapada, buscaba ya la querencia del norte. ¿Una depresión? ¿El desamor? Quia. Sólo se puede hablar en puridad de depresiones barométricas. Así se llama a los valles en artesa, a los desniveles y a los hundimientos de terreno, según se entiende en pedología y en topografía. Esa maldita expresión es un anglicismo que cubre de enojo y de engurrios la vida moderna. No hay tal. En cuando a amores y desamores, desengáñate, Gnadio, pues visto lo que le sucedió a Iván Ibáñez en un bar de carretera, habrá de sospecharse que es tan ya vacuo concepto la palabreja, vago comodín de nuestros desencantos. No sabremos nunca lo que le pasaba puesto que el alma de Verumtamen era cosa hermética, pero habría de sospecharse que se trataba de acidia primaveral. La tristeza viene y se va como la alergia. El alguarín tras el garaje que había habilitado de escritorio, oratorio, fumadero, biblioteca, garita de escucha, y observatorio astronómico para contemplar las estrellas, recibía la luz rastrera del alba a través del montante de un ventanuco que daba al jardín central de la urbanización, donde ya entramaban las ramas de los chopos y campeaba gloriosa la enredadera sobre los sauces. En el centro del corral volvía la primavera también al tronco del abedul totémico y era talismán de veneración este arbusto, porque habiéndolo tomado de uno de los bosques sagrados que hay en Asturias, entre los gollizos del monte Pascual y las breñas de San Agustín, que dan la última escolta al Uncín antes de su abrazo con el océano por la mar de canchales de Acebedo, siendo no más un exiguo renuevo, una tarde de agosto de los ochenta, lo trasplantó a la Despernada y embarbó como por milagro sin acusar merma por los calores y el cambio de terreno. Ahora exornaba el muro de la pared que mira al jardín. También agarraron dos laureles y un castaño del Cantábrico. Las tapias se emboscaban en una guarnición de jazmín y madreselva. Anclados en aquella habitación en los bajos del edificio tenía caminos y puertas, miradores, atalayas, que llevaban al plano infinito, la heredad inalienable de un alma, una razón de ser y de existir. Aquel era su universo y su medida, las glorias, memorias de una existencia recatada, su divertido titirimundi, el cosmorama panóptico que le acercaba una visión de las cosas a través de los libros, las radios portátiles, los retratos amados y los objetos acaparados que le ayudaban a recordar instantes y personas. Era de inclinaciones fetichistas, creía en el poder que despiertan los objetos conservados como reliquias de un tiempo que no volverá. La onda corta y los varios receptores licitaban el acceso a otras atmósferas transformándose en ecos de una caja de resonancias maravillosa. Abría las cancelas de la fase alfa. No era el cascarón vacío, sino la vivificante cámara donde se produce en cada ocaso y en cada madrugada unos particulares oficios de sus propios fatamorgana. No hacían falta otros sacramentos. La administración de los sagrados dones corría a cargo de una singular eucaristía interior. Por allí entraban las ideas de la estepa y alzaba el gallo un ruiseñor maravilloso políglota y multiforme. Si el ojo es el sentido más rastrero y cabal que tenemos, el de lo pecaminoso y el de los espejismos, a través del oído se abren de par en par las puertas del adentro. Uno de sus efectos más significativos es la psicorracia (liberación del alma), como resultado de esa agonía que libran en el éter las ondas hertzianas, el universo por el que vagan los espíritus, allá donde el amo americano no mandan, ni tampoco el anticristo, pelleja blanca y quiroteca de piel de cordero, pero colmillos de jaguar, nos causa bochorno, porque anuncio a toda la cristiandad que en el Vaticano ya no son de los nuestros, se pasaron a Clinton con armas y bagajes. Crecían allá afuera los rosales y hasta un lilo que compró en el vivar de la Despernada el año 85. Los transistores para la escucha de estaciones lejanas conectaban con una realidad que se acercaba al mundo de los sueños, alejando de aquel ambiente chato, carnavalesco y ágono de ilusiones, de la hostilidad decepcionante y amedrentada de lo que denominan democracia, que no es sino un totalitarismo. Pólux, tratando de esconder su calvicie y Castor arengando a las mesnadas yanquitarras, clamaban por la independencia y el fuero. Todo aquello con sus novedades, alifafes y garambainas, como las urbanizaciones, y la píldora mágica, el viagra, habían sido implantados por el Nuevo Orden. Siempre debería ser así la vida del topo, del exilado interior. Sin embargo, el apóstol nos exhorta a vestirnos de la armadura de dios. Hemos de aguantar contra los adalides de las tinieblas del mundo, y que su grata misericordia recobre la delantera. Per orationem et obsecrationem, orantes in omni tempore in spiritu et in ipso vigilantes omni instantia. Obsecración, bella palabra. Invócame y yo te liberaré. Orad sin intermisión, recapitulaba siempre el salmista. Verumtamen iba escalando por los abrojos la senda del monte de la perfección, su honra y su buen criterio enterrados bajo los basilares del antiguo amor, que también se llamaba María. Infinitas veces había tratado de huir, agotadas las posibilidades de solución, para llegar al mismo punto de partida. Tú no tienes solución, vete a un médico. Morirás como un perro. Tenía que subir la cuesta amarrado a frases que eran pinchos y clavos, al fin y al cabo el cerco de su corona de espinas. Su Gólgota se llamaba la muerte civil, pero allá estaba el espíritu que lo ataba como una argolla circular a sus propias rejas. Mira, no te me despistes, bordonero.
-¿Qué hay de
cenar?
-Gallofa.
Tenía que entablar palique con su propia conciencia, y
de estos soliloquios sin hilván están naciendo estas analectas, mosto pasado en
el trujal de mi memoria. Los cuévanos de la vendimia de mi vida no son capaces
de abarcar ni de contener tanta malparanza y fastidio en los alijares y campas
del desamor. Un hombre solo escribe. Cuando hay dos hacen la guerra o el amor y
gritan.
-Soy bordonero y ¿qué pasa? Voy camino de Santiago de Galicia, retaguardia de las Españas,
punto de arranque de la cristiandad. No sé si creo ya. Señor, que crea. Devuélveme
la antigua fe.
Era aquel alguarín cárcel de sus libros, paraíso de
sus sueños, sagrario de sus manuscritos literatos y gaveta de autor siempre en
ciernes. Nunca llegarás a misacantano. No pasarás de seminarista, camarada.
-Tuve mucha vocación, pero me rechazaron.
Se quejaba de la esquivez del destino y de la
incomprensión de los suyos pensando que sólo en el cielo, o en el infierno,
podría dar a la estampa sus obras completas.
-La vida te ha jugado malas pasadas, pero que conste
que no eres el primero ni el último. Publish and be damned, frase hecha que nos define quizás a los periodistas y
a los escritores de a montón.
-Eso lo decía Lord Thompson de Fleet Street, uno de
los hombres más ricos del mundo.
-Y también de los más tacaños.
-Creó un imperio en Canadá, llegó a poseer la cadena
más importante de periódicos de habla inglesa. Su heredero es Rupert Murdoch,
ese judío australiano.
-¿Lo enterrarán también en el monte de los Olivos como
a Maxwell, el otro gran midas de las comunicaciones?
-Esa viene siendo la costumbre.
Las lomeras de los libros con su voz callada (a ratos
carcajadas, y a veces gritos desgarrados de dolor, quejas del desengaño)
intentaban disuadirlo de lo absurdo de la peregrinación.
-Entra en razones, no seas bobo. Si te largas lo perderás todo y ¿adónde vas a ir tú a tus años? No tienes la piel para
sopista. Que se vaya ella.
-Soy un zángano.
-Ya lo sé, pero tú paga no hay quien te la quite y,
además, a ti te ocurre lo que a tantos y tantos españoles: no dan un palo al
agua.
El milagroso icono de san Nicolás, enviado desde Rusia, un Pantocrátor así
como el retrato de la Madre del Verbo Encarnado, la que fue en la tierra
humilde esposa de un carpintero nazareno, tallada por un yurodivi de Novogorod,
y tenida por milagrosa puesto que fue el rostro que él tuvo la gracia de
contemplar a través de los fresnos borneados, en el firmamento de la montaña de
los Abantos una tarde del trece de mayo del 95, le empujaban a perseverar. Ten
fe. Dios te protege. Aquel atardecer de primavera se te dio una señal. Eres un
monje y ésta es tu celda. Aquí se reclinan tus oraciones y de este altar parten
tus himnos de expiación. Una lamparilla perenne lengüeteaba en la penumbra al pie de las sagradas
imágenes. Sentía él su protección, la de la dulce señora. Aquel suceso lo
trataba de olvidar pero pesaba siempre sobre sus actos. Se había enquistado
cual auto reflejo en su memoria. San Nicolás bendecía a la bizantina con dos dedos extendidos. En su mano
izquierda, sostenía la bola del mundo. Brillaban los rubíes en su casulla de
oro macizo. En una bolsa de deportes guardaba las grabaciones de
las misas ortodoxas celebradas durante los ochenta en Atenas, Kiev, Moscú,
Helsinki, Belgrado, como un troje sagrado, cuyas emanaciones sonoras hacían
descansar el alma haciéndola vagar en noches triunfales de Pascua, cuando
apunta ya la primavera. Torrentes luminosos, como una catarata de energía beatífica,
brotaba de las cintas que eran la exaltación clamorosa de la
polifonía. Sonidos que restañan las heridas del alma y transfiguran al henchir
el corazón de anhelos de eternidad.
¿Por qué sufro? ¿Cómo es que moro en esta tierra de rencores y vivo inmerso en la monotonía
rutinaria? Habiendo soñado tantísimo y buscado la cumbre, me hundo en la sima.
A esas preguntas aquella música daba una respuesta en claves mágicas. Eran la
proyección de su vida idealista enterrada entre libros que ya no leía nadie. Crepitaban
sobre el raso de aquel sotabanco, la buhardilla del poeta, la torre de marfil
donde se acogía a sagrado, alientos de trascendencia.
Oía una voz que dijo:
-Yo te rescataré de las garras de Erifos.
Un ángel de blonda caballera y rastro dorado pintó de
nubes la pared. Vio una niña el rostro cubierto de efélides. Ya sabes quién es.
Te llamarán por siempre All Queen Helén. La faz luminosa que ahuyenta las
tinieblas. Violines de ausencia lloraban aquel rostro. Era una
sinfonía en tres dimensiones que conjugaba los tres tiempos. Entre vayas y
veras sentía Verumtamen una dicha embarbar como el esqueje de una árbol trasplantado
en la almáciga, un ejido de sueños que riegan por privilegio las lágrimas de la
añoranza. Yo temía un amor, All Queen Helén, por el cual me sentía participe
del cosmos, y coadjutor en la tarea de crear el mundo todos los días. Todo
aquello me brindó un ojo mágico para mirar a través de la cerradura de la
ilusión la tarbea iluminada por una tarbea incombustible donde crece la dicha y
no cabe el llanto, ese lugar que el Redentor tiene aparejado para los que
portan su cruz allá en las moradas celestiales. Sólo eso me sostiene aunque hay
días en que dudo. No sé. Todo me parece un absurdo, incluso mis propias
creencias. En el término de la Despernada, surcado por dos cauces fluviales y
un paisaje tapizado de encinas y de carrascas, se eleva un castillo roquero del
siglo trece, estilo mudéjar, desde cuyo torreón se otea un paisaje de dehesas
encendidas de una luz interior como en la pintura de Velázquez, adusto cinturón
de Madrid que inspira canciones báquicas. Todo tiene un color ópalo. Aquí en
dos semanas del mes de julio quedaron sepultados setenta mil hombres. Quizás a
esa causa infausta se debe que la configuración de la contornada posea un
aspecto lúgubre y fantasmal. A veces a través de los trigales y de los
escalios, a punto de dar su última cosecha, porque estos terrenos están siendo
sujetos a la presión calificativa de las inmobiliarias, algo en el aire
recuerda a los muertos. Es una presencia callada, pero densa que impla las
colinas que hace gemir el viento. Las encinas, los añojales entonan un responso
por los caídos. Los caballones parecen túmulos y las antiguas parideras que
pasaron a ser luego casucas de los chatarreros que durante años se
ganaron la vida a la busca, requisando el metal de las espoletas, parecen
túmulos. Recoger plomo y metralla y hacerse con las helgaduras y miasmas de
cobre que suelta la munición destrozada fue lucrativa profesión
en posguerra, aunque peligrosa. Algunos chatarreros dejaban la vida
en el intento, o una mano, una pierna, un ojo. Brotando del interior
llega una voz lúgubre como el de un canto epicedio. Desde los surcos se elevan
jarchas silenciosas y espectrales. Es lo que sintió muchas veces Verumtamen y
lo que siento yo que me pateado de cabo a cabo las mochas. Hay la mocha grande
y la mocha chica y en el comedio de ambas suertes una loma donde se alza una
atalaya y un repetidor de televisión, así como la alberca y los pozos de los
antiguos depósitos del agua. En este lugar se riñó la más
encarnizada de las batallas al transcurso de la ofensiva sobre
Brunete. ¡Dios mío,
cuántos muertos! Nada menos que dos centurias de Falange, una bandera de la
legión y varias unidades de blindadas de las brigadas internacionales y una
sección de guardas de asalto perecieron en vísperas de la fiesta del Apóstol de
1936.
VI
La faz de Floro Sanz, que apareció en su carricoche
accionado por pilas - se lo habían traído expreso desde Alemania y
era muy cómodo, no tenías que empujar las ruedas, pulsar un botón a manera de
timón que el beneficiario de aquel invento último modelo para ambular y
desplazarse- parecía la de un espectro. La plaza del Arrabal se nos brindaba
como un inquietante escenario mágico con sus soportales, la acera amplia y los
morrillos, impresionante escenario en el cual todo lo llena la fachada del
templo de santo Domingo de Silos. En Arévalo nunca hubo dominicos, explicaba el
cura don Serrano.
-Yo me llamo Florentino, pero me dicen todos el Cojo
de Mamblas. Soy mutilado de guerra.
El pelo echado hacia atrás, todavía espeso y entre
cano, la mirada de águila caudal, de ojos vigilantes, el continente adusto y
pirrónico. Se le podría tomar como un severo Licurgo, seco más que un cuáquero,
si desde que dejara de fumar, no tuviese por costumbre chuperretear caramelos,
no hacía otra cosa en todo el día. Los dulces los mascaba, los ronchaba o se
los daba a los chiquillos. Un obús le segó la pierna izquierda a cercén el
primer día de la batalla de Brunete. Casi ni me di
cuenta. Recién desplegada toda la centuria, andaba como despistado y
falto de sueño, porque había pasado una noche de traqueteo. Nos llevaron al
frente desde un camión. Hoy va a hacer calor, Floro. Sí, pero es lo suyo. En
plena siega estamos y aquí por lo que se ve- dijo echando un vistazo de
forastero a los campos de Quijorna- se les encamó la mies. No les ha vagado a
segar ni a recoger. Este año se pierde la cosecha. Si sólo fuese la
cosecha...Fue en ese momento cuando escuchó el grito de un cabo: Acuerpo a tierra, todos al suelo. Sentí primero calor,
luego un frío algente envolviendo todo mi cuerpo, y algo que se tronzaba, que,
habiendo estado regado por el río de las arterias, quedó desvinculado y yerto.
En un instante se me apareció como en un fucilazo toda mi vida pasada. Vas a
morir, Florito, me dije. Sólo me atreví a proferir un grito: Ay, Virgen de
la perpetua angustia. De pronto me vi izado por los aires. La explosión fue tan
violenta que se llevó por delante toda la albarrada de adobes y de sacos
terreros que habíamos construido. Disparan los ribadoquines escoceses. Es la
columna Walter de los internacionales. Hijos de mala madre. No me enteré de más. Cuando desperté, estaba en la
camilla de un hospital de primera sangre en Talavera y al lado de mí estaba el
páter del Regimiento de San Quintín:
-Ha sido un tiro de suerte, hijo mío, pero a lo mejor
hay que cortar.
-El ¿qué, padre?
-La pierna.
Lloré a lágrima viva maldiciendo mi
suerte. Si me hubiese estado quieto cuando vinieron los de
reclutamiento pidiendo voluntarios para el frente, si me hubiese llamado a
parte sin dármelas de macho, a lo mejor hoy no era cojo, pero estaba escrito.
Aquella bochornosa mañana de julio marcó para mí el principio y fin de la
contienda. Había una gran desorganización y en medio del jaleo muchos no
sabíamos dónde íbamos. En la vida habíamos visto un fusil ni una triste
escopeta y las armas que nos dieron, o era de la guerra de la Independencia, de
aquellas de avancarga o carecían de munición. Luego vinieron tres años de
peregrinaje por hospitales. Del que me acuerdo bien era el de Ávila. Había una
enfermera muy guapa que me hacía las curas. Nada más tocarme aquella moza con
sus lindas manos acariciadoras y mirarme de soslayo con sus ojos celestiales,
el sexo apagado resucitaba, se me levantaba todo mi cuerpo hasta la propia
pierna que me segó en el obús, quería latir, echar para adelante. Gracias a
ella no me vine abajo, pero nunca he vuelto a Quijorna, que es para mí un lugar
maldito. Los hados aquella mañana no me confirmaron en la dicha de los
escogidos, sino todo lo contrario; a partir de ahí se desencadenó sobre
nuestras cabezas la malandanza. Los senderos de la mística, al igual que los de la milicia, son escabrosos,
pero cuando se tienen veinte años casi se desconoce la ruta y el camino que
sólo se intuye. Uno es inconsciente del precipicio sobre el que se ciernen
nuestros pasos. En tiempos del almocadén victorioso recibí todos los honores de
caballero mutilado y hasta me dieron un empleo: factor del tren metropolitano y
fui puesto al frente de una garita donde se expedían billetes. El almocadén no
tenía que haberse muerto nunca. No me importó servirle ni derramar la sangre
por la causa que defendía nuestro jefe, el cual, desparecido, mudó nuestra
fortuna con la llegada de los renuncios y los cargos de vindicta. Los
derrotados pasan factura. Entonces no tuvieron cojones, perdieron, y ahora nos
vienen con reclamaciones y monsergas. De caballero mutilado, fíjate, he pasado a ocupar el
puesto de jodio cojo. Nos han rebajado de categoría. Nos degradaron sin
respetas ni alcurnia ni méritos de guerra, derechos
adquiridos, tienen sartén por mango, se han arrogado la ley, aunque
todavía su versucia no les aconseja alacridades y andan con tiento para con
nosotros, conscientes de que, si otra vez nos liamos a tiros, otra vez
perderían el sombrero y saldrían de naja, con el rabo entre las orejas. Deben
de ser los hados hespéricos los que están de nuestra parte aunque nos hagan
sufrir.
Florentino era un místico en realidad y esa santidad
suya, de la que no hacía alardes, lo había convertido en un gran intuitivo.
Conservaba toda la híper lucidez de la iluminación interior. Me llaman el cojo
de Mamblas pero yo nací en Ontiveros como el fraile reformista, a veinte
minutos de acá en el coche de línea. La Dorada tendió los pliegues de su manto
tejido en los batanes célicos con tisúes de misericordia y quedé a salvo, pero
no es que se lo tenga que agradecérselo mucho, la verdad; mejor hubiera sido
que el tiro me hubiese dejado seco, la vida que he vivido no se la deseo a
nadie. Hombre, no te quejes. Tu buena paga, y tus buenos
cigarros puros hasta que te dejaste la cigarra, de tarde en tarde una visita a
los monumentos.
-No, señor. Yo nunca lo probé. Muero cojo y virgen.
-Qué cosas tiene Vm. Floro.
-Pues si te digo que es de lo único que se me va algo de ansia, y ahora me
arrepiento. Tenía novia para casarme y con lo de la pierna también la perdí.
Luego me acobardé. Yo no estaba en condiciones para apeldar con responsabilidad
semejante. Soy muy mirado para estas cosas.
Su aspecto era el de sacerdote, pero había perdido la
fe. Su usura le llevaba a decir verdaderas barbaridades de la monja que lo
cuidaba. Yo luché por defenderlas, yo perdí la pierna por su causa y ahora he
descubierto que todo es una engañifa. Sólo tienen un altar para el dinero y
profesan la avaricia por religión. Ojalá aquella bomba me hubiera cercenado no
ya la extremidad inferior, también el cuajo.
-¿Cuántos años
tienes, Florentino, cuanta luz ha caído derramada sobre esos ojos de autillo?
-Ochenta serán los próximos que cumpla.
-Hay que tener resignación. Ya sabes: el dolor
purifica.
-Esos son bobadas. Las penas te vuelven o más
gilipollas o más hideputa. Yo soy conozco, lo reconozco, pero la pata chula me
ha convertido en un cabrón con pintas. La arcera a las que nos sube la
desgracia a los imposibilitados no es un coche de punto. Cuanto más viejo, más
pellejo, y cuanto más lacerias, más miserias. Nuestras mermas y nuestra llagas
van en contra de la armonía natural. Está claro que cuando era joven e
idealista no pensaba así, pero una vida arrastrándome con muletas
o sobre una silla de ruedas me hizo cambiar de opinión. Hablaba las cosas como son con la impasibilidad
objetiva del profeta que se ve a sí mismo como un pelele y su acento rotundo de
perdedor era apodíctico y convincente. Mi pierna quedó enterrada en
un trigal de la Despernada, caray con el nombre, pero en la teología hay
númenes y claves que explican el decurso de los acontecimientos, era un aviso,
me la arrancó mi infortunio o los hespéridos dioses vengativos. O, a lo peor,
porque así estaba dispuesto que pasara a expensas de la pura casualidad. El sol
de aquella llanada azotando de firme los caballones, los surcos y las tenadas,
habíamos ido a guarecernos a la querencia de una paridera, y fue allí donde nos
cascaron los artilleros de la columna Walter, qué vendrás a tomar el té con la
reina, quía, y el vino de Navalcarnero tampoco me peta, desde entonces no lo
pruebo nunca y cada vez que se cruza un inglés en mi camino me pongo
malo, ¿Qué vinieron a hacer aquí aquellos valentones
brigadistas? ¿Qué se les
perdió en nuestro suelo, me cago en su reina? Después me dieron la
laureada. La gloria sucede a las cenizas y mi pierna la enterraron en el osario
del cementerio de Brunete, según me dijo uno de mis camaradas que de aquella
salió teniente. Era mi quinta angustia. No he nacido para otra cosa que
para ser cojo ¿Qué te parece? Vivo una residencia del Barrio Húmedo pero
un día fui un héroe. Florentino, tú dispara, decía el compañero. Ya vienen, ya
vienen. Joder, ¿por dónde? No
los he visto. Malditos rojos. Hablan el chauchau pero cuando tenían
que decir un taco blasfemaban en romance. Así eran de pistonudos. Los moros, en
cambio, nunca juraban. Se limitaban a sonreír o lamentarse sentados en
cuclillas aferrados a la novia (el
mosquetón), aceptando, fatalistas la voluntad de Alá.
Me llevan en la archera como llevaban a los sacerdotes de Júpiter ya
ancianos, envueltos en su laticlavia, y paso los puertos en
mi carruaje de lisiado y las montañas. Cruzo los gollizos de la
paramera con sus gargantas allí donde el paisaje se descuelga con trazas de cíclopes
y atlantes, que un día fueron colonos de este mundo, sus cuchillares y sus
gargantas. Me atizaron en Brunete, me dejaron renco, lo mismo da, y ahora
queréis que yo sea amable, que os sonría a todos al pasar. En la iglesia me
sentaba en el banco de las autoridades, y el monaguillo, nada más pronunciar
aquello de digan ustedes la confesión general me venía a darme a mí
el primero el agnusdéi de plata y luego la epacta. Yo creía que los curas
incluso me iban a donar a perpetuidad una hornacina en mi parroquias de Mamblas
como mártir de la causa, pero me engañaba. A nuevos añalejos, otros trebejos, y
otra iglesia, otro santoral. He dejado de ser caballero mutilado para englobar
el suerte de los jodidos cojos que arrastran su pata de palo por los caminos de
la patria. Me han bajado a tercera división. Pero los santos estamos en la
obligación de ser amables, en la vida quejarnos. ¿Me escuchas, te estoy hablando, librero de los
cojones?
-Te escucho, Florito, aunque tengo que estar al santo y a la limosna. Ya
vemos lo ingratos que somos, los libros en los que tus gestas se propalan no
los quieren nadie.
-Toma porque no es más que literatura. Mentiras y
gordas.
-Mucho más mienten los de la política.
-Pero ahí están. Siguen haciendo el despeje plaza.
Carlitos el del bigote y la sonrisa de conejo ha nombrado nuevo gobierno. Tres
ministras van a tres carteras ministeriales. Evacuó consultas
con Hécuba Piños. Sería impolítico no ser feminista.
-Vanidad de vanidades. Aquí no superamos el atasco de
la frase hecha: entran los de Arrese, salen los de Solís.
Hablaba con convicción aunque sin apresuramiento. Le
resultaba difícil entender el porqué de su abandono. Buscaba el hilo de Ariadna
entretejido en la caótica pleita de las vidas de cada cual y allí se perdía al
no encontrar sino absurdos. Su pierna quedó enterrada en un llamazar de la Despernada. Nada tenía
ilación ni lógico, nada en su vida casaba con nada, al echar la vista atrás,
que el futuro no le asustaba; no le quedaba futuro. Había nacido para renquear
y ahora vivía en una residencia de las hermanas de los pobres cerca del barrio
húmedo. La muerte no tardaría en llegar. Cada vez que iba a Arévalo me abría las puertas de su
corazón de par en par, antes de echar la cortina para siempre.
-No puedo ver a la puta monja.
Su salud física había entrado en barrena de resultas
de un accidente que tuvo en el seiscientos tras el cual quedó averiado de la
pierna sana. ¡También es
mala pata! Como le dijeron que a lo mejor se la tenían que apuntar nuestro
amigo se lió a juramentos, no como un silla ruedas de la tercera edad sino con
la vehemencia de un recién entrado en quintas.
-Cago en tal, yo no paso por la toza otra vez más.
Antes me mato.
No eran bravatas aquellas palabras sino ciertas
amenazas de suicidio. Al poco la emprendió con la novicia que le cambiaba los
apósitos a la que acosó sexualmente e hizo proposiciones deshonestas:
-No hay infierno, sor Dominga, y, como el cielo está
vacío, quien nos priva a usted y a mí de pasarlo bien. Mire cómo tengo el
cacharro, hermanita.
-Muy ruin, Florito.
-¿Es que los ha
visto mejores, tía zorra?
A sor Dominga se le subieron los colores a los
mofletes, miró para el techo con un gesto de resignación. Cuidar a los viejos
rebeldes se había convertido en la más dura prueba de toda su carrera religiosa,
una prueba que le deparaba el cielo. Estuvo por contestarle que si seguía con
sus tercas guarrerías le iba a limpiar el culo su madre, pero, en vez de tal
exabrupto, siguió con la tijera, la gasa y la pomada.
-Los he visto- repuso la religiosa, que era de armas tomar y muy
desenvuelta, ya que tras lo del concilio en las congregaciones cortaron la tela
del hábito hasta la rodilla, y sustituyeron la cariñana rigurosa por una simple
cofia. Resultado: quedaron más feas y las abadesas dejaron de gozar de aquel
atractivo sexual de los evos pasados, aunque se cuenta que en ciertos conventos
progres la religión no es lo que era, y se alza la mano para que algunas
claustrales utilicen la píldora anticonceptiva y puedan ir a las discotecas.
-Vaya, vaya, así que tú también te diviertes y le
sacas partido a lo que de bueno nos da la vida.
-Soy enfermera, pero la mujer se queda en esa puerta y
aquí sólo pasa la monja. Tendría que tener cuajo.
-Haga su labor, hermana, pero le ruego que no se le
vaya la mano con las tijeras. Aunque desvencijada, no me queda otra.
Era el más díscolo de toda la residencia y habían
amenazado con expulsarle del centro, pero él decía que si no lo hacían no era
por caridad sino por dineros. Me dejo aquí todos los meses mis buenos
miles de duros. Chocheces de Florentino.
Yo veía en sus ojos color tabaco una tristeza
destructiva y a través de los bifocales la mirada del mutilado enfocaba hacia
un punto inconcreto de una desesperación antigua, algo que no tendrá solución
mientras el mundo sea mundo, porque esto no se arregla. ¿Adónde se habrá metido el maestro de justicia? Era una
desesperación que yo también compartía. Sin reparar en ello, me estaba
convirtiendo en el hermano de aquel veterano de una guerra en que se proclamó
vencedor pero al que una postguerra larga, tediosa y envenenada de odios, había
señalado como perdedor al albur de aquella bramadera infernal. Yo también era
un vencido cuando cada martes metía en mi coche un par de maletas de libros
de calidad, colocaba los apeos o burros para montar el tenderete y
los exponía bajo los soportales de la plaza. Me daba cierta vergüenza al
principio pero luego al caer de las pesetas -tan sólo en una ocasión no vendí
ni un ejemplar- me desembaracé de ese reparo. Aquello ya pasó, tuvo su tiempo, era bueno para
entonces, pero ya nada. Y se presentaba Florentino en el carrito de su derrota,
mirando para mí con ojos observadores, casi amenazantes de mochuelo de las
encinas, como una especie de arcángel maléfico, heraldo de la desdicha y de la
nada que nos circunda.
-Libros ¿para qué? No hacen ninguna falta. De grado los quemaría todos.
Había en sus gestos una grandiosidad trágica, algo que
recordaba al panteón de los Inválidos de París o a las murallas de
Ávila. A través de esa mirada con que bieldas mi nostalgia por algo que no
pudo ser.
-Tu fracaso es mi fracaso. Yo también he sido como tú
un soñador, un falangista.
-¿A qué vienes a
este pueblo?
-A reclinar mi alma. Es la que más amó, nuestra reina,
la reina de España. Aquí se fraguó la unidad nacional que intentan malograr los
de la infausta clase política. Si te cuadra, puedes entender que no me mueve a
subir hasta aquí el ánimo de ganancia ni el lucro. Esto es el principio de una
hégira, de una peregrinación cargada de simbolismo místico. Se cuadró ante mí incorporándose sobre el hule de su
silla de ruedas automotriz, finchó un tanto los carrillos y en ese momento mi
interlocutor dejó de ser un autillo que yo conocía para adoptar el careo y las
maneras de una clueca. Parecía una fantasmal nave romana que surcara los
océanos sedimentados de la meseta (otrora Castilla fue mar) dejando un surco
rozagante de espuma tras el aplustro de popa:
-Aquí no hay nada. Sólo retórica. El sepulcro de María de Guevara está
vacío, la casa de doña Germana de Foix, hundido, lo mismo que el
palacio del contador Cuéllar, donde vivió el alcalde Ronquillo y que estos
legaron a los jesuitas para que estableciesen su primera sede central en la
tarraconense.
Pingües et
bona pota. Me imaginé a la segunda
mujer de Fernando de Aragón de banquete en banquete y con tanta inclinación al
traguillo que dormía con una jarro de mosto entre los dedos y la tenían que
recoger por los pasillos, estaba como una cuba y a aquel joven vizcaitarra algo
inquieto que fue del cortejo de los seises, una recomendación del duque de
Nájera lo trajo a la corte de Isabel de Castilla, fue pendenciero y algo
enamoradizo, nada comunero y caballeresco de mentalidad. Conseguiría por su
carácter escasas amistades, ya que era retraído, orgulloso y pagado de sí
mismo. Tú tienes la cifra que me clava a estos tesos circundados por la
tristeza clara de las vegas de dos ríos, Arevalillo y Adaja. Me llenas del
ansia de España. ¡Bah, retóricas
que pierden mi alma!
-Mi lesión fue un sacrificio baldío. -Dijo el Cojo de
Mamblas- Mira que haber ofrendado yo mi vida para esto! Pero la culpa la
tienen los curas. José Antonio, que fue mi líder, vio el peligro y ya postulaba
una iglesia nacional, independiente de Roma.
Sus palabras de un brío lapidario expresado
en un tono de voz angustiosas valían tanto como el vaticinio de un profeta del
desencanto y yo venía a la villa de los siete linajes a perderme en su historia
empapado del espejismo de una gran danza heráldica de boceles, riostras, barras
siniestras y lambeles de bastardos y segundones, roeles y escusones, emblemas
de la guerra, el coraje y el valor. Sin darme cuenta me dejaba abrevar por una
quimera. Con mis libros a cuestas volvía a la caza de seres fantasmagóricos: el
águila de dos cabezas, la hidra, la sirena, la arpía, el unicornio, el ave
fénix, la esfinge y el centauro. Las baladronadas de aquel pobre mutilado, de una residencia de la tercera
edad, eran las voces, la prosa sin peinar, el trasfondo de la poesía que otros
proclamaron, de los caídos por Dios y por España. Todos mis blasones se
derrumbaron con lo que me dijo Florentino. Sin embargo, aquel paisaje
berroqueño que rodea a la plaza, y que nunca me cansaré de mirar, deformado por
mi entusiasmo por la arqueología y mi vocación romántico por el pasado, sin
lograr abarcarlo plenamente. El emanantismo castellano, esa
constante advertencia trascendente, se nos escapa, aunque nuestra religión
tapizada por encima de catolicismo barroco encubra las verdaderas adherencias
ancestrales del culto sincretista y pagano. En el antiguo emporio de los arévacos he sentido con
frecuencia que mi verdadero dios no es el que es grande en el Sinaí sino Baco,
puerta de Júpiter, y mis constantes visitas a las Angustias, abuela venerable
atalajada de rico manto y siete cuchillos de oro al pecho, eran una excusa para
venerar a Cibeles, pero no lo encontré de aquella endecha: mi amigo Floro el
falangista acababa de
matarse.
VII
Querida Pickle:
Ya ves. No sabía cómo llamarte, hija donde quieras que estés. En
cualquier caso, me dispongo a realizar este ensalmo epistolar en la esperanza
de que por un milagro de la telepatía, o una de esas casualidades, de esta
sociedad confluente, afluente e interactiva, que nos embarga (verdaderamente,
nunca ha estado la gente tan lejos y tan sola en medio de tanta comunicación)
escuches las notas de este clarín desafinado o melodía sin
compás con que convoco a las fuerzas telúricas. Siempre tiene
esperanza el náufrago al arrojar a las olas la botella. O no. Yo te saludo desde el umbral de mi senectud. No quiero
un campo epinicio pues lo de morituri se lo dejo para mis enemigos,
sino una loa a la vida, y un canto al amor, que quede para la posterioridad,
aunque, sin alharacas, ni excesivas pretensiones. No he sido un hombre
acomodaticio, ni poeta laureado, ni ando con las camisas y los vuelos de los
capotes del revés, siempre, al sol que más calienta. Bogar contra marea no
proporciona más que sinsabores, hundimientos y derrumbes. Pero, con todo, me
considero un elegido de la Fortuna. Fui de los pocos que conocí el Amor. Presiento en todo esto algo anormal, una judiada que
vino a hacerme el Destino, o mi Mala Pata. No fue justo vivir en
este alejamiento de ti. La vida por ese cabo me ha tratado bastante mal.
Pero (qué se le va a hacer!. Ya no hay remedio. Por mi mala
cabeza acaso lo merecí. Pickle D´Onion (capullito de cebolla), tan francés, fue un nombre que salió de labios del
abuelo Gaspar, porque es lo que parecías la primera vez que te vimos: un
capullito rojo al poco que te trajeron de la maternidad de Croft
West, allá en la provincia del Yorkshire. Dios sabe ahora ¿por dónde andarás? Tu madre tuvo un parto muy largo y laborioso - no
precisamente una hora corta - y tu padre aquel día se impló a cerveza negra en
una taberna de Eboracum, para no faltar a la costumbre. Ese malhadado hábito,
esa funesta inclinación que llevo dentro, que a veces es como si un diablo
viniese y zas, te vas abajo; de repente, se apodera de tu albedrío, sientes
cómo la mente se atora, el entendimiento se nubla, dentro
de una laxitud muy rica y agradable, al principio: al final, un suplicio. La
voluntad se me embota. Ese duende que llevo dentro empieza a gritar cosas raras
y a reírse de mí haciendo momos, en un alarde de carcajadas, que son
como estampido, que se clavan adentro igual que puñales. Es el delírium tremens. ¿Nunca has escuchado las risas estentóreas de Satanás?
-Estás condenado. Ya no podrás salir jamás de
esta. Ya no te me escaparás. Eres mío para siempre.
- Dios mío, no voy a probar ni una gota nunca.
Pero a la semana siguiente, al mes, o al año, vuelves
otra vez al trago. Erifos va, y te da una de sus peligrosas palmadas
en las costillas. Siempre se sale con la suya. Le encanta hacer sufrir, porque
tiene bastante de masoquista, al perdedor. Es un abrazo de Judas con redoble.
Un beso mortífero. Acabas viendo una jauría de sapos y culebras en el fondo de
la copa que estás paladeando. Notas asco, pero, al cabo vuelves. Los médicos te
dirán que eres dipsómano, puesto que aborreces el espíritu fermentado, pero se
trata de un aborrecimiento parcial, intermitente. No buscas en la bebida el
gusto sino los efectos. En el fondo, lo usas como una especie de suicidio a
rachas, porque te falta valor para arrojarte desde un sexto piso. Este
diablo que me domina lo llaman Erifos (que en griego viene a
ser lo mismo que cabrito). Erifos es un huracán que sopla sobre los páramos de mi
mente, sin que, una vez desatado, sea capaz de controlarlo. Más que cabrito yo llamaría cabrón al tal
Erifos, porque es mucho lo que me ha hecho sufrir con sus alharacas infernales.
Hace momos en los adentros. Me gustan sus mohatras, pero al sumirte en sus
halagos entras en el mundo de lo falso. Te vas deslizando hasta el abismo. Tu
madre, que fue lo mejor que me ha ocurrido en mi vida y debió bien conocerme -
ella me amaba, y el amor, que allega conocimiento, a veces es ciego, otras,
clarividente y sabio en el despliegue de ese conocimiento que trae consigo
aparejado dolor, porque el amor es la suprema fuerza del mundo
-mucho debió de sufrir cuando Erifos se apoderaba de mis entrañas; hizo una
radiografía que retrata mi modo de ser, que ni clavada: There are two Genadies I
know. The nice one and the bad to worse. Nadie como ella supo pronunciar mi nombre: Genady.
Genady. El sueño voló. Sólo queda un nombre, All Queen, y es
el mío: Gonete Verumtamen. Tal sentencia me define de forma inapelable en
las dos personas que conviven en mí. El puro, y el indeseable. Dentro de todo
esto debe de haber un ángel y un ser infernal, pero no soy yo, cuando esto me
sucede, sino el canalla cuyo nombre no quiero ni mencionar que, al enseñar la
pata, todo lo tumba y arrasa. Padezco asimismo traumas de doble personalidad. A
veces la pugna, porque sendas tendencias andan siempre a la greña en lo más
íntimo de mi ser, es tan intensa que me desquicia. El alcohol es un tirano de
hábitos en círculo, que me mira con su ojo de Cíclope. It is a round about. Montas en el
caballito desbocado y no sabes dónde acabarás. Te encuentras justamente pegando
vueltas en un maldito tiovivo. Besas al jarro, y luego vienen los golpes, trillas
la parva y te mareas. Eres el molde mismo del laberinto. Todas las calles se
entrecruzan. Todas las farolas son hermanas, cuando te mareas, y los caminos
son los mismos: no conducen a ninguna parte, cuando te aferras al volante y la
mirada parece que se abocina a la entrada de un túnel oscuro. Suben y bajan los
monstruos por tu cerebro, unos tienen cara de cerdo, otros son perros y ves
doble. Ya estoy harto de tanta maldita diplopía. Lo he intentado todo: Alcohólicos Anónimos, colocar un
diente de ajo o una rama de dragontea, que pone en fuga al demonio, o
atiborrarme de tronchos de berza y matas enteras de betónica, hierba esta de la
que aseguran que el que le probare jamás será vencido del vapor etílico, por
más que libe. Dionisio es de entre las deidades del Olimpo la más traicionera.
Yo lo sé por experiencia propia. Su legado, Erifos, ha conseguido lo que nadie
pudo hacer con tu puñetero progenitor, dulce All Queen: meterme en
vereda. Sin embargo, necesito beber. En los grandes días, y en
los mínimos. En las epifanías maravillosas y en las cárceles lóbregas. En bodas
y en bautizos. No te creas, All Queen, que es moco de pavo, ni grano de anís,
cuando tiran de mí en dirección contraria los dos vectores anímicos. Poor Genady. He is getting
old, and fat, and toothless. Living in exile. With a wife who is not his wife,
and with sons which are not his own. The only thing he does passable is getting
pissed all the times. Pues en esas estamos, que uno no sabe ni qué decir ni que pensar, pero esta
flojera de voluntad que Dios me ha dado me subleva. Las palabras de tu madre-
recuerdo todas sus frases, todos sus gestos, excepto lo relacionado con aquello
que tiene que ver con los sentidos, porque el amor nuestro era un amor del
alma, algo que nos agarra. Aquellos que tenga las potencias volitivas embotadas
por la carne jamás lo podrán entender, porque detrás de esta historia que yo te
quisiera contar descabezadamente y a coletazos soy consciente de que me dejo en
el camino jirones de piel y habrá cosas que no pondré porque no seré nunca
capaz, porque los sentimientos causan dolor y los de la amada mucha más, pues
son como un espasmo, y forman parte del alijo que el ser humano se lleva
consigo a la tumba. Algo tan puro y tan excelso como de aquel sentimiento del cual
los dos comulgamos nos sobrevivirá. Y está, ciertamente, en la sonrisa, esa
sonrisa de iconostasio o de madona en majestad desde la cual tú me contemplas a
todas las horas, porque aquella foto que me mandaste en el año 87 en la cual
estabas en un jardín rodeada de flores, representa para mí no ya un valioso
recuerdo, sino, plenamente, un tesoro vivo. Algunas veces siento tanta piedad por mí mismo que
llamo a la muerte a voces. Ella sería la única capaz de desembarazarme de
ese bad to worse anunciado
por el rostro de la voz amada, que me conocía a la perfección. Yo diría que
proféticamente. Liz, where are you now, dear. Qué habrá sido de ti, mi
amor.
Dentro de unos días va para veintiocho años de aquella
feliz fecha una muy fresca, casi helada mañana de mayo en que tú viniste al
mundo. A lo mejor no te gusta eso de A Pickle Onion A, que del todo
no sé cómo quedará en inglés, pero en español suena a algo, aunque, por dicho
de eso, te participo que me gusta más que la sobrehúsa con que te empezó a
llamar el abuelo el nombre que te pusimos cuando te bautizamos en la iglesia
católica de la vieja Eboracum, puerta casi de por medio de York Minster: All
Queen Helén. Es un nombre homérico. Resplandeciente. El único que te merecías
tú. Desde aquella fecha eres para mí, sin ninguna licencia
parabólica, la toda brillante, toda reina (que
es lo que en griego y en anglosajón los dos nombres que te puse quieren decir).
Te bautizó el cura entonces, pero a lo largo de toda mi vida yo te he bautizado
con mi tesón y con mis lágrimas. Tu recuerdo viene a ser en mi memoria como un
Jordán de aguas purificadoras, que me liberan de toda la mierda que ha habido
en mi vida. All Queen Helén, alguna vez tú sabrás lo que con esto quiero decir.
Entrarás en el arcano de los misteriosos y serás sacerdotisa de luz. Mi pickle
d´onion. Hoy a lo tonto me he puesto a escribirte esta larga carta o
serie de cartas, que tú claro no leerás, pero me consuela, que esto de escribir
viene a ser un exorcismo, un resorte en la desdicha, otra verdadera forma de
vivir. Óscar Wilde decía que el arte de la escritura es la consumación de una
profecía. Siempre es acicate la escritura en que se ponen en danza
ocultas fuerzas cósmicas. Tengo para mí que este ritual mágico y memorialista
de cartas que se dejan caer y no se envían aplacan la dureza del corazón del
destino a cuya vara estamos sometidos los mortales. Yo presiento tener la
corazonada de que estás viva y me aguija en la tarea la cuasi certeza
de saber, siquiera por barruntos, que te encuentras en alguna parte,
en algún lugar, aunque no quieras saber nada de mí. Bueno te
engañas Dont tell me fivs, as your mum used to say, when we
courted[1] Porque sé que en el
fondo debes de pensar en mí del mismo modo que yo pienso en ti. La fuerza de la
sangre atrae con misteriosa potencia. Mentiras piadosas. El hermoso cortejo,
casi increíble para ese amor maravilloso del que tú fuiste el bello exponente.
La bella palabra madre. Yo me sigo moviendo en esos parámetros del idealismo
romántico. Hoy casi parezco un extraterrestre. Que viene hacia ti y actúa en
videncia. Vengo al río Jordán de mi vida. Quiero bautizarme de amor y, de tal
forma, he de plantar sobre mis hombros el blanco indumento, la excelsa veste de
los elegidos al Amor. Trato de regresar al Paraíso del que fui expulsado por
una depresión nerviosa un día terrible de la primavera del año 72. Los hechos
ocurrieron un diecisiete de marzo. Hay meses nefastos cuyas fechas ahorcan
nuestro destino. Petrarca conoció a su amada Laura el 6 de abril de
1327, un viernes santo en la basílica de Santa Clara de Aviñón. Otro seis de
abril de 1347 la amada del poeta fallecía como consecuencia de la peste. Yo conocí a tu madre un veinte de enero de 1967, pocos
días antes de que ella cumpliese veinte años, pero de ese encuentro
significativo haré cumplida relación por menudo páginas adelante, if
God spares [1]me,
que decís vosotros los ingleses. Esos rostros, esos días, ese invierno de Hull
se ha quedado grabado en mi memoria a cincel indeleble. No hay un día que se me
pase sin pensar en algún momento en ti. ¡Qué cosas! Sin embargo ¿ Sabes? Eso consigue hacer un poco más llevadera la existencia que es
por otra parte un tanto anodina y sin color. Hay poco aliciente y menos
ambiente. Soy un hombre colgante, el dangling man3 de
una bonita novela de Herzog, el escritor neoyorquino que trata
de la espera a ser llamado a filas de un mozo del reemplazo de 41. Es el hombre
que pinga sobre el abismo, ajeno a su suerte. No sabe si lo van a matar.
Desconoce si lo declararán excedente de cupo. Barzonea por las calles de su
barrio sin apenas qué hacer. Se echa algunas novias. Lee ciertos libros. Se
impla de vino peleón eso que denominan los gringos bourbon. Para
combatir el aburrimiento y la incertidumbre de su vida visita algún burdel. Ello
no le hace menos desdichado. Pero este A hombre colgante A es mi
autorretrato. Yo soy el dangling
man . Un hombre apático,
colgado sobre el vacío, de andares cansinos, los ojos que miran perezosos, como
si mirar estuviera trascendido de disnea, harto de ver siempre lo mismo,
cansado de idénticos golpes. Gandul que no has hecho otra cosa que
lamentarte en la vida. Eres un ser... So ser. Cacho perro. Eran las
palabras de malquerencia que tuvo para conmigo la que dicen que me trajo al
mundo. Porque La Visi aparte de que me maltrataba de niño, que
mi infancia fue un calvario de humillaciones, postergaciones y de sufrimientos,
profería de mí tales burradas y otras por el estilo, que en este país en el que
eché mi primer alhorre y donde empezaron a medirme muy temprano las costillas,
las mujeres son muy duras, que, por dicho de eso, la catolicidad no está reñida
con la crueldad y la vida es a la vez primaria y complicada. Porque debajo del
ala blanca de la paloma se esconde la garra colorada del buitre. Sólo dos
mujeres me dieron ese cariño del cual siendo yo huérfano desde la
cuna. Tu bendita madre de la tierra: la dulce Elizabeth y tu bendita madre del
cielo - que también lo ha sido mía como lo será tuyo siempre - María de
Nazaret. Su predilección y su favor de esta Gran señora Nuestra es lo único que
te puedo legar por herencia. Ella guiará tus pasos hasta la hora de la muerte. Por las trazas, pues a uno no lo van a dejar aquí para
simiente, yo aguardo la llegada de una Dama inexorable que no jamás
falta a la cita. Qué más quisiera yo que darle plantón A nadie perdona ni
olvida. Ninguno se le escapa sea pobre, sea rico, bueno o malo, hermoso o
desagradable, negro o blanco, hombre o mujer. Ya me entiendes a quién te digo.
Toquemos madera. Soy un jubilado o prematuro anciano de la España fin de siglo.
Me han dado por inútil total con lo que me asiste el derecho de un cien por
ciento de paga. Que España, por mucho que nos quejemos, y sus enemigos de
adentro y de afuera, gusten de colocarla en berlina, no es un país que esté tan
mal. Aquí se ha vivido mejor que en ninguna parte. Queda un rescoldo de
justicia social que los laborantes como tu madre y yo nos ganamos a pulso.
Hombre, el mundo no es perfecto, pero Dios bendito está arriba. Pero esa
inquietud, ese desasosiego, ese afán de conseguir y de burlar, no nos deja a
veces sosegar. Todos los pueblos tienen sus virtudes y sus defectos. Dicen algunos que estoy loco. Puede que de eso algo
haya, pero no estoy del todo de acuerdo con el diagnóstico. Sin embargo, y mira
que es axiomático lo que dicen que no hay mal que por bien no venga, el
veredicto inapelable del loquero ha sido válido para recabar un
sueño que acaricia el deseo de todo mortal: vivir sin pegar golpe. Razón
llevaba tu madre cuando me decía:
- My dear husband always
lands on his feet.2
No pronunció, la verdad sea dicha, una frase tu madre. Formuló un augurio
que se ha cumplido al correr de los días. Aterriza como puedas. Lánzate al
vacío de una vez ¿Será verdad que he nacido de pies? Por las trazas,
mis descomedimientos insensatos hubieran sido capaces de dar con mis tristes
huesos en presidios. De galeras me libré. No he cometido asesinato aunque
estuve en medio de alguna que otra pelea fruto de mi talante exaltado y
colérico, pero la Virgen no permitió que mi desesperación me hubiese arrastrado
al orcum infame de los
precitos. No sé de qué me quejo. Estoy en mi casa tan ricamente escribiéndote
oyendo entonar su melopea a los ruiseñores de la urbanización en el jardín
trasero. Tengo una mujercita que no es precisamente un dechado de perfecciones
ni de delicadezas - esa batalla la he perdido desde aquella mañana del 17 de
marzo cuando fui expulsado a ese lugar de fastidio y de malas caras que se
llama la Laguna del desamor - pero mis hijos comen. Tengo todo el tiempo del
mundo para escribir y leer que es lo que a mí verdaderamente me
entusiasma. Soy un parásito a costa del erario. Así y todo, estoy disconforme.
Me pimplo por los bares de mala muerte. La dulce Virgen me ha ahorrado el
suplicio de más de una puñalada, porque, ebrio, pierdo el control y no sé lo
que digo ni dónde estoy. Soy un perdedor, ya lo sé, pero un perdedor sin culpa. Mi suerte me la he
labrado yo solito. Esta cara de abad gilipollas la he ganado a pulso por mi
falta de discreción y sobrada inconsciencia. Vinieron las lamentaciones y aquí
estoy yo dándome de bruces contra el muro. Ten misericordia de mí,
Alquinnhelén. Perdóname por haberte abandonado cuando tenías sólo dos
años. ¡ Dios Santo, cien vidas que tuviera, nunca sería
capaz de expiar esa culpa! Estoy arrepentido. De verdad que lo siento pero el
psiquiatra de turno me ha dicho que yo no llego a ser responsable de mis actos.
Por eso me expulsaron del trabajo, mis hijos me desdeñan y Lamialuba me da
perra vida. ¿Has oído hablar de mujeres maltratadas? Pues, si yo te
dijera que existen paralelamente maridos maltratados, yo estaría en ese cupo.
Todo es al mismo tiempo muy sencillo y muy complicado. Virgen Santísima, te doy
gracias por haber salvado a este pecador de todos los castigos que merece. No
tengas en cuenta mis miserias sino tus intercesiones ante Dios, que para eso
eres Madre del Salvador, y madre de todos los creyentes. Amén. Ciertamente no le puedo estar más reconocido al
régimen democrático y al gobierno de Su Majestad Juan Carlos I. Tengo todo el
tiempo del mundo para soportar el nagging3 de la parienta, que menuda es esta Lamialuba que
ese es un nombre de pila, muy poco se parece a tu madre, la
bella Elizabeth Howells, a la que tanto amé, y echo de menos tanto
como a ti, y tampoco hay día que viva sin un instante para el recuerdo porque
si en Liz encontré la ventura y la dicha en Lamialuba, que hace buenas migas
con la Visi, que parece que andan a partir un piñón y parecen salidas de un
molde para cumplir un funesto designio sobre mi persona, pobre de mí, pero,
Dios sea loado en su augusto trono de estrellas que a ninguna ni a otra
reconozco por madre y esposa. Escribir y leer ese es mi sino. Si no fuera
por los libros y el consuelo de las bellas letras, y el recuerdo de aquel amor
de juventud y del cual tú naciste, y del que tú eres un bello
exponente, porque la fotografía que me mandaste en el 86 al cumplir los 16,
ampliada, preside la pared de mi escritorio, a lo mejor la vida no mereciera
vivirse. Bueno, sí; están las rosas que, por cierto, ya han coronado por aquí.
Todas las mañanas, cuando me levanto echo un vistazo al pequeño jardín para mis
rosas fragantes y para mis tiestos. Es un leve toque de poesía que me libera de
la vulgaridad y la ramplonería que hoy por todo el mundo impera. Sin
embargo, este moscón les puede con sus jeremiadas de cuerpo presente, con sus
exabruptos y retahílas. Un bello amor, que no un buen morir, toda la vida honra. El
idilio que vivimos tu madre y yo fue demasiado puro para que el limo de esta
tierra lo contaminase. Hoy en el recuerdo es una sombra etérea. Hay
pocos hombres y mujeres que ya con un pie en el peldaño de la escalera de un
nuevo siglo que adonde nos llevará, cualquiera sabe, sean capaces de decir lo
mismo.
Aun ni sé cómo hoy once de mayo, que por cierto es el cumpleaños de CJC,
uno de los autores por los cuales siento a la vez más admiración y repulsión.
Yo le hice en el 72 una buena entrevista. Tengo La Colmena por él dedicada y una foto en la cual nos
proyectamos los dos estantes hacia la cámara cada uno mirando para distinto
lado. Es a la vez divino y soez. De una ternura y una circunspección notable.
Lo que más me sorprendió en su persona fue que hablaba en el mismo tono y se
expresaba en los mismos giros que mi pobre padre, esto es tu abuelo paterno al
que tú nunca llegaste a conocer, pero él a ti sí, que te tuvo varias veces en
brazos y Uy que voces pegaba para su nieta cuando vinimos de Londres a pasar un
verano para que mi familia te conociera:
- Hija, hija. Mi bollo de oro
inglés. Mi mantequita de Soria te decía Silvino
Cela es el talante. El talento, el talante y el
contrapunto. Así, a secas. Es la inteligencia y la agilidad de
lengua para dejar en el sitio a cualquier interlocutor. Lo admiro. Hay que
reconocer que es un tío muy listo; porque en una profesión en la que los más
criamos caspa, desdenes y desconsideración y los mayores fracasos, él no sólo
se hizo famoso y archimillonario. Eso sí, diciendo siempre lo mismo o casi lo
mismo, pero lo sabe explotar. Un profesor mío cuando estudiaba bachillerato que
me suspendió por cierto y no se lo perdono aunque lleve ya muerto hace
muchísimos años, y por todo lo falangista y por todo lo hombre de Elola Olaso
que fuera, decía:
- Sí. Sí. Muy
bien. Pero Cela no es novelista.
- Pues amén.
- Es un
manierista.
- ¿ Qué es un manierista?
- Será todo lo que quiera, Sr. Magariños,
pero ese gallego de Padrón maneja el castellano tan estupendamente como usted
el latín.
Por llevarle esa contraria, pues que me puso en la
lista negra el tío. Fíjate. Que en este país unos nacen con ventura y otros desventurados,
que siempre les persigue tanto la desgracia como el dolor de tripas de estos
hijos pródigos de la Fortuna, y yo he sido algo escarolo. Un escarolo es lo que
soy, que siempre mi madre lo decía, y ahora me lo dice la parienta, oye, ¿me escuchas? Que tu padre no ha podido hurtar el
cuerpo a la desdicha. De niño maltratado he pasado a marido al que le faltan al
respeto. Todos se me suben a las barbas. ¿Qué pinto aquí yo? Ya me dirás. Por decir la verdad me han sacado los perros. Me han echado de tantos
sitios que ni se sabe. Todo por esa bendita manía de no dar el brazo a torcer,
caray. Y por escarolo me pasan a mí todas estas cosas. Yo no sé, Alquinnhelén, cómo diantres al cabo de tanto
tiempo (te estoy hablando del otoño del 62) saltan aquellas memorias hirientes
y todos esos nombres a la palestra. Pero quiero contar la vida de tu padre, del
que te enajenaron sin yo comerlo ni beberlo, que aquello causó un trauma en mi
vida del que no acabo de recuperarme, puesto que mis males psicológicos nunca
se terminan. Que el mundo se me vino abajo y estuve a punto de suicidarme. Pero
ante estas cosas de la vida sólo cabe paciencia y resignación. Aquel Antonio Magariños, que tanto pisto se daba,
director del Ramiro de Maéztu, que se parecía a Antonio Elola Olaso. Aquí hay
que parecerse al jefe. Ser como el jefe, porque es una costumbre inexorable
entre los fascistas el que hay que contrahacer en todo al que más manda, hasta
el punto de ser un sosias espiritual suyo y, si físico, mejor que mejor, pues
no es más que el nombre de un polideportivo. Y yo no voy a decir una misa por
él, aunque Dios lo haya perdonado, que no le guarde ningún rencor, pero fui mi
primer gran batacazo, y a lo hecho pecho, que al pobre don Antonio ya se lo
habrán dicho de misas. Era una eminencia en latines, sin estar a la altura,
claro es, de aquellos profesores que tuvo yo en el seminario. Un Valeriano
Pastor, un Anastasio Vallejo, un Dionisio Yubero,
hebraísta conspicuo que llevaba la cátedra de escritura. Todos ellos
en lo que respecta a la lengua de Cesar superaban al Magariños, aunque sin
darse tanto pisto. Aquellos curas sí que sabían un huevo de latín. Pero yo he sido un tanto escarolo. No he sabido
aprovechar las oportunidades. Porque dicen que no estoy bien, querida hija.
Esas obsesiones que se me meten. Esa falta de tacto y de equilibrio al abordar
a las gentes. Carezco de malicia. En tu país me enseñaron a ser educado. Pero
aquí, si eres grosero, te llevas de calle a medio país. Lo de zafio por estos
pagos se lleva mucho. A propósito, el vínculo conyugal entre tu madre Elisabeth
y yo fue anulado bajo las premisas de falta de discreción, un eufemismo
del lenguaje forense para espetarte que no andas bien de la cresta, y que te
falta litio. A pesar de todo, no me quejo de lo que ha sido mi
vida, insisto. Guardo el recuerdo de aquel amor que fue una joya y que llenó de
sentido mi vida. Pocos mortales podrán jactarse de haber cruzado esa meta
inalcanzable. Te quiero, All Queen. Tú has llenado la flor de la existencia y
fuiste la mejor triaca para todas estas amarguras mías. Si no hubiera estado
enfermo, tal vez podría haber sido un padre maravilloso para ti
- You are too soft.
- I only tried to be nice, Liz
Howells.
- Genady, you will not change and in
the meanwhile you ´ll drive me round the bend.
- Can´t cope with life, perhaps - I
said2
Yo me pregunto a estas alturas si no fui lo
suficientemente duro conmigo mismo. Si he carecido de voluntad de vencer por lo
que el vulgo me ha tomado por el pito de un sereno. Todos se han reído de mí.
Todos huyeron. Pero la voz querida de tu madre sigue martilleando en mi memoria
hasta el punto de que daría un ojo de la cara por haber seguido los consejos de
la persona que verdaderamente me quería. Lamentablemente no hubo una segunda
oportunidad ni proyecto de enmienda. Eso es lo que me dijo Liz Howells la
última vez que hablé con ella al poco de salir del hospital tras la operación
de cáncer de tiroides, y de la que creo que curó milagrosamente gracias a la
intercesión de la Santa entre las santas con no poca ayuda de la Pequeña Flor después de aquel encuentro,
nuestras vidas siguieron caminos distintos. Su imagen adorada tal y conforme la
vi en aquella ocasión es un icono atesorado en el altar de la memoria. Es que
la quiero todavía. Todo lo suyo se ha convertido en una fijación. ¿Cómo no va uno a quedarse con el tiempo inmediato a tu
expulsión del Paraíso? Para mí el cielo - y el infierno en parte -
fueron aquellos dos años en el Yorkshire. Desde entonces los nombres de
aquellas ciudades (Edenthorpe,
Doncaster, York, Hull, Beverley) representan la noción de una felicidad que
se tuvo al alcance de la mano y un buen día se perdió. Me siento como
desterrado de aquellos nombres toponímicos. Biológicamente debo de ser español.
Pero espiritualmente yo pertenezco a Londres porque allí nacía al amor. Tengo
una verdadera fijación con su voz y con sus palabras en mi memoria. Me
obsesionan las cadencias de su acento londinense. Quisiera que aquel momento de
la suprema prevaricación no hubiese saltado a la esfera de ningún reloj, que
nada de aquello hubiera sucedido. Dar marcha
atrás en la moviola de los días, pero ya no tiene remedio. Lo que pasó, pasó.
El hombre es juguete entre los dedos de su propio destino. En el seminario, aquella gente sapiente en latines y
materias que luego no me servirían para nada, me enseñaron a amar a Dios, hasta
henchirme la cabeza de vanas ideas. Grandes proyectos apostólicos. Salvar a los
hombres, pero nunca me enseñaron a salvarme a mí mismo. De esta forma fui
víctima de un proselitismo vacuo y decadente. Idealismo y belleza formal
fueron desde entonces parte de mi credo estético, y ya no me puedo descolgar ni
resarcir. Por estas señas, estoy haciendo guiños a la complicada estructura
mental. Llevo la inseguridad y el complejo de culpa metido hasta los tuétanos. Nos
formaron para ser ángeles. Pero ni media palabra de cómo era la vida, ni la
manera como hay que abordar la existencia y los hombres. Hija, he sufrido
mucho. Acaso no te merecí, pero, no por ello, he dejado de amarte. Tengo la sensación de que quizás la Humanidad esté
consumando las postreras jornadas antes de que comience el ciclo del fin. No he
sido un apóstol, ni un buen escritor, ni un buen periodista, ni un buen padre,
ni un buen marido. Nada: un inútil total. Un escarolo, como me llama la
parienta. Pues mi Costilla de Adán - parece que dios las cría y
ellas se juntan-, recogiendo la antorcha de La que Me sacudía con la zapatilla,
cuando no hacía sus mandados, llegaba tarde a merendar, o rompí un botijo en el
camino de la fuente, prorrumpe en las mismas cantinelas, guay de mí, te salta
con el viejo perejil, que no quieres caldo, pues, tres tazas. Con todo y eso,
pienso que la vida es bella. Me quejo, reniego y soy muy feliz. Ello no quita
para ser apartado a la gehena de los precitos. Ahí no quiero estar. No.
Desearía purificarme, pedir perdón por todo el mal que pude hacer a tu madre.
En revancha, otras me lo hicieron a mí que donde las dan las
toman y uno acaba pagándolas todas juntas, Pickle. Y no es el instinto de
revancha lo que me hace propalar tan fatídico veredicto sino la conmiseración
que me inspiro a mí mismo. Mi situación en verdad no puede ser más
patética. Vivo en una especie de libertad vigilada. En un país al que, por
desconocer, antes amaba y aun le siga queriendo, pero cuyo descubrimiento hizo
que me llevase las manos a la cabeza. A mí, como tantos otros, nos duele
España. He conseguido entrever su faz horrible tan católica como
cruel basada en la hipocresía del doble baremo. As you can realize, this is not exactly a bed of
roses. But a plight. An everyday crucifixion.5 La vida no es exactamente in lecho de flores.
Concedido. Pero por qué la convertimos los humanos con frecuencia en una
tortura mediante nuestras relaciones unos con otros. Estoy cansado y triste. Mi bulimia hizo de mí un ser
apático y gordo. En cierto modo repulsivo. La falta de cariño - porque cuanto
más sufres en más hideputa te conviertes -afea y vuelve mezquinas
las almas. También produce monstruos. Repaso, en contrapartida, aquel álbum de
fotografías en las que aparezco en compañía de tu madre y me encuentro hasta
hermoso. Me lo dijo el psiquiatra al que me mandaron de forma
irrevocable y en toda esa crueldad de la que sólo sabe hacer gala un madrileño:
- Tú eres una paranoico, que no vives la vida. Tú la
sufres.
Me dio unas pastillas pero quemé la receta. De
desesperación, porque de perdidos al río, seguí la vieja práctica que se suele
llevar a efecto cuando a uno le desahucian: to paint the town red6. Que quiere decir: salir a
emborracharse. Esto es una cárcel. Si uno no tuviera
aliviaderos como los que presta el alcohol. Está mal pintar la ciudad de rojo o
embadurnarla de mierda, porque te emborrachas y entonces la cagamos, pero como
dijo ese galeno de la cabeza al cual me enviaron antes de darme la absoluta, yo
no soy responsable enteramente de mis actos. Al cabo de uno de estos episodios
etílicos, saltas la barrera. Te liberas de los barrotes por más que al día
siguiente te metan de nuevo en la celda de castigo y no te acuerdes de las
paridas que le soltaste a ese cofrade de la Hermandad del Vino, que se deja
invitar y parece escucharte, ni por donde te arrastraste, ni donde te birlaron
la cartera. All Queen, tu padre no es precisamente una alhaja. A veces pienso
que ha sido mejor así: que no me conozcas. El remordimiento me atenaza en
especial en las mañanas subsiguientes a la noche de la víspera, cuando la
dipsomanía nubla mi entendimiento y maldigo la hora en que ha amanecido y
desearía ser colgado vivo por mi intemperancia, por esta maldita inmoderación,
un diablo que llevo dentro vivo y que me incita a beber. Algo vale que Dios en
su infinita misericordia se apiade y se apiadará eternamente de los borrachos,
de los hombres pendientes de la soga del olvido. Pero no perdona nunca ni a los
deshonestos ni a los asesinos. Conozco pues sobre mis propias carnes en qué
consisten las zahúrdas infernales del desamor. Todo tiene un aire un
poco extraño. Apocalíptico, porque nos hemos dejado guiar del príncipe de la
mentira. Así que soy consciente del destierro y del mucho sufrimiento que me
toca. ¿Habré agotado el cupo? Soy un producto de una época en que la
luz y las tinieblas convergen. En el año 61, cuando con la tonsura y todo y la
unción del subdiaconado y la tunicela sobre los hombres abandoné el camino del
sacerdocio yo presentía que había estallado la guerra de las conciencias y el
todo contra todos. ¿Fue aquello el
principio del fin? El primer aviso de que estaba en ciernes la parusía?
Bah. Tampoco habrá que ponerse demasiado trágico. Al fascista profesor de
lenguas clásicas nadie lo recuerdan. El Señor me ha deparado la dicha de haber
visto morir a bastantes de mis enemigos. Algunos ahora no son siquiera el
nombre de un polideportivo. El mundo se ha convertido en un falansterio
deshabitado. Aquellos viejos semilleros de santidad fueron devorados por los
pájaros carniceros de la ciénaga. Dios sea loado que me ayudó en el combate que
vengo librando con mis enemigos desde aquellos días. El catedrático de latín ahí se quedó con su disnea y
su bigote. Tenía una testa muy digna de cabello entrecano correspondiente al de
un senador del Lacio. Ave Cesar, morituri te salutant. Bueno,
en realidad de verdad, no estamos muertos todavía ni nos asiste el
convencimiento de gladiadores. Hay algunos que se sienten confectores o
agonistas del infortunio porque el cesar democrático que hoy nos desgobierna y
nos desconcierta no merece ni que lo escupan, ni siquiera que lo miren a la
cara cuanto menos morir por él. El sistema de la mano alzada puede ser tan
arbitrario y venal que en virtud del mismo condenaron a muerte a Jesús los del
sanedrín. Quien confiese que va a inmolarse por la democracia o miente o es un
loco de atar. Pero ya me estoy metiendo en política y acabaremos
todos hablando de judíos, que maldita la falta que nos hace y los topos de la
inquisición los tengo sobre mis zancajos y más de alguno me ha enseñado la boca
de la mazmorra o los dientes encendidos del garfio de las torturas. Con su pan
se lo coman, que a nosotros también nos viene por raza eso de pertenecer al
elenco del pueblo elegido. No me queda más remedio que honrar tu muerte como un
triunfo que marcó el primer fracaso. Al establecer tamañas prevenciones no me
mueven, bien lo sabe Dios, bajos instintos de revancha, frustraciones o
blasfemias. La naturaleza es indestructible. Que su orden es el desorden y todo
lo admite. Incluso las calamidades y desastres que a ella le dejan siempre como
tal cosa. No hay que acabar nunca con el lobo del bosque. Perecerán
todas las alimañas. Nunca se ha de escudriñar el firmamento demasiado rato. No
sea sufráis un empacho de estrellas que ofusque vuestra mirada. Dejar el agua
correr. God. Life. Nature. Yo aprendía a adorar a la Trinidad
Santa en Londres. En Madrid nos perdíamos por aquel tiempo en entelequias. Pero
esto explica aquello, por más que por esas calendas no acertara yo a comprender
del todo bien el cate del
profesor Magariños. Dios, la vida que puja, que arrolla y que salta con
fuerza, y el Cosmos en constante pugna con el Caos - somos una aleación del
todo y la nada - se rigen por leyes inapelables. Ahí puede estar la clave de
esa maravillosa procesión trinitaria, que explicaban los tomistas. Nos dejaban
por aquellos días boquiabiertos. Pero ahora entiendo, Señor. El hombre, en su
calidad de contingente y de accesorio, es la antinomia de la verdad excelsa.
Nacemos esclavos de la culpa y sujetos al error porque nuestro tranco de
actuación es muy corto. Por tanto, y duro y dale, y otra vez al trigo la
burra, que aquello del suspenso no me lo puedo quitar yo de la cabeza casi
exulto de alegría al comprobar - y no lo digo por él, pobre diablo, sino por el
daño o el beneficio que me hizo, vaya vuestra merced a saber, sino por su mala
uva, el pobre estaba muy enfermo y los enfermos a veces padecen tales
exacciones - no es más que el nombre de un gimnasio. Podía haber ido lejos en
su carrera universitaria, de no haber sido roído en la entraña por aquel furor
sordo de tantos y tantos españoles viscerales... Cela no era novelista... Es
posible, don Antonio, pero ahí le tenemos disparado hacia la fama y hacia los
millones. Era tan gallego como usted, pero mucho más listo. Camilo supo sacar
partido - y eso es una gracia que sólo da Dios que el que vale pues vale y al
que no lo mandan a galeras o por equivocación lo designan ministro o le nombran
Secretario General de una Organización Armada o a una profesión que aquí sólo
ha deparado reconcomios, mala baba y mucha caspa. Usted como yo no tendremos
más remedio que reconocerlo. Ande, venga, quítese el sombrero desde ultratumba.
Destóquese. En una nación de verdes envidiosos aquí llega a lo alto de la
cucaña el que nunca habla mal del otro. Lo mejor es el desprecio olímpico. Sin
embargo, fue usted, Magariños, el que descorrió la venda que tapaba mis ojos.
Me hizo ver en un golpe de iluminación lo aleatorio y terrible que es aquí la
vida de las letras. Estoy por suponer que como en cualquier país. Pero mucho
más por estos tesos. Comprender a mis compatriotas no ha sido tarea llevadera.
Los españoles siempre me han dado algo de miedo. Por doquier acechan
espadachines. Al revolver cualquier esquina te aguarda un imprevisto. Hay al
acecho una daga con la cual tú no contabas, una sonrisa irónica y descreída que
echa a rodar todos tus argumentos.
VIII
Aquel otoño del 63 estaba yo lleno
de entusiasmo y de fe en mí mismo. Quería ser periodista y escritor a todo
trance. Aprendía el oficio con ahínco y aplicación. Llevaba un diario al que
confié mis primeros secretos poéticos y mis deliquios eróticos. Era un joven de
aspecto triste, cargado de espaldas y estaba muy flaco, hético con puntos
tirando a lo místico. Quería ser flama iluminada y rostro alargado del Greco.
Tenía una obsesión por la estética que llevaba hasta las últimas consecuencias.
Tímido con las mujeres. La presencia de cualquier chica me ponía nervioso.
Gastaba todo el poco dinero que tenía en comprar libros. De entonces datan mis
peregrinaciones y hégiras en busca del pan de la cultura y mi sed insaciable de
conocer cosas y de enterarme (beberé hasta la muerte en el espejo cristalino de
ese alfaguara irrestañable) Iba a la editorial Espasa Calpe en
Gran Vía. Me quedaba extasiado ante los títulos de los libros expuestos en la
vitrina pensando que algún día estaría aquellos escritos por mí… Era un adicto
al tabaco (empecé a fumar cajetillas de Celtas Cortos porque el cigarrillo me ayudaba a pasar
vigilias de lectura. Y me parecían un acicate a la inmortalidad. Por aquel
entonces en Europa fumaba todo el mundo. En las aulas del Ramiro de
Maéztu, que por sus trazas y limpieza y armonía de líneas, recordaba en su
conjunto a un cuartel, porque los alemanes habían perdido la guerra pero
perduraba siempre un insolente espíritu germanófilo, empecé a emborronar
cuartillas. Así nació mi primer compromiso con la literatura: una novela de
alto bordo. Se llamaba Los Momentos. Tardé veinticuatro
meses en darla cuerpo. Recuerdo aquella madrugada de la primavera del 65 en la
que al cabo conseguí poner la palabra fin al trabajo. El hijo primogénito de
mis entrañas llegó entre los espasmos de un terrible dolor de muelas. Se me
puso la cara como un tiesto. Una inflamación causada por un diente de leche o
supernumerario que estorbaba al paleto determinó que a los veintidós años
corridos tuvieran que extraerme el diente delantero. Ello en mi vida ha sido
siempre causa de un sufrimiento mayor y de sufrimientos. En las escasas
ocasiones que he tenido de hablar contigo por teléfono, All Queen Helén, me
dijiste que también, muy joven, has tenido problemas con la dentadura. Vaya
por Dios. Debe de ser cosa genética. Algo que viene de nuestros
ancestros, campesinos de un pueblo de Segovia, que llaman Los desdentados. Menuda herencia pésima, hija. Así y todo, no se
puede negar que eres una muchacha muy guapa y robusta, según luces en la
fotografía y que preside las paredes de este salón de trabajo, desde donde te
escribo. Te hablo a veces y te miro como si fueses una Madona protectora y
madona eres. Con una sonrisa enigmática de Gioconda. Me había quedado muy pálido y demacrado después de mi
viaje a Paris donde contraje una hepatitis en el 64. La noche de mi parto
literario, como te vengo informando, un diente supernumerario había provocado
tal infección en mis encías que la cara se me puso como una rueda. Pese a todo,
yo trabajé toda la noche. Estuve a las puertas de la muerte y, como por aquel
entonces, no se habían inventado las ortodoncias, me extrajeron gran parte de
las piezas dentarias, que buen apuro que me dio y tan joven, y muchos complejos
acarrearía semejante minusvalía. Ya era yo escritor, aunque con cuévanos en las
encinas, pero escritor al fin. Había conseguido velar las armas y ser armado
caballero de la literatura. Tenía una novela en el cajón. Me había dejado en el
empeño un paleto, un colmillo y dos incisivos. Mis Momentos no merecieron el honor de las prensas, pero en cierto modo sellaron mi
destino de autor inédito en perpetúa lucha consigo mismo. Fue el segundo
batacazo. Magariños me había arreado la primera en la frente. Luego vino lo del
libro abocado a no encontrar jamás escritor. Se inició una racha de
infortunios. La desdicha no me ha dejado a sol ni a sombra. Debe de ser tal vez
a que mi destino - quiera Dios que no acabe como él en la horca o en el penal
del Dueso- parece unido al de Don Pablos quevedesco. El pícaro nació cabe la
Puerta del Socorro de Segovia. Esto es igual que yo. Así la vida me empezaba a señalar con sus espolones.
Todo no era tan fácil ni tan sencillo como a mí, en mi ingenuidad, se me había
pasado por la cabeza, ni el mundo resultó tan amable y tan florido como yo,
desde el candor y el entusiasmo volátil de misacantano había dado en suponer. Luego
seguirían otros bautismos de dolor y de sangre. La buena estrella que me había
guiado hasta entonces de buenas a primeras me abandonaba. Durante los cursos de
Humanidades, en latín y en griego solían darme nueves y dieces. Ahora la vida
me daba un cate. En Teología y en Filosofía era un fenómeno. Aún recuerdo
aquella mañana del día de Santo Tomás, el siete de marzo, cuando expuse mi tesis
ante el concurso conciliar, los seminaristas vestidos de sobrepelliz y el
claustro plenario. Versaba sobre uno de los asuntos más peliagudos
de la moral clásica, y también de los más divertidos De
ebrietate (cuando es
lícito emborracharse según los cánones eclesiásticos y cuando no). Existen
determinadas situaciones en la vida de una personas en las cuales no sólo
conviene recurrir, sino que se recomienda, echarse en los brazos de Baco. Ellas
son: 1) cuando existe un dolor físico o moral muy fuerte, 2) cuando se quiere
alcanzar la utopía, 3) para salvar a una persona en peligro de muerte. Sin
embargo, los santos padres no recomiendan la borrachera a un moribundo para
ahorrarle los dolores de la agonía. Esa moral laxa sobre la permisividad del
vino la he utilizado yo con harta frecuencia y a veces con resultados más que
sobresalientes. Y el que tenga oídos para oír que oiga. Siempre he sostenido
contra marea que el vino es un refugio de desconsolados y, además,
posee un carisma eucarístico. No podía ser menos en una persona que se apellida
Parra y que tuvo un padre por nombre Silvino. Aquel Día de Santo Tomás hubo algunos entre los
superiores que me felicitaron entusiásticamente, y el señor rector, Don Julián,
un hombre que ha sido importante en mi vida y del que más adelante sacaré a
colación, me dijo pasándome su gruesa, bella, grande y ungida palma de la mano
por el lomo:
- Tú serás una lumbrera de la
Iglesia.
Se equivocó de medio a medio, pero su observación me
infundió alientos. Había leído yo por tales fechas con aprovechamiento a
Virgilio y estaba empapado de la bella literatura de la Eneida y
en resolución debió de subírseme la frase a la cabeza, que yo por aquellas
calendas previas a mi ordenación la tenía muy a pájaros. Quizás lo dijese en
broma el buen sacerdote, pero yo tomé sus afirmaciones al pie de la letra.
Claro, el vino y los humos se me han subido a la cabeza con una habitualidad
más de lo corriente. No se nace fatuo. A uno lo hacen. Que poco
sabía yo a los veintitantos años de las desdichas, sinsabores, sobresaltos y
reveses de la vida. Después del día triunfal de mi brillante disertación en el
Salón de Grados llegaría el rebufe del insidioso Magariños. Me había figurado
que yo era algo o alguien y no era sino nadie. Hasta entonces la vida me había
mimado en demasía. Y a este respecto recuerdo una vez una frase de Liz Howells
que también se ha incrustado en mi memoria y que refleja para mí los pródromos
de mi eventual condenación eterna: What happened to your looks, Genady? dijo. ¿Qué fue de tanto frenesí? ¿ Qué se hizo de tanto señorío? Las verdades
manriqueñas crepitan sobre mi testa como una nueva espada de Damocles. Con
estas palabras me condenó tu madre, querida Alquinnhelén, a las desdichas del
desamor. Creo que aquella tarde dejó de amarme. A partir de ahí todo daba
igual. En cuarto de teología, meses más tarde de
ordenarme de diácono y a punto de colmarse mis aspiraciones levíticas al
presbiterado, pegué la espantada. Una espantada que a mí mismo me asombra hasta
el día de la fecha. Renuncié por una fruslería a lo que más amaba, pero en mi
vida esta clase de vuelcos de la fortuna y de giros en redondo no han sido
contra costumbre. Hay una flojera, una suerte de debilidad mental, como si de
repente una cellisca emborrascase todo mi ser apartándolo de la discreción
suprema, y entregándome a Erifos, el gran traidor, y sus amigotes. No valgo ni
para silla ni para albarda. Puede que esta propensión interesante e innata a
quemar las naves se deba quizás a una falta de litio. Algo falla en
mi dura mater. Estoy majara. Tu padre es un pobre loco, Alquinnhelén, duro es
decirlo, pero habrá que plegarse ante tal evidencia incontrastable. ¡Maldita sea! Yo no tengo la culpa de ser así. En la
abyección de la muerte me concibió mi madre. Sé que por esta causa hice sufrir
a mucha gente que estuvo a mi lado, pero me he propuesto escribir este libro no
para justificarme, sino que es esta novela autobiográfica será un ejercicio
profiláctico de auto flagelación manifiesta, un escarceo para intentar penetrar
en el laberinto de mis motivaciones y de reacciones. Ignoro si alcanzaré el propósito,
pero al menos es justo intentarlo ¿No crees? Lo que no podrán hacer es quitarme lo bailado. Nunca
llegué a cura, pero me he quedado en un jodido diácono, que es como
decir nada, porque los que cortan el bacalao en la Iglesia Santa son los
Obispos, los Presbíteros y los Vicarios Generales. Yo no soy más que un
minorista. Iba subiendo poco las gradas del altar, pero a media ascensión me
entró una de esa habituales pájaras, ahorqué los hábitos y lo eché todo a
rodar. En el fondo, siga siendo un cura del Viejo Régimen. El reloj de arena lo
tengo parado en Trento. Pio XII fue para mí el Último Papa. Como me salí, me degradaron y hoy ni siquiera me dejan
[es lo que más me gusta] entonar el ite
missa est al término de los grandes oficios, ni administrar los
sacramentos. Así y todo, nadie conseguirá borrar ese estigma de mi personalidad
de diacono alocado, ordenado de epístola y de Evangelio, nacido para cantar las
verdades al primer lucero. Me había emborrachado de vanagloria. Sobrevino la crisis. El mundo no
necesitaba Redentores en mayúsculas, sino simplemente migueletes, dominguillos,
lacayos y amanuenses. Lo pastueño y lo gregario forma parte del contexto de
esta sociedad de corte occidental adscrita a los mansos convencionalismos. Se
encarrila todo desde arriba. Mala cosa para un hetero pensante, para una voz que
desentona en el concierto como lo ha sido la mía. Yo, hija, soy un guerrillero.
Oriundo de una región de la ribera del Duero que vio crecer al Cura Merino y al
Empecinado. Por mor a mi indecencia, a la mía y a la de mi propia gente he escogido
la emboscada en el monte. El golpe de mano. Eso de tirarse al monte va conmigo
y así me pinta por supuesto. Pero eso forma parte de las servidumbres de mi
oficio, de mi talante anarquista, crítico, disconforme y siempre a mi aire. En
el seminario me habían emborrachado de grandes palabras. Luego, por las
tabernas, que he conocido en todas las partes y en todos los sitios, me
intoxiqué de etílico. Puede que de la resaca no me haya recuperado
al cabo de seis lustros, pero el furor perdura. Menester es confesar que me
habían llenado la cabeza de grandes ideas, pero precisamente esa fe es la que
me ha permitido mantener siempre la cabeza alta. El mundo pertenece a los
soñadores y a los poetas. Ello me hizo sobrevivir a los propios naufragios y a
los ajenos. No perdí el equilibrio. Lo del equilibrio no es más que un decir, porque hay noches en que, en
consecuencias con los predicados de mi tesis en defensa de la bebida aquella
mañana de Santo Tomás en el Salón de Grados, me paso en los tientos al jarro,
bálsamo de mis heridas, brebaje de mis desilusiones, y mi pie se vuelve
incierto y mi ademan vacilante. Todo mi ser se vuelve vedija de
humo Otros hubieran sucumbido. Yo, por cierto, he enterrado a no
pocos de mis enemigos. Dicen que el anís es un buen antioxidante. Soy un hombre marcado, como podrás colegir, mi
queridísima Pickle. Inconsistente y a su aire, un rebelde del 68, que en cierto
modo permanece en aquellas barricadas, cuando la mayor parte de mis compañeros
prefirieron seguir un camino más cómodo de ganancias y honores. En cierto
modo, el formulario a tenor con el cual se confiere el diaconado a los clérigos
cristianos vertido sobre mi cabeza junto con el soplo del Espíritu Santo por el
obispo de mi diócesis, aquel don Daniel Llorente de Federico, que dios haya -
recuerdo sus manos largas y huesudas enfundadas en la quiroteca color malva en
cuyo reverso lucía una cruz - al conferirme la dalmática de justicia, la estola
blanca y el evangeliario rojo de tejuela y broches dorados. Sus palabras sellaron
en mí algo que tendría carácter indeleblemente soteriológico: No
es nuestra lucha contra la carne ni la sangre, sino contra los principados y
potestades; contra los señores de las tinieblas del mundo, contra los espíritus
malignos esparcidos por los aires. Con estas carismáticas frases, propias del rito de ordenación
diaconal, inicié una andadura de rebelión. Mi cielo en la tierra es una buena
misa cantada, un cuadro del Greco, o el rostro de tu madre, la bendita
Elisabeth Howells, que verdaderamente tenía la cara de virgen. You
have Inherited, my dear, her good looks. El apóstol Pablo las insufló
en mis oídos a través de la boca de mi obispo. Harían de mí un revolucionario. Desde entonces el gremial augusto, sede de mis sueños
sacerdotales, ha sido un lugar común de referencia. Me infunden fuerzas
ocultamente enterradas en mi naturaleza para sobreponerme a los peligros y
gritar cada vez más claro y de forma más solemne. El clamor de rebeldía a
través de la literatura ha sido algo más que un vulgar protesto, señoría, de
cualquier rábula de dos al cuarto, de un imbécil radiofonista sin ideas, o de
un parlamentario con deseos de echarle carnaza y demagogia a los asuntos en el
turno de ruegos y preguntas. Ellos forman parte de la tribu levítica de hoy en
día. Y a mí sus desmelenamientos más que causarme furor no me producen sino
risa. Porque mi compromiso diaconal con la Historia, la lucha en favor de los
oprimidos y la proclamación del Evangelio a toda hora es un contrato que firmé
aquel día de Pentecostés de 1962 con Cristo Jesús. El Magariños me suspendió en latín no por mi inepcia
sino por mi aprovechamiento, lo que no deja de ser un orgullo, en una
disciplina que siempre he amado: la lengua del Lacio. El latín es el idioma
perfecto. Un buril y un cincel para esculpir palabras para la eternidad.
A ratos, una lira y un arpa. Roma nos enseñó a todos los
indoeuropeos a nombrar las cosas por su nombre. Si me gusta el inglés de las
Islas, la lengua que tú hablas, en la que sueñas y en la que estarás amando a
estas alturas como amé yo a tu madre, (ah dulces coloquios que estremecen mi
corazón, ah ternura de la fragrante rosa de aquel jardín de Essex, candor del
lirio que apunta al cielo en su empino de tallo solemne) es porque guarda esa
magnificencia de la arquitectura de un acueducto, en la que cada
palabra es una piedra sillar que busca el centro y su vértice de
equilibrio. En la frase latina se colma la síntesis. Todo se ajusta. Todo es
paralelo y a su vez equidista. Sin embargo, aborrezco el inglés norteamericano, donde todo es oscuro y
como más chapucero. Un pueblo que hable con propiedad y medida será justo y
admirable. Por el contrario, el que lo haga mal será un remedo del hombre de
las cavernas. No sé si estaremos al final de la historia, pero el lenguaje del
cuerpo, la profunda oralidad testicular que han traído los nuevos amos del
mundo nos acercan a la barbarie. El fin de la lengua y de la literatura, porque
lo que tiene de atentado a las normas de la estética acarreará la destrucción
apocalíptica. Los deslenguados y desmemoriados - vivimos tiempos
constantes de borrar la memoria - carecerán de ese señorío, de ese
empaque que otorga la visión de futuro. El que no domina la palabra no será
jamás dueño de sí mismo. Por eso, quieren destruir la lengua. Era el último reducto de dignidad que
nos quedaba. Están edificando sobre cimientos de arena. Lo que quieren hacer es
convertir a Israel en Ezrael. Esto es: la inversión de valores. La sustitución
del ángel de luz por el de las tinieblas. Habitamos un mundo de arenas
movedizas. Nuestra raigambre es una entelequia: el Almighty Dollar, y
ahí serán ellas, querida Pickle. Todo lo de este mundo es provisional y contingente: los estados, las
prebendas, las naciones, los imperios, la salud y la belleza. La purpura se
transformará en polvo. Se hará contingente todo lo que ves. Ese será nuestro
día, Alquinnhelén: el de la justificación de los perdedores. La rosa hoy en
todo su esplendor se amustiará mañana. Lo único que no está sujeto a veleidades
de los gustos y mudanzas de la fortuna es el amor. Pero también lo quieren hoy
destruir. Aniquilada la palabra, subsigue paritariamente la estema - es como
una epidemia de nuestros días cibernéticos - del amor de los amores. Es una de
las certeras estratagemas con las que el Embaucador quiere subyugar a los
hombres y a las mujeres mediante la reducción de su condición anímica y
racional a la de su primitivo estado salvaje. No hay más cera de la que arde. Tú te sientas cada
tarde ante la pantalla insulsa del televisor y allí verás a Maripava que
claro está no tiene un pelo de tonta haciendo desnudarse cabe el personal en
sus odios y reconcomios y feministas. Cambias de canal y te salta la violencia
y en el de más allá dos rosas insatisfechas, que en dos años enteros
nunca han cambiado de postura ni dejado por un momento de cruzar las piernas
cotilleando a todo meter con sus izas y rabizas monaguescas. Estas lamias han
traído el desencanto y la destrucción del amor. Su empeño mayor fue pegarle
patadas al nido. Sin embargo, cada día ellos son más fuertes y yo
más viejo y más débil. Mi ideología no tiene curso legal. Parece ser que el
Tercer Milenio no va a pertenecer a los idealistas, ni a los constructores de
catedrales, sino a los granaderos de los súper bombarderos nucleares.
Asesinarán la palabra por inducción de la Sierpe y ese será el fin. El
apocalipsis. Confío que al invierno nuclear que se avecina sobreviva algún
poeta chiflado o algún diácono borrachín para cantar las letanías sobre un
altar destruido. Por algún lado
tiene que reventar la situación. Que no sea por el pañol por donde el barco
estalle. Dios no lo permita. Al final triunfará el amor de Cristo y no tardando
mucho veremos a los prevaricadores saturninos correr el rabo entre las piernas por
la pendiente que lleva al infierno. Ten confianza, hija, en el arcángel San
Miguel. El alto alférez de la milicia celeste acabará poniendo a Mari- pava,
esa que tiene la cara de hexágono y la sonrisa sansirolé contra la pared. Te lo
digo sinceramente: esa Mari- pava me repatea. Se ha convertido en objetivo de
mis obsesiones antimedíumnicas. Como si no tuviésemos ya los españoles bastante
con la Mambo, los Posturitas y las Mujeres Inflamables, toda una lechigada de
personalidades del oropel imperante y columnas de apoyo sobre las que se
cimienta este invento, ahora nos llueven nuevas remesas. Por si fuéramos pocos,
parió la Mambo y la Hinchable aunque era machorra, dicen, anda ya de ocho
meses, y tendrá quintillizos la abuela. No quieres caldo pues toma tres tazas.
Es que hay que echarle guindas al pavo. Esto tiene tres pares de
perendengues. ¿Cuánto dais por una Maripava? Cien programas y que
preguntarás. Nada preguntaré. Me sentaré en la silla y confesaré públicamente
todas mis desvergüenzas. La viuda pudibunda se fue un día la discoteca.
Encontró una relación. Metió al hombre en casa. El querido, por aquello de ser
todo lícito en el ámbito de pareja, se acostó con la madre, con las tres hijas
y con la abuela. ¿Y ahora qué
hacemos? Lo que el burro quiera. Menudo está el patio. Las españolas liberadas
se han quitado la careta. No las preguntéis si tuvieron una relación porque
entonces te van a recitar ce por be la lista de a cuantos se llevaron al
tálamo. Se pierde el pudor. Se pierde la vergüenza. La fe y la esperanza caen
por los suelos. Cuidado con
estas maripavas: con su cara de no haber roto nunca un plato hicieron las paces
ninfómanas con cuanto las pida el cuerpo. Yo lo hago porque me apetece ¿ Pasa? Nada hija, pues qué bien. Pero no me mires
con esa cara de desafío, que me quitas todo el amor. No eres precisamente una
rosa mística, ni yo te voy a explicar, porque sería perder el tiempo, aquí, qué
es la castidad y en qué consiste la continencia. Pero me das lástima, encanto.
Precisamente, por eso porque estás matando la gallina de los huevos de oro.
Quizás quieras destruir la vida. El Amor se saldrá con la suya y todos sus abanderados acabaremos tirando al
mar a todas esas serpientes que reptan. En nombre precisamente del Amor te
escribo cerca de los berruecos y canteras de Piedras vivas mientras escucho el
canto del ruiseñor encaramado en la rama de algún chopo del jardín de atrás.
What happened to you, hey? What was of your fancy
looks?... You were so sexy, old Genady?
¿Qué fue de ti, amor? ¿Adónde fueron
a parar tus tristes encantos? ¿En qué rama cantará ya el pájaro de la seducción? Eres un viejo gordo,
Genady. No sirves para nada. Los psiquiatras te han diagnosticado locura
arrebatada. Ciñeron sobre tus sienes el capirote del baldón incandescente y has
sido condenado al ostracismo de tu casa lejos del amor y de las rosas. Estás
crucificado al madero de la incomprensión y la maledicencia. Oh, Liz Howells,
tu voz es como un ardiente arpón de torturas. Aparta de mí esa azagaya de punta
de acero cuyo vibrante recuerdo me hiere. Yo no puedo borrar tu memoria.
Infernal resulta la vida lejos de tus ojos. Los pájaros de Hornchurch - ya va
para casi treinta primaveras que dejé de escuchar su música -han enmudecido
para dar paso a los trinos impenetrables de la memoria de esos jilgueros y de
ese ruiseñor algo petulante que alza su garganta en las ramas de los árboles
del jardín central.
Sus gorjeos se pierden con el estridente silbo de una cacatúa, en la
alcándara del corral de uno de los vecinos más chistosos, que se pierde en los
boscajes de madrugada.
El pajarraco en cuestión se arranca cuando menos te lo esperas por soleares.
Señor, ten piedad de mí. Mucho es lo que sufro. Por el vano del montante de la ventana entreabierta de
mi chiscón, la que da precisamente al jardín de atrás, donde el año
pasado planté varias cepas de rosales trepadores, jazmines y
madreselvas, en medio de la desaprobación de Lamialuba cuya vehemencia furente
me desasosiega, porque cualquiera cosa que haga o que diga me cuesta una bronca
de esta parienta descomedida y sin consideración alguna, que su madre la echó
al mundo muy buena persona pero sin tacto ninguno, penetran todavía los
efluvios y colores del universo. El mundo gira sobre sus goznes a pesar de mi
tristeza. Yo estoy quieto y las cosas en derredor no cesan de cambiar y de
moverse. Su impasibilidad me exaspera. Dicen que las estrellas no fuerzan sino
que inclinan. A mí me parece que pasan olímpicamente de los hombres. No les
conmueven a los hados nuestras lágrimas. Apiádate de nosotros, Cristo, que
somos pecadores.
Las brisas del Guadarrama se cuelan por las rendijas
del ventanuco de marras. Porque el lugar desde donde te escribo, hija desconocida,
tiene algo de cárcel, y de guarida donde me refugio en mi soledad, al tiempo
que es atalaya cibernética desde donde se captan los mensajes lejanos de la
radio y gira el disco de los amados cantos amigos de los hombres, reclinatorio
del cursor del ordenador, biblioteca donde, parodiando a Quevedo, mi autor
favorito, escucho con los ojos a los difuntos y vivo en contacto con los
muertos. Es mi esconce. Pero es también bodega, bien provista, donde apuro los
caldos españoles que sirven de triaca a mis desencantos, que Baco para los
descastados como yo (ahí me las den todas) es un amigo leal si se le sabe
tratar bien y cogiéndole el punto, y oratorio, porque aquí rezo las horas de mi
breviario y a veces hasta digo la misa del día. Monje y borracho, ángel y demonio, poeta sublime y
periodista ramplón y sin oficio ni beneficio. Lleno de amor al Maestro que fue
crucificado por nosotros y a ratos de odio por los que usurparon su mensaje o
lo interpretan a su gusto. Todas esas contradicciones y altibajos viven en mi
alma descosida al de por junto. Razón llevaba aquel alienista de la Ejecutiva,
siniestro personaje, que me dio por paranoico y esquizofrénico. No he llegado a
nada, Alquinnhelén. Soy un perdedor. Me propuse ser un brillante escritor y
tengo 54 años. Y sólo he publicado dos obras a mis expensas, que no se han
vendido ni a la de tres. Y me he tenido que tragar la edición. Lamialuba
propone una solución, en vista de que soy un mal padre para mis hijos, de que
bebo y soy el baldón de la familia, que me lance por el Viaducto. No eché en
saco roto su consejo, y no pongo la mano en el fuego de que algún día, si me da
la ventolera, o sopla un viento terral maligno o sub sahariano que suele
asolar Madrid con nubes de polvo de langosta por el Agosto, pero por el momento,
quieto. Qué más quisiera ella que verse de viudita anticipada y deshacerse del
zángano de su colmena. Lamialuba es una mosca cojonera, un escozor. En casi cinco lustros de vida
nupcial no me ha dado ni un día feliz. Está agotado el pilón de aguas fecundas
del amor. Así y todo, han seguido llegando los hijos, pero con esta mujer me
casé sin ninguna ilusión y por una serie de razones que, cartas adelante, si
Dios me vale y no se desinfla el globo de mi imaginación, te iré contando por
menudo. No me quieren, No me han querido nunca. Tu madre fue la única que me
quiso alguna vez, aunque por mi conducta problemática, la decepcioné aparte de
que yo fui para ella la causa de muchos males y de sufrimientos. No estuve a la
altura. No la merecía. Pero la quise y la sigo queriendo. Este es el objetivo
que me propongo al garabatear estos párrafos desaliñados- desde el mismo brocal
del abismo mientras agoniza el ánima- y que a ratos pueden resultar enojosos
por su estilo cargante sobre el papel que es casi el único amigo que me queda.
Ya caerán,
Alquinhelén. Ya caerán. Son los mismos perros con otros collares. El péndulo se
ha disparado al ángulo de enfrente, pero la cordial vehemencia que caracteriza
y la crueldad atrabiliaria de las abuelas sigue asomándose a la enigmático
sonrisa de las maripavas con complejos perennes. Es que les queda por
asignatura pendiente su supuesta liberación sexual. Hieden. Mucho me alegro
hija que tú seas inglesa y que nada tengas que ver con toda esta
chusma. Te iba contando cosas sobre la marcha para que te
hagas una idea acerca del ambiente en que se desarrolla mi existencia y la casa
donde vivo. Lo que más me gusta es este paisaje del Guadarrama que tengo al
alcance de mis ojos ya en la edad provecta por la parte de la solana. Este dato
no deja de tener su parte de misterio o voluntad del azar y del destino, porque
cuando era niño me quedaba mirando muchas tardes para esas crestas de la Bola
del Mundo, del Montón de Trigo desde la otra vertiente, la de la umbría, que no
era tan cálida ni tan soleada, pero más montuosa y encumbrada que desde esta
ladera. La cordillera que contemplé de niño es ahora mi acompañante en la
senectud, como si de esa manera se diera a entender que se consuma un ciclo. A
lo mejor ya no me quedan demasiados afeitados. Eso me apremia a escribirte, en
el deseo de que sepas muchas cosas de mí. Quiero levantar acta. Pero también la escritura es una
función misteriosa de trayectoria imprevisible que aleja el fantasma de la
propia muerte y a veces hasta la derrota, porque conecta al ser humano con su
aspecto más excelso: la escala de Jacob. Esa liana que nos unce a los creyentes
con la inmortalidad. El viento gañe gemebundo a través de los collados acérrimos e inhóspitos
escurialenses, baja por las pendientes de Valdemorillo y las bravías cárcavas
de Majadahonda y de Galapagar y viene y parece que se amansa al entrar en
contacto con las rosas de Villafranca o los trigales de Brunete y de la Cañada
donde yacen tantos mozos de la quinta del 36, que a veces uno siente un
desasosiego inquietante y hasta parece que pica el culo y son los muertos,
querida hija, los soldados que cayeron de bandos en este frente. Desde este lugar te escribo, acuciado por el fantasma
de la guerra. Estampando aquí mis obsesiones y angustias y mirando para la
pared de la que cuelga tu retrato. Te alzas ahí solemne, bella y regocijada, en
un jardín de flores, en ese hermoso patio de Essex en cuyo aliño y en las
macetas de rosales se advierte oculta la mano de Elizabeth Howells. El amor y
la cólera comparten este nido ¿Qué me dices, hija, con esa sonrisa tan enigmática, la melena tupida de
color rojizo los pendientes y esos labios que de un momento a otro es como si
estuvieran a punto de empezar a hablarme con cosas del querer? Quejas de una
vida y de un amor que perdimos. Te tengo junto a mis iconos y mis rosarios y aquel mechero que, al
encender, tenía un carillón en que sonaba el diapasón de una conocida melodía
de la Primavera de Vivaldi, regalo de tu madre en Hull el 12 de junio,
día de mi onomástica. Eres mi bandera y un poco mi estandarte. ¿Es posible que de mí haya podido salir tanta belleza? Tú te yergues misteriosa y lozana en medio de tanto
desastre como me rodea. Nada cuajó. Yo fui un bluf . Una farsa.
Una pifia. Un desatino. Two wrongs can´t
make a right, Genady, love. Dos agravios no pueden desagraviar, pero de
aquellas dos equivocaciones nació la hermosa Alquinnhelén. Así lo quiso Dios.
Hay veces que los axiomas marran. Mil vidas que tuviera mil veces que me hubiera
sumergido en aquel error. Soy un fumador de pipa. El humo de mi cachimba se eleva
columpiándose, azul y desdeñoso sobre estas cuatro paredes para conjurar las
imputaciones de inútil total, de fiasco absoluto. En esta
mecedora dehiscente levitan mis dudas. La vieja Brigminton me trae la voz
habitual de la BBC donde hablan locutores de timbres impasibles como habituados
a dominar el mundo. Britania rule the waves. El dominio de los mares y del éter estuvo al alcance de
mi mano. Pero no pudo ser. Yo fui un anticlímax decepcionante.
Un pobre seductor epistolar que arrastraba demasiados traumas. Todo ha terminado para siempre. ) Nunca os volveré a ver? El ángel Ezrael, fatídico heraldo del desamor
y la muerte, me expulsó del Paraíso una mañana de vientos racheados de marzo.
La radio sólo puede emitir malas noticias que hablan de desolación, de facturas
impagadas, citas judiciales, mujeres violadas en un callejón. Goodbye
to all that Adiós a todo aquello? ¿Cómo pudo ser posible? El obispo Llorente, el que me confirió la tonsura, el
acolitado, el ostiariado, y me dio poderes para expulsar demonios y luego
impuso sobre mis espaldas la tunicela de subdiácono y luego la dalmática
diaconal me mira con ojos de misericordia. Era en el fondo un buen hombre. Nada
autoritario. Le apasionaba impartir la catequesis a los niños de la doctrina.
Sentía la Iglesia derrumbarse bajo sus pies. No andaba descaminado en sus
presagios. Nosotros íbamos a ser los últimos curas de Trento y teníamos que
enfrentarnos a un mundo que había dejado de ser el mismo, tuve mis dudas y
vacilé. Una vez, cuando yo estaba en el seminario menor, una Día de la Virgen
de Agosto, no se me olvida, durante la procesión solemne alrededor del enlosado
le oí decir con voz muy queda dichas palabras al fámulo mientras el coro
catedral atacaba las letanías, agitaban el turibulo los turiferarios y los
pertigueros escoltaban al canónigo arcipreste y al deán detrás de los maceros
con el chambergo emplumado, calza y jubón de color carmesí donde lucía
estampado el castillo, las cadenas. Las barras y las columnas de Hércules, y
peluca blanca y empolvada al estilo imperial, le escuché decir:
- Fernando ya me queda poco.
Debajo de estas baldosas pronto me enterrarán.
- ¿Qué cosas se le
ocurren, señor obispo? ¿ Quién
piensa en ello? - se reía casi a voces el familiar.
Lo vi con aquella casulla preciosa del siglo XVI, que
había pertenecido a Ximenez de Rada, recamada de oro y amatistas, que pesaba
casi medio quintal, hermoso y triunfal en la plenitud de su sacerdocio, pero
abatido por el peso de la púrpura. Los añafileros acababan de anunciar el
ingreso del prelado, según la vieja costumbre en una de las sedes episcopales
más antiguas de España - y en la que se habían sentado los Acuña, los Dávila,
los Pérez Platero - en un toque que conmovía las piedras de la vieja ciudad. La
mañana era radiante e invitaba a vivir y he aquí que mi obispo había tenido el
barrunto de su muerte cercana.
- Ande... Ande, Don Daniel. No diga tonterías.
Mucha guerra le queda aún por dar a Su Ilustrísima.
El obispo se quedó parado cerca del nártex de la
Puerta del Perdón. No escuchaba el clamoroso toque de demanda con que la ciudad
de forma acostumbrada anunciaba el ingreso del prelado en su catedral. Un paje
arrastra- peplos portaba su cola de raso, la cola magna. Yo lo vi encogerse a
monseñor; su contrición callada y manifiesta era un acto de sometimiento a la
verdad inexorable de la llamada de la tierra. El imponente altar mayor con
inmensas columnas torsas de jaspe y dos estatuas de mármol de Carrara
representando a San Frutos y Santa Teresa se comunicaba con el coro mediante la
vía sacra donde estaban enterrados todos los obispos de aquella sede. Eran
sepulturas rectangulares donde había una leyenda o encabezamiento
común hic iacet junto al nombre del difunto y la escueta noticia del
nacimiento y de la muerte en latín, arropado todo el texto por la panoplia o
escudo obispal, las ínfulas o cordones y orlas colgando del sombrero abacial
(petaso). Aquí yace fulano de tal. Pontificó en esta sede desde
el día tantos a la fecha de su muerte, que algunos piadosos copistas describían
como tránsito. Obdormit in
Domino. Durmió en el Señor ¿Verdaderamente? La
plenitud del sacerdocio no es óbice para que un sucesor de los Apóstoles se
eche a temblar ante el pensamiento de su próximo fin. Y eso que Don Daniel era
un bendito de Dios. Tenía fama de santo. Le gustaba guardar la pompa y el boato
que fue una de las características triunfales del pontificado de Pío XII, el
último papa antes del Gran Juan. Ellos cerraron el ciclo (porque sus sucesores,
y esta es una conclusión que me asalta con relativa frecuencia, fueron elegidos
mediante el chantaje, la conminación de los poderes del Averno o el asesinato)
y asistir a sus misas pontificales era siempre un impresionante espectáculo
cargado de belleza y de simbolismo. Pero en palacio vivía muy pobremente.
Dormía en el suelo, ayunaba y llevaba un cilicio todo el año. Las malas lenguas pueblerinas habían esparcido el bulo
de que monseñor Daniel Llorente de Federico, que pertenecía a una de las
familias más agorgojadas de Valladolid, amaba la plata. Mucho le criticaron por
haberse comprado un Mercedes para girar la visita pastoral a los pueblos de la diócesis. Murió en la pobreza y santo como había vivido a los
pocos meses de aquella extraña vivencia de la cual fui testigo. Yo le amaba
también a él, All Queen Helén, pero de otra manera a como amé a tu madre. Él
era mi obispo, un obispo de los de antes, de gestos augustos y maneras
patriarcales Me solía dirigir palabras amables y me preguntaba por mi familia y
por la marcha de mis estudios. Nunca le había visto tan triste porque era un
sacerdote muy austero pero jovial y su mirada enigmática para las laudas
funerales me preocupó. Tenía los ojos muy tristes aquel obispo. Fueron nada más unos segundos. Al poco, tomó el hisopo
del acetre. Dio comienzo la invocación del Asperges me, el coro
atacó las notas del introito de la misa A cum jubilo y después de alzar la mirada hacia el inmenso
icono de la Madona que se alza al final de la nave del transepto, cabe el
balaustre del triforio, y justo sobre el inmenso cancel que paramenta la Puerta
del Perdón, pareció recobrar fuerzas y se dispuso a cantar la misa de la
Dormición tan campante. Yo mismo lo vi sonreír como transfigurado por una
respuesta interior que acababa de dar de lado a sus angustias. Pero el fámulo Resines y los beneficiados - recuerdo
algunos nombres de aquellos ilustres: Casiano Toral, Jovito Valdesimonte, el que se peinaba para atrás untando el
cabello con gomina y metiendo el peine con furor en su espesa negra cabellera,
sin conseguir halar todo el camino y un mechón rebelde se le erizaba por la
parte de atrás, o Don Bonifacio con su barriga y su gran calva, que era un alma
de Dios y algunos canónigos con el deán
Fernando Arco Potenza, el arcediano Amós Fito y otros del cortejo quedaron como
parados. Un ángel había bajado para anunciarle a Don Isaías que la Virgen
vendría a recogerlo en breve. Dios siempre cumple sus promesas sobre todo con
el justo. De él siempre se podría decir que murió en el Señor. Aquel acontecimiento así como la visión de la Virgen
Bizantina que corona la nave lateral, sobre el triforio de la entrada, augusta
en su majestad perpleja en su hieratismo benevolente, con un manto
rojo y cabeza inclinada sobre el regazo donde sostiene al Salvador dejaron en
mí honda impresión. Siempre que vuelvo a mi ciudad la recuerdo, porque yo,
querida Alquinnhelén, soy segoviano como Pablillos, protodiácono de
los pícaros. Nací cabe la Judería Vieja, cruzado el arco de la Puerta del
Socorro. Como el gran personaje de esa famosa novela picaresca.
Quevedo no sólo definió con arte maestro a un personaje sino que trajo al mundo
todo un elenco idiosincrásico de tipos como yo, siempre a la
expectativa, a los que ni la vida ni el destino han tratado con mucho
miramiento. El Eresma o Rasemir el rio mierdero de Segovia se me sube alma
adentro. En ella nací y a ella volveré, pues es tierra de pan y de vino. Con
decir que me llamo Arije, que así designan los moros a la uva labrusca, todo
queda dicho. No me cabe la menor duda de que tuve el privilegio de
asistir a un hecho fuera de lo corriente. La anunciación de su próximo tránsito
a un siervo e Dios, así como también el final de toda una época en la historia
de la Iglesia. La tristeza proverbial de mi obispo tendría que ver seguramente
con aquella revolución tecnológica a punto de estallar y que representaría la
involución de una serie de valores. Se traía un aire nuestro obispo con el papa imperante. Por su porte lleno
de majestad aristocrática, el amor al culto y por su rostro. Calvo
completamente, alto delgado y con los anteojos redondos de montura
plateada, la nariz acaballada, el perfil sereno, igual que Pío XII. Incluso,
cuando en el transcurso de alguna audiencia extendía los brazos en
cruz, en actitud de intercesión apenada ante el Altísimo por una humanidad en
dificultades, era la viva estampa del Vicario de Cristo, cuando apareció por
las calles de Roma, tras un bombardeo de los norteamericanos, la sotana
ensangrentada. Peciolo era el único que por su inocencia de vida y carisma
patriarcal tuvo derecho a ostentar ese título. Él fue en realidad el último
papa. Después vendría el apocalipsis.
Se trataba de un caso extremo de coincidencia
portentosa, de pura mimesis, o acaso aquella inexplicable semejanza
tal vez tuviera que ver con la acción de la gracia. El soplo del spiritu a lo
largo de los tiempos tiende a establecer paralelos y analogías que difunden el
idéntico rostro de Cristo por medio de dos hombres diferentes, pero comunicados
por un venero secreto. El amor vuelve a los esposos semejantes físicamente. Les
hace prorrumpir en las mismas palabras, expresarse en sobadas muletillas, o
hacer ostentación de idénticos ademanes. He conocido a pocos hombres que fuesen tan santos como
Don Isaías. Barruntaba ya el concilio con sus ceremonias de confusión, la
entrada en avenida de fuerzas disgregadoras, que cambiarían el aspecto de todo.
En su rostro proféticamente se pintaba poco entusiasmo por el cambio que habría
de sobrevenir, y, sí, el mucho temor. Acudiría el lobo al redil y se disgregaría la grey.
Sin pastor el rebaño cristianos ambularía de aquí para allá desconcertado en el
paroxismo de la contradicción. No hagáis caso a los falsos profetas. Pero esa
es otra historia, que a ti no te competa y de escaso interés, excepto para los
que navegamos en ceñida las olas de este mar huracanado. El aire es de bolina.
IX
A un año corrido desde que me puse a pie de obra, en este tajo
literario, que tanto me duele, y no he sido capaz de darle a una tecla. Mi
ordenador ha estado mudo y ausente durante los pasados doce meses, pero me
hacía guiños, porque ahora con estos adelantos y tantos inventos, ya no existe
excusa para no hacerse escritor. Escritores lo somos todos, aunque de pluma
gorda y cargados de hierro, y cargados de miedo, nos aprestamos a la batalla
del Mundo Perfecto, sin que el arte medre, sin que se escriban más que paridas,
convencionalismos, adulaciones y adulterios. Han raptado a las Musas y nada
bueno para el mundo puede venir de este secuestro, mi querida All Queen. ¿Sin amor y sin poesía seremos capaces de
vivir? Ya me dirás lo que tú piensas y qué te parece, porque estoy
seguro de que, llegado su momento, lo harás. Cada hora que pasa miro para el
teléfono. Suena para otros asuntos. El técnico que va a venir a reparar el
televisor; un corredor de Bolsa vendiendo bonos; el despistado de turno que
llama a la querida.
-Está, Pili?
-Aquí no hay ninguna Pili.
-Ah, perdón! Me he equivocado.
- Pues, a ver si te enteras y marcas como Dios manda,
pelmazo.
Esa clase de telefonazos en falso requiriendo a Pili,
a Conchita, a Sole o a Maripaz son frecuentes los viernes tardes o los sábados
tarde. Se conoce que la gente se llama para quedar y mete el cuezo, claro
está. Noto que al personal el cuerpo le pide
guerra. En el mundo sigue existiendo tanta hambre de hembra y esa soledad como
cuando yo era joven. Ahora me pregunto la de perras que se me han ido a mí en el
teléfono. Dineros y dineros que han ido a parar a Telecom, a Bell a Moviline, o
a Telefónica, que así se llama el consorcio que parte el bacalao del ring- ring
por estos tesos. Me he pasado la vida arrasando el bolsillo y llamando por
teléfono. El Teléfono y erizos, fuerza es reconocerlo, fueron mi perdición. Y, total, para nada. De poco me ha servido pasarme la
vida de cháchara. ¿Por qué no me
escribes? Porque no me da la gana. Al cajetín del correo también echo un vistazo
todos los días, no sé yo si de mí te acuerdes, pues tienes mi dirección y mi
número de teléfono, que una vez me telefoneaste. Fue en la noche del seis de
junio del 87, y nunca me vi en mi vida en ocasión más jubiloso. Eh, dad. Is that
you? Yes.What are you doing, then, then?Waiting for you, dear. I
have been expecting this moment for a long time.
Pero sucede lo mismo. Todos son facturas y
cartas de las editoriales tratándome vender enciclopedias o alguna enejé pidiendo
dineros. Multas de tráfico, alguna que otra cita judicial a la Magistratura d Iudicatrix, Repertrix, por aquel tío que
me azuzó su chucho, y yo me lié a cantazos con el perro y al amo le partí la
cara. Llevamos más de quince meses de pleito, amonestaciones, atestados,
requerimientos. Reconozco que se me fue la mano, fui a por él, que a tu padre, All Queen, no
le ponen un pie delante. El can entremetido, que era un Rotweiler, pudo haberme
dejado seco, pero, cerrando la embestida yo seguí impertérrito, pegándole
golpes con la cachava, y ello fue que la fiera fue a morder y yo ni
corto ni perezoso, aprovechando la dentellada al palo de mi garrote, que el
animalito no soltaba, le hundí el regatón por el gañote y adiós
perro. Reconozco que esa vez anduve temerario, pero, cuando se me
cruzan los cables, ya no me detengo. Tengo casta de guerrillero, leches. Y
cuando me da el pronto…El dueño del dogo se acojonó, pero yo me fui a la
empinada y nos enzarzamos. Nunca cutí a nadie el polvo con tanto
ganas, parece que me lo había puesto a huevo. Nunca han sido de mi
gusto ni los matones ni los fantasmas, y aquélla fue la mía. Era un chulo con
muchas ínfulas. Le dije que me la repatean los perdonavidas; encima,
el tío estaba cuadrado, con unas espaldas de armario empotrado, y mira que
dicen mis enemigos que tengo un tipo de culo de lámpara, y otros reparan en que
soy lo más parecido a una pera, ancho por abajo y angosto por arriba. Que no
soy un cachas ya lo sé, ni tampoco de dónde diantres saco la fuerza para hacer
uso del genio que Dios me dio. Debe de estar en el alma y no es otra cosa que
el empeño y el ahínco que pongo en mis acometidas, pues a mí nadie me pone un
pie delante, aunque por lo general suelo valerme más de la astucia, siguiendo
el ejemplo de Pablete, mi tocayo, al que mantearon, acantearon y emplumaron
varias veces, pues, al igual que él, me siento carne de Inquisición. Ojo,
Pablos, que asan carne. Es el pago que recibimos la penitencia por
nuestros desvelos, la recompensa por navegar contramarea: palos y palotes,
broncas, abusos, retractaciones, inclemencias. Y a este paso no sé si terminaré
mis días en la soga, o en las galeras del Rey Ildefonso, que es fama que es un
gran rey, y muy bien asesorado aunque sordo. A mí no me gusta: soy de los de la
República. A la única reina a la cual rindo pleitesía es a ti, All Queen, cetro
de la soberanía absoluta, rosa lejana de un pensil ignoto que alegra mis
sueños. Con los regios personajes de Britania la Mayor, tu país, no
tengo nada que ver. Ni con el de las orejas, que de su persona conservo un
libro titulado To be a King y
ya en su más tierna infancia tenía buenos soplillos (ese libro lo teníamos en
tu cuarto, que estaba pintado de rojo, de nuestra casa del 28 Scott Crescent de Edenthorpe, y yo le rescaté y obra en mi
poder, y aunque yo no sea muy monarquita que digamos le tengo cierto afecto por
lo que me recubierta aquella cubierta azul) ni con la que
murió en extrañas circunstancias -pobrecilla, hombre, porque no quita lo uno
para lo otro, y era lo que se dice una rosa inglesa, pero mucho más guapa, con creces,
tu madre, pues vete a tu saber de lo que son capaces los servicios secretos con
su Gorilas, metidos en vereda; no hacen ascos a los procedimientos sibilinos.
Ellos siempre tienen que ganar la guerra y, por premio a su audacia, han de caer
de pie. Vae victis. Ay de aquellos que no pasen por el aro: seguro que van
y los asaetean con bombas contundentes desde sus fortalezas
volantes. Son muy tolerantes, comprensivos, dialogadores, pero se
convierten en fieras si alguien les rechista, porque se conoce que están
acostumbrados a mandar y a tener la sartén por el mango. Su lema es: todo aquel
que se resista al césar catará el filo de mi espada. Tienen algo de caninos. Yo
he sentido sobre mis costillas la dentellada de estos gorilas, mucho más contundente
que el del dogo asesino del tonto que sacó a pasear su fiera como si fuese un
caniche, y yo le hice cara, que no me devoró por un milagro del divino arcángel,
el cual, ya te contaré, es mi chaperón infalible, pero yo soy
un hombre pacífico y ellos no pueden estarse quietos sin tener delante a un
contrincante. Pues la vida no es un cuadrilátero de boxeo ni un coso
taurino. Si no tienen algo contra quien luchar ni a quien vencer,
parece que les falta algo, que son incapaces de vivir sin enemigo. Y digo yo que
a qué ton viene eso de pasarse los años haciendo exhibiciones de músculos. Ya
lo sé que sus bíceps son muy poderosos y que se metes de por medio te acabarán
dando más palos que una estera. Parad ya, for
God the sake. Parad ya de una vez, pero es como largar excomuniones contra
un muro. Van y te saltan que ellos son los ganadores y que nosotros los
vencidos o te sueltan un latinajo de la biblia: vita militia est. Si no tienen delante un enemigo, se lo
inventan. El procedimiento no es nuevo. Ya lo utilizaba Maquiavelo. Ellos lo
ponen en práctica con eficacia y les va divinamente. Los instintos asesinos y
la capacidad para dar la vuelta a los argumentos, en perjuicio del débil, la
entronización de la mentira y la tergiversación de los hechos forma parte de la
filosofía y erótica del Poder por el Poder. Dicen que la Princesa Joya estaba encinta a
consecuencia de un desliz durante un plenilunio, en una romántico paseo en yate
por el Mar tirreno que termino en concúbito con un magnate del petróleo, pues
de eso vi yo mucho en Londres en la época Heath, cuando Britania la mayor se
derrumbaba por los sindicatos y los árabes había comprado barrios enteros de
Chelsea y los hoteles de Park Lane, y se llevaban de calle a todas las chicas,
porque en tu país tenían éxito los morenos, aunque de eso no se puede decir
nada, había los que no se comían una rosca y no iba a ser cosa de
permitir que un turco se sentase en el trono de San Eduardo. ¡Faltaría más! La mayor parte de las
dinastías europeas han cultivado el matrimonio morganático, y son muy
meticulosas en lo de la sangre azul. ¡Pobre Princesa Joya! Perdió el trono
y la cabeza. Estas cosas que te cuento no tienen importancia, pero mi vida
parce que se ha vuelto del revés, y uno se cansa de tanto ir a zurdas. Aquí el Día de la Santísima Trinidad abandonaron sus
plintos las cariátides, y en Hohebrucke descorcharon el champán. Hubo fiesta en
el cuartel general, porque se había rendido Litsóñin. Un halo perdido, un ala
desplegada que no volverá ya, daba vueltas a la redondez. Decían que venía el
Mesías, y que reinaba en Absterburgo. Mis lecturas me recordaban aquel
impresionante fresco de la catedral de Orvietto en el cual un esteta medieval
había taraceado su faz en los altos relieves del pórtico. El Antecristo guardaba
un parecido curioso con el Señor. Era rubio con el cabello rizado, algo rojizo,
muy zarco de tez, y también arrastraba y seducía a las muchedumbres. Mientras él llegaba y yo con estos pelos,
devorando libros de segunda mano, escuchando las imposturas de Radio Veneno,
fumando en pipa. Insomne a causa del café y de la bulimia que me devoraba por
dentro, pasaba las noches remoloneando, dándole al mando a distancia
para comprobar que todas las estaciones audiovisuales dicen lo mismo, y las
peores, las más infames, eran las alemanas. Me hacía el roncero a la
hora de escribir, porque hay que reconocer que cada vez me cuesta más. El
ordenador no me aclara las ideas, antes bien padezco como tarazón o empacho.
Doy saltos de un concepto a otro. Acometo tareas que abandono luego a medio
camino. Además, yo me pregunto que para qué escribir, para qué hablar si no te
hacen caso. Tus demandas y tus gritos golpean contra el muro. Producen un eco
triste y dolorido y se acabó, Además, el Demiurgo Triunfal no consiente que se le lleve la contraria. Ha
puesto firmes a sus escribas. En cierta ocasión en una rueda de reconocimiento
en Absterburgo convocó a los poetas y a los jefes de informativos y le dijo:” Atended bien a lo que os digo. De ahora en adelante,
será noticia sólo aquello que yo quiera. Porque, como soy dios, a quien elijo
lo elijo” yes, wuana dijeron todos.
¿Y la ética
profesional?
-A esa mujer nunca la conocimos. Doña deontología que
se meta sus códices por el culo - repuso el Esbirro de la Justicia.
Y arrojó a las tinieblas exteriores a multitud de
pendolistas y aspirantes a un lugar bajo el sol de las musas, entre ellos, a
mí. Por eso, ya digo que redactar folios y más folios, devanándose los sesos ante la pantalla del palimpsesto se
ha vuelto tarea ímproba. Tú vas por ahí
en eso con la verdad por delante, y te encuentras con los comisarios y
zelotes. They write you down. Te
fichan.
- Esta fiesta es un camelo.
- Pues, allá tú. Tendrás que atenerte a las
consecuencias
Los duendes eléctricos luego juegan al escondite
con mi inspiración, se apaga la luz y se va a freír gárgaras el
archivo. Como he perdido la ilusión, cada vez me cuesta más trabajo,
y es que, o ya no tengo las mismas facultades, o me patina la memoria, pero las
golondrinas anidan bajo el alero.
- Cada una de tus frases es un gatillazo.
- Emperador, yo te las brindo.
- Eres díscolo e incorregible. Contigo no hay quien
pueda, amigo mío.
- Ah, cuando vuelvan otra vez los míos, vete
preparando.
- Los tuyos han perdido.
Guardé entre mis carpetas y cuadernos esta sentencia
apodíctica del Esbirro. Tal vez, tuviese la razón. Los míos no volverán nunca,
porque fueron derrotados. No son de este mundo. La luna, impávida y por encima de tales disidencias,
es bella en estas noches de primavera. Están encendidas las madreselvas,
exhalan las retamas cuajadas de una flor gualda que maravilla el sentir una
fragancia exquisita, y yo no tengo ni idea de por dónde andas, hija, que acabas
de cumplir los treinta, revolotean los vencejos de mi cabeza y yo hago como que
el soy el mismo, pero un año más, estoy más cansado y viejo. Todo aquel tiempo
fue arrebatado por las alas despalmadas y mayestáticas del aguda solemne y
duerme sobre el regazo del olvido. Para recuperarlo habrá que encontrar la
piedra bezar que, como un talismán de fecundidad y bienandanza, colocan las
águilas en sus nidos. Ya eres la imagen venerando de un icono en el recuerdo. Menuda que la ha preparado el bueno de Litsóñin
caudillo de Supraba. Hoy ha comparecido en una rueda de prensa el Gran
Subsecretario portavoz, ese hombre insignificante, de aspecto felino, porque es
toro manso, y ya lo dice el refrán, del agua panda te guarde Dios que de la
bravía yo mismo me libro, anunciando a la parroquia la capitulación, el del
pelo pincho, hombre de gestos inescrutables, astuto, y político imperturbable,
oye que descorchéis el champán, pero a mí el Gran Subsecretario Portavoz no me
gusta aunque digan que han ganado la cruzada a los de la limpieza étnica y que
están a punto de entrar los blindados de la paz, porque tengo
tarazón de tanto bombardeo eufemístico. Nos meten las frases por donde nos
quepa; aquí sueltan una palabra y quieren decir lo contrario. Retor
ha vuelto en el carro triunfal para corromper toda la semántica. Hay que cogérsela
con papel de fumar, que menudos bichos. No te lo pierdas: bombardeo filantrópico, fuego amigo,
campaña humanitaria, intervención altruista significa lo mismo pero dándole la
vuelta al matiz. Paz quiere decir guerra. Fuego amigo, alfombrar Supravia de
embudos de mortero y de ruinas. Ayuda humanitaria, quítate tú para ponerme yo.
Orden internacional, caos y solidaridad se utiliza como antinomia de discordia
civil. Es habilidoso y artero en la utilización del lenguaje el Antecristo,
pero a mí no me engaña. Este lenguaje coloquial, que forma ya parte de nuestras vidas, se precipitó
sobre nuestras cabezas, igual que una lengüeta de fuego, la fría noche de
noviembre de 1989 en que cayó el muro. Ellos tenían que celebrar su
bicentenario haciendo rodar cabezas, la primera, la de Ceaucescu. Siempre han
de inventarse un enemigo. Igual que Saturno han de beber la sangre de sus
propios engendros y han vuelto a poner de moda los sacrificios al macho cabrío,
All Queen. Mirad al Gran Subsecretario tiene aires de gato y sus
gestos felinos. Un especialista en el cambio de chaquetas. A lo primero, la
lucía roja y en los mítines alzaba el puño cerrado y el capullo, pero antes fue
azul, y ahora viste de amarillo. Debe de ser porque lleva luto por los muertos
que debió de asesinar. A mí me daba en la nariz, cuando era ministro, que por
cierto me envió a galeras, que este individuo iba a llegar lejos al socaire de
la figura de Judas, porque no ya meramente ha cambiado de camisa,
sino que ha vendido a su madre y a su patria. Claro que no podía ser de otra
manera siendo sobrino de quien era: aquel profesor enrabietado que se fue a
Oxford, escribía libros infames, y era muy políglota, un anglófilo de mala
casta al que le dijeron una vez en la Sociedad de Naciones.
- Es usted tonto, don Carcajada.
- ¿Quién, yo?
- Sí.
- Si hablo trece idiomas. ¿Qué me dice?
- Pues en los trece necio es usted.
Desde entonces le había quedado al subsecretario el
sambenito de su familia. Tonto en trece idiomas pues la cosa le venía de familia. Que hay tontos útiles y hay tontos peligrosos. Don
Carcajada pertenecía al segundo cupo. Porque, aparte de ser manso, nunca se le
veía venir. No podemos por menos de, abundando en lo mismo, tener
que proclamar que estos enemigos de la vida, de la esperanza y la
caridad, se autodenominan ecologistas, pero la ecología para
ellos quiere decir la muerte del vergel, y mundialismo quiere decir
Babel, y primus pater, vicario de
Satanás, y democracia quiere decir autocracia, y para ellos la urna
de votar no puede renunciar a su origen etimológico, ni echar de sí sus
connotaciones lúgubres de osario. Como instrumento de la tiranía, se disfraza
de libertad. Las elecciones forman parte del gran rito que quieren
ellos entronizar a toda costa.
- Lo único que veo en torno a mí son túmulos.
Pero la urna que ellos adoran, y con el que tratan de substituir al cáliz
de la Redención no puede renunciar a su origen infausto. Era la
vasija sepulcral donde los romanos guardaban las cenizas de sus muertos. Sopla
con furia el viento terral. El Poniente, saturado de urnas cinerarias, y
encandilado de comicios, huele un poquito a carroña, con tantos y
tantas que meten dentro de la mano de cadáver para hurgar papeletas
y administrar pucherazos; es frágil el invento y se nos puede quebrar el envase
y a ver quién luego paga los cascos. Viene la palabra de la misma
raíz que ouron, esto es mear, y
su ranura, a través de la cual hacemos el ejercicio de nuestro derecho al voto
tiene algo de falsa ilusión carnal. A causa de las urnas hay ahora tanta
disfunción eréctil. No ha servido, en su afán de confundir, para otra cosa que
para proclamar la gran desilusión genital.
La crica democrática ha puesto todas las cosas del
revés. No metáis el cuezo en la hendedura que os vais a quedar secos del
susto. Os encontrareis un sapo
- Pues, venga, que no se diga, hoy, San Antonio, y día
de elecciones generales. Todos, a votar.
- Estamos todos cansados de guerras y de campañas.
- Lo mismo le da
- Mande Pedro o mande Perico de los Pelotes total lo
único que vamos a conseguir es que esos mandamases de Hohebrucke nos
llenen la conejera de guiris, porque Coninklia, nuestra patria, la otrora
Jardín de las Hespérides, a la que Plinio cantó en sus maravillas en la
variedad de fuentes y de árboles y de plantas [no son concordes los autores en
establecer el origen de su nombre que bien puede venir
de Hesperio esto es: la nación de la tarde, o de Aspinus que quiere decir en griego el país de las
maravillas, aunque otros atribuyen su etimología a la abundancia de liebres, y
también el lugar del dios Pan, coronado de pámpanos, grumos de uva por toda la
cara, mucho humo en la cabeza y mosto en la barriga] es un revoltijo. Aquí se
han hecho siempre los mejores alfanjes y ha sido un gran coto de caza. Su étimo
se adscribe a raíces tanto cinegéticas como tauromaquias. De su ethos no hablaré yo aquí porque esta
nación no se sujeta a un molde, y no se rinde a los convencionalismos, pues
constituye un crucigrama complicadísimo. Pero ésta es la tierra a la que amo, aunque me duela,
All Queen, en la que nací y pienso morir. Mi tragedia consiste en que nunca
seré capaz de ser inglés, ni de abdicar de mi pasado o de mis genes,
por adscribirme a ti, pues hay cosas que están por encima del amor filial. Para
mí la patria siempre fue sagrada, aunque digan ahora que esto del
apego al terruño no es más que un concepto trasnochado. No pasaré yo por esa horca. Conociendo como conozco a
los anglosajones, sé que os tratareis de imponer, nos dominareis. Lo de la
limpieza étnica (como si por el torrente sanguíneo corriesen miasmas que
hubiera que purifica mediante el cauterio o la transfusión quirúrgica, y con
esto se vuelve a la creencia de la superioridad de razas y al privilegio de los
de sangre azul, pues no os lo creáis, mienten más que el Mundo Inmundo, diario local, que, cuando su capitán empieza a largar por esa
jeta, todas las jotas de nuestro idioma se vuelven del revés) no es más que una
añagaza de los quiere uncir a Europa al yugo de su dominio para pasear al
antecristo en su carro triunfal. Vuestros jefes se dan buena mano en minar las
resistencias de los pueblos, inundar las playas de submarinos y las plazas
fuertes de caballos de Troya. Utilizan para sus propósitos la vieja táctica del
César divide et impera, la
agitación psicológica y la intimidación. Ellos han vencido pero no han convencido, o, por bien
decir, no han sido capaces de infligir una victoria moral sobre ese sátrapa,
digno heredero de los boyardos que se llama Litsóñin, defensor de la fe de Cristo en un tiempo concusionario de
embustes y de depravación. Ahí está un campeón de la libertad, curtido en las
batallas contra Solimán. Se ha rebelado contra los asesinos de las madres
patrias que hoy regentan tanto poder y ha clavado su espada acerada sobre el
costado de Lucifer. Me duele mucho, querida hija, que el Interpuesto se
exprese en la misma lengua que tú, aunque dicen que ya está cambiando de
táctica y se irá al alemán que es la que en realidad le pertenece, la de
Lutero, porque he consultado la Biblia y todos los argumentos masoréticos
propicia esta creencia. Que sí, que El que se opondrá al Reino de Dios es un
teutón. Hitler ha sentado precedente. Lo sabatizan, pero se han
apropiado de su filosofía. Por eso, me preocupa lo que está ocurriendo estos días. Es una lucha sorda,
en la que se abrazan todos a la mentir como a un clavo ardiendo. Quieren
vendernos la burra y yo por ahí no voy a transigir. Y en Absterburgo andan puntero en mano deshojando la
margarita, señalando con el dedo lo que ya hacía el Cara de Oropéndola cuando
imperaba, calcar con la regla los puntos donde habría que asestar escalpelo
para sajar el apostema de la limpieza étnica, marcados
previamente con una banderita, o círculos concéntricos.
- Fire - clamaba el servidor de pieza.
XI
El cabo batería tiraba de la cuerda. Los golpes eran
certeros. Tenemos el avión fantasma y hasta platillos volantes para la
descubierta. Somos invencibles. Litsóñin, ríndete. Porque de otra
manera, no va a quedar de vosotros ni el apuntador. No vamos a negar que una de las causas por las cuales
habían declarado la guerra e invadido Supraba era porque les incumbía probar
sus nuevos engendros de destrucción. Son menester polígonos de tiro para cotejar sobre
el terreno estos monstruitos, con fuego real y con víctimas humanas. Con esta añagaza se habían lanzado a tumba abierta a
aquellas maniobras. Mediante una extraña y tozuda habilidad para retorcer el
pescuezo a los argumentos hacían dogmas de sus suposiciones. Descargaban bombas
inteligentes que buscaban sus blancos mediante guía eléctrica, horadar muros de
medio metro, y proseguir ruta. Siempre hacían carne. Sus máquinas no sólo
discurrían, sino que eran capaces de hablar en cualquier idioma, igual que el
asno de Balaán, puesto que una vez gritaron en algarabía: you are a target. Al oír esto, salieron
todos los moros zumbando, porque el chivato les avisaba que la peladilla
buscaba sólo cabezas cristianas. Se trataba de una preparación artillera infalible.
Después de los bombarderos vendrían los gourkas, de instintos asesinos con un
puñal entre los dientes.
- Of course, you are a target. All of us have
become a target.
- They can make with us
whatever they wish, you undestand me, pretious. Even you are a
target, All Queen. But never mind. One day I ´ll get there and I´ll liberate
you from the claws o the Big Beast.
- ¿Ha entrado la fuerza?
- Ya están aquí.
Una recua de blindados reptaba por los campos de minas, que los
artificieros del Cesar neutralizaban sabiamente. Salían a recibirles moros
tocando chirimías. Sonaban las viejas melodías jenízaras. La columna motorizada
iba escoltada por la flor y nata del periodismo ultramarino, las
plumas más galanas, los rostros más famosos, y nombres anglosajones o
teutónicos en seudónimo, que despistaban el pasado judío, y que,
rizando el rizo, han conseguido lo que hasta ahora nadie había: retransmitir
una guerra en directo. Las cámaras captaban las evoluciones y los lances de los
paracaidistas, pegados al territorio, el zumbido ominoso y amenazador de esos
moscardones artillados que son los helicópteros clase Apaches. El ruido de las
máquinas infernales poblaba el cielo de Supraba, región mártir, de presagios de
hecatombe. Venía al recuerdo la memoria una de las Siete Plagas. Los Apaches
hacían pensar en la de la langosta. Era la libélula de la guerra que arrasaba
las cosechas. En algún lugar de la penillanura lloraban las trece tribus.
- Acaso, os guste tanto armar camorra porque habéis
visto demasiadas películas de indios. Deseosos estáis de rapar cabelleras.
-Escucha: llegan los sioux. Tacatá. Tacatá.
Toro Sentado se dirigía hacia el campamento,
jinete de un caballo moteado que cabalgaba a pelo. Así es como hay que hacer la
guerra. Sí, señor. Desde que ya no hay caballería, lo paso fatal, porque con
tanta estrategia la guerra se ha convertido en un aburrimiento. Nadie durmió aquella noche que fue la antevíspera de
San Basilio el Grande, un doce de junio como si fuera la final de la Copa de
Europa. Aunque todo estaba ya de antemano. Las grandes cadenas montaron el chou,
y los alemanes seguían tan vociferantes, buscando, desconsolados, el tambor de
hojalata. Entonces no era más que un juego de niños comparado con la que se nos
viene encima. Siga el Sr. Hierba fumando en pipa y aporreando su tambor. La
final estaba amajadada. Han comprado al árbitro estos jodidos. Ya podréis,
jaquetones. Diez a uno. Vaya una paliza que le habéis propinado
al Pelo pincho. Ahora se acerca la unidad del comandante Libertador,
desactiva una bomba, avanza por la vertical del campo lleno de escombros, se
observan los embudos que dejaron como tarjeta de visita las panzas de los súper
fortalezas volantes, desarman a un gendarme de los malos. Se engallaba el Espiquisy.
Parecía a Matías Prats retransmitiendo
la final de la copa del Mundo desde Maracaná. Gol. Gol de Zarra.
Ahuecaba la voz, mantenía el tempo oratorio. En la guerra todo vale. Amañar
cadáveres y lanzarlos a la costa. No hay nada más contundente que una bomba en
un supermercado o el primer plano de una viejecita degollada a la hora del té. ¿Por qué lo hiciste Faquiyíu? No hay respuesta. No more questions.
Sólo se veía el avance en agachadiza del nepalés soldado tiznado el rostro
amenazante, un machete en la boca. Espiquisy, voz que reina en nuestros días, controla nuestras mañanas y segmenta
nuestras tardes, y me envía el cheque a fin de mes. Es la granjería de ser
súbdito del rey bobo y la reina fea: vivir en el limbo. Manos arriba, tú,
sanguinario polizonte del Régimen Corrupto. El pobre hombre uniformado, a la que la llegada de los
tanques ha cogido de improviso, y no quería que los aliados llegasen cuando las
alondras de la montaña habían empezado sus gorjeos amorosos, porque estas no
son horas para invadir, un país, se queda parado, pero el infante vengador cree
ver en su persona alguna maula y, rápido, más que Bill el Niño, le mete en el
cuerpo del sospechoso, que acababa de salir a hacer sus obligaciones físicas,
ora porque no le llegase la camisa al cuerpo, o porque había estado dándole
aquella noche al anisete, cosa por la cual son algo tardos sus movimientos, un
par de tiros en la barriga. Y le pasa lo que a Genarín, aquel leonés
le una madrugada de Jueves Santo debajo de una barbacana de la
muralla de León. Le atropelló el camión de la basura. Ya podréis, cobardes. No
se desuella a un hombre que ha bebido y menos cuando está cagando, pero, como
en la guerra y en el amor, vale todo, o al menos, es los que propaláis
vosotros, pues, de acuerdo .Pero el locutor del Platón New, se
enerva de entusiasmo, presa de un frenesí diabólico. Acaso piensa que está
retransmitiendo un partido de fútbol y no la muerte de un ser humano, grita por
el monitor: Gol. Our paratroper has scored. Well done, mate,
this is it. Bravo. One, nil. We are the winners. Mientras yo me acuerdo de la madre del Gran
Rothschild, y musito para mis adentros una cancioncilla que un buen hombre me
enseñó una noche de juerga en Londres, y que yo tarareo cuando presumo que se
avecina borrasca por el horizonte: If
the devil had a son, he would be called Palmerston, vibra el
locutor en la exaltación de un patriotismo esquinado, difícil injerto en la
gran panoplia de la bandera. Llegan los juliganes a patadas, que vienen los
ingleses, esa aguerrida chusma que arrasará los campos de Europa. Los alféreces
provisionales del pirata Drake han empezado a aplicar su doctrina de la
Junio-Jaque y suenan por todos los confines los ecos del Britannia rule the waves.
-Palmerston? Do
you remember who he is?
-Lord
Beaconsfield, you silly: the big godfather of the British empire.
Desde aquel día tengo todas las antenas desplegadas.
-En octubre quiebra la Bolsa. Habrá pánico en Wall St.
-Os gusta meter el miedo en el cuerpo, tíos. Eso es lo
que más os priva más que a un tonto la chifla de Marcos el alguacil.
-A ti que te alguacilen.
-No me alguacilarán. Seré fusilado. Más bien.
-¿Tú crees?
-O yes.
-Pues sí. Mira quien fue a hablar.
-Están cacareando las urracas.
-¿Dónde se han
subido?
-A la branca más alta del árbol del ahorcado.
-¿ Qué hacen?
-Lo de siempre graznar, derraman su baba. Si te pones
abajo te cae un misil de gallinácea. Cegarán a los profetas como a Tobías con
sus cagadas. Pero estoy hablando en sentido traslaticio, ya me entiendes.
-No son urracas, son milanas, que todos los falcónidos
tienen esa fea costumbre de disparar largo y tendido cuando excretan, es una
forma de marcar territorio. Cuanto más firme y lejano sueltan, mayor garra, y
más mortífero el zurrido.
-Zurren, zurren, presidente. Ta, ta,
ta. ¡Qué guarras!
-No te rías, Verumtamen, que la cosa es más serie de
lo que parece. Mira cómo Lupa Barcerionensa reparte caña. No escribe con pluma
de ave sino con hoja de afeitar. Y Ronza Resentida, a la que dicen la Huntsman,
se asilvestró. Deja que el
volcán espume su lava. La cabra siempre tira al monte. y ya van dos hembras en
jarras. Tiros a la barriga, y una faca entre las bragas, coño. Dios que fuera
demonio. ¿No fue ésa que
cuando te nombraron corresponsal en Londres te arredraba, diciendo que habían
nombrado a un corresponsal tartamudo? La envidia de las palomas cojas hace que
zureen las milanas. Ay que risa. No llegó. A ti te protegía la Santa. Es que
quería que la hubiesen mandado a ella, pero ella la pobre no era más que una
simple reportera de la patrulla de Castellana 142, y no pasará de ahí. En
cambio, tú, Gnadio, eres un escritor. Todo el furor de estas prójimas tiene una
explicación uterina. Todo viene en clave histérica. Bah, cosas de
mujeres. ¿Por qué
escriben? Porque no follan. ¿Por qué no follan? Porque no paren, y
no paren porque son machorras. El sorites me ha salido redondo. Olé mi
fabla. ¿Es que se ligaron las trompas de Falopio? Ya quisieran ellas que
les quedase hueco. Iban para monjas y como no las ordenaron madres superioras
de la Causa, pues se cagaron en el convento. No son más que sotas descartadas.
Soberbias como ellas solas. Me impla su ego. Van y dicen, o jugamos todas o se
rompe la baraja. A mí me pusieron cual digan dueñas, pero otra cosa no podíamos
esperar de esas cotorras comadronas periodísticas. No lo llevo a afrenta. Es timbre de gloria. Ya
quisiera la Huntsman para sí el despacho de corresponsalía, haber
ido a Oxford cuando nombraron al guitarrista Andrés Segovia honoris causa.
Allí tuve el gusto de conocer al tonto en siete idiomas, que se acogió a
altana. Ya era viejo, pero todavía le duraba el berrinche. Una dama pequeñita
de pelo blanco le tiraba de la manga, hopalanda gris, y birreta roja deslucida
con un remate de pluma blanca, dómine oxoniano, el chaqué y la
dulleta de media talla, pues era muy pequeñito, alquilados a un
ropavejero de Savile Row, y con unas gafas sin montura cuadrada, vayámonos,
Sotero, no sé qué haces aquí hablando con estos fachas, la entrevista fue
accidentada, pero yo supe de antemano que todo era una martingala, la olla
barbotaba. De milagro no le tiré un pedrusco, pero ya asomaba el consenso. Don
Sotero ¿Qué hace usted ahí? Le escribí y me respondió de su puño y letra un
negativo. No entretengo indiscreciones. Allí empezaba un poco la madre del
cordero. En Oxford sacaron en procesión al Cristo de las Revanchas y salió a
recibirnos el alcalde con el collarín y todo, hubo una copa de vino español en
el aula magna llena de togas capisayos y doctorales chambergos. A don Sotero le
bailaba el agua un fámulo ayudante de cátedra, joven simpático y de la ribera,
que de la cátedra de prima ganó las oposiciones de la de antropología. Había
bebido a los pechos de Don Sotero Pesetero y nos contó un chiste que nos hizo
mucha gracia a Mariano González Aboín
y a mí. Si esto es civilización yo me
vuelvo a Estella. Era navarrico. Porque fueron a tomarse un vino a un pub y
habían cerrado el establecimiento. La campana de las tabernas inglesas suena
inexorable a las diez en puntos PM con un last rounds please. Pero de este personaje tan postinero, que había
sido fraile y tocaba el órgano como los ángeles, ya hablaremos más adelante. Lo
que te perdiste, Ronza. La patata caliente empezó a torrefactarse a orillas del
Támesis entre Oxford. Don Sotero y esos oficiando
de obispo del consenso se convirtió en el pontífice de la
Transición. En la Corte de San Jaime, a la sombra del fantasma de Lord
Beaconsfield, se cocinó todo. El lugar tiene una marcada tradición
conspiradora. Allí se había organizado el cacao de nuestra guerra civil. Siguió
la racha hasta la llegada del ministro Pabellón la calle es mía, pero allí le
dieron sopas con honda y perdió. Estos ingleses hilan fino la madre que los
parió. Y yo fui testigo de cargo, pago las rondas y tú, querida Huntsman,
continúa escribiendo novelas cursis, que es lo tuyo. Si me trabuqué entonces
ante el guitarrista era porque veía la que se echaba encima. Todos vosotros, monacillos
y manecillas del pobre Pedro Rodríguez inauguraste la era del
periodismo caníbal, pero ya no me azaro, no jodas. La Fronilde de Frómista me
protegía. Estaba de Dios que te quitase el puesto y a lo tonto a lo tonto pude
enhebrar mi primera crónica, y tú y otros creo que firmasteis un papel al
director del Ente para que me echaseis. Una par de par de perendengues tuvo la
cosa. Solidarias, por un tubo, pero os falta caridad. ¿Cómo las vais a tener si carecéis de entrañas? Os han
ligado las trompas y dicen que eso enfurece y os vuelve de plumas
ríspidas. Y de remate se cargarán el invento. No se os puede dejar solas. Al
Antropólogo lo acaban de largar de la tribuna donde explicaba el hecho cierto de
que el hombre viene del mono en la de Ciencias de Información Deformante. Armó un cristo, y como no aceptan
reveses, ponen el grito en el cielo. Enseñaba ese tipo que el hombre viene del mono. Hay que
institucionalizar a las parejas de hecho. Le echaba mucha prosopopeya. Para ese
viaje no se necesitaban alforjas. Recuerda que hubo tiempo en que nadie era capaz de meterles en vereda a los
Cien mil Hijos de San Luis. Los exilados vinieron repartiendo leña, que eran
palos, al fin y al cabo, aunque fueran consagrados por el decano de la
Universidad de Oxford. Allí siempre nos tuvieron mucha mala leche a los españoles. Lo suscribo, pues he visto fluir la mala uva con mis
propios ojos. Ríos de vinagre históricos. Todas nuestras peores movidas fueron
guisadas con recetas de los Rothschild en las ollas del barrio de Belgravia. Yo
expuse esa tesis durante el transcurso de un almuerzo en la embajada y por poco
me echan del país. Debo a Don Manuel, que era una buenísima persona, que me
achicase los perros. Por haber llegado al país con un enchufe de aquel don Sotero el Ginebrino,
tonto en todos los idiomas, traía muchas ínfulas y aquí si no te cuidas siempre
te rebajan los humos. No se les puede dejar solos Ya. Eso decía que el Gran Nito, que ojalá
resucite. Tanto le denostaban que ahora le echan de menos. En el
juego del quítate tú que me pongo yo caben muchos renuncios. Les ahorcan con la
misma soga que ellos pusieron al pescuezo de otros. Donde las dan las toman.
Mucho se alzaron, pero les veremos caer. Madre no hay más que una, pero España, dos. Qué
no quieres caldo. Tres tazas. No he tomado venganza. Tengo poco de
indicativo. No leo sus histéricos engendros cortados a navaja. Los desengaños
me han quitado la tartamudez. El sabio sólo reza y calla, y aquí estoy viéndolas
venir.
-¿Cómo don
Erasmo Pérez Plumero?
-Toda ellas son de su cuadra. Van detrás de Pol Pit
que fungía como mamporrero en aquellas andadas.
-Ése también pública.
-Cosas muy malas.
Ahora está en la peña del Ayesblú, alias el
Valenciano, los que se sientan en el velador, justo detrás de la tajuela del
Estilita cabe la barra del Estevón, el que ha sido tu muro de lamentaciones
etílicas durante tres lustros. No tenía donde ir. Me aburría, pero que conste que en el Estevón
me he dejado muchos cuartos en todo este tiempo. Tengo una inclinación generosa
al derroche y, metido en copas, de perdidos al río. No te percatabas, alma de
cántaro, de que el pincerna te sisaba en el vuelto. Si una copa de ojén valía
quinientas rubias, y hacías el pago con una billete de dos mil, él te devolvía
cuatrocientas. ¿Quién se preocupa de cosa tan ruin? Me ha tocado
muchas veces hacer la vista gorda, lo mismo que, cuando, en un apuro, le pedía
al Estilita para un taxi luego tendría que devolverle el préstamo con un
interés del cincuenta por ciento. Usura llaman a esa figura. Pero Alborotapueblos alias el Estilita menudo
es. No se le escapa una. Con decirte que es capaz de leer los periódicos del
revés. Vacante eso, tiene buen corazón. Es listo como él solo y eso que no fue
a la escuela. No puedo decir mal de él pues me consta que me quiere y me ha
sacado de muchos malos rollos. Al Estibadio no has de volver. Agua que no has de beber... Oye ¿Me escuchas? El gordo de la cabeza monda lironda, ese que aparece
de comparsa en todos los programas del Spikizy
(desembucha atrocidades) tiró a canasta y encestó, pero debajo de los palos
estaba Faquinyiú con una clepsidra, se quejó al consueta celestial. Este tanto no vale, tú. ¡La manita de Dios! Entonces, la megafonía de la discoteca de las Praderas
Celestiales, donde Spikizy se había buscado un curro de pinchadiscos
sábado noche, puso música de baile. La parte del león del repertorio se lo
llevaban marchas militares entreveradas con la balada más famosa del Festival
of Light, cuya letra ya ha sido mencionada: If the devil had a son, we would call him Palmerston. Camino del exilio, un niño rubio, huérfano de la guerra, al volante de un
tractor, no llega a los pedales pero lo conduce hacia el norte. Sus padres
fueron, masacrados por un turco. Huye de la venganza de los apóstoles de la
limpieza étnica. Otro éxodo acaba de comenzar, pero, por lo visto, los de esta
segunda tanda, como no pertenecen a la secta de Mahoma, carecen de derechos
humanos.
- Hay que macizarlos.
- La culpa la tiene Litsóñin.
Los politólogos de las juntas analizan la situación de
globo, y por el fuero y por el huevo, llegan a perentorias conclusiones de
cornutos silogismos. Tienen que ganar siempre. No hay tu tía. Como
buenos hijos de la Serpiente Infernal sueltan su baba mala. De otra forma no
podía ser. Una orgía de odio reconcentrado, un odio secular, atiborrado de
imágenes y de agujas de minaretes (los corresponsales volantes que cuentan la
guerra in situ siempre se colocan a la sombra de una mezquita para
retransmitir su vociferante propaganda, porque, asesinada la verdad, noticia va
a ser lo que a mí me salga de las narices, cumplir su cometido, para que
resalte bien quién es el jefe y quien la consigna: apoyar al Soldán, hacer el
recudimiento de las hordas de la Media Luna) nos persigna en esta sangrante
primavera del último año del siglo. Es el terror del milenario, y el apostrofe
de la mentira, repanchigado en nuestro cuarto de estar. Y el que
diga lo contrario o no piense igual, que se prevenga. Nosotros le ajustaremos
las cuentas.
-Tiros a la barriga. No kidding.
-Como en Casas Viejas. (¡Viva la guardia Civil! (España, madre nuestra, aunque te deshonremos, tú nos honras. Eres el mejor
país.
-No te pongas sentimental, Verumtamen.
-Hoy es 20 de noviembre. Me ahoga la memoria el
recuerdo de tantos muertos. ¿Y para qué? Ojalá nunca se repita. Entonces pagaron justos por pecadores.
-¿Sabes cuántos
curas se pasaron por las armas?
-Dieciocho mil.
-¿Y qué dice el
Vaticano?
-El Vaticano no tiene memoria. Con esto del Holocausto
se ha hecho el papa un lío. La sangre de todos ha salpicado su sotana.
- Pero si yo defiendo mi patria, mi suelo regado con
las sangre de tantos muertos, ¿por qué me disparáis?
- Con las reclamaciones al maestro. Drop dead, you bugger.
- Sois de una valentía para ponerla en el Guinness:
matar a un hombre giñando, como al borrachín de Legio Séptima, violáis mozas
cristianas, asaltáis cunas y preventorios. Vuestras formidables acias, las
aguerridas escuadras, los manípulos de largas lanzas, las testudíneas en
formación o tortugas militares para expugnar las posiciones enemigas.
-El enemigo está en la plaza.
-Es lo malo. Con tanto caballo de Troya recién
colocado será difícil la defensa.
-Ya han entrado.
-No pasarán.
-Ya han pasado. Nos van a tirar al mar. Preparaos a
nadar en las aguas negras del Leteo.
XII
El polizonte del Régimen corrupto se agita unos
instantes entre convulsiones horrísonas, expulsa por la boca un río de sangre y
rinde su espíritu, víctima de los que irrumpen en un pobre país proclamándose
salvadores de los Derechos Humanos. Realmente, nada más feroz que un británico
al merodeo. Entonces heredáis vuestra condición de piratas. Sois los feroces picti a los que no pudo meter en vereda
el emperador Adriano. Cuando desconecto el interruptor, estoy al borde de la náusea. Acabo de
presenciar en vivo un homicidio. La sangre de este justo pesará
eternamente sobre la conciencia de los asesinos, aunque la verdad que éstos son
de moral muy laxa. Estos cosarios se atreven a acusar de corrupción al líder de
un pueblo que no se doblega ante quienes bombardean su territorio y defiende
con dignidad la cultura de su país. Estos día uno no tiene más remedio que desenchufar esos aparatos porque uno
se enfrenta con audiciones y visiones de odio a gran escala. El tipo de la pajarita - luego descubrí cómo se llamaba,
nada menos que Benjamín Jamón, pero debía de ser un alias de Leví, Cohen, o
Zamorano, apellidos de los que en estos momentos está plagada la cancillería
del Cuarto Reich de Absterburgo, y que va a durar dos mil años -
ínterin tiene toda la pinta de un profesor de la Sorbona, por su
aspecto gris, pero a cada señalamiento de su batuta yo pienso en los
desventurados que deben de haber caído bajo los cascotes que dejan las bombas.
Máncer Jamón, que te aproveche el pata negra. Pero, mira que eres embustero. Te
empeñas en llamarte de lo que da el cerdo, cuando aborreces el tocino, y te
empeñas en empedrar tus coloquios de paz armada y de ayuda
humanitaria, crímenes contra la humanidad, y otras zarandajas para esconder las
cartas asesinas a las que estás jugando, y que no son más que una judiada. Te
recuerdo que siempre se dijo: ¡Ay del judío la maula! Hombre por Dios, esas no son razones, imposiciones y
trágalas. Yo no me creo lo que dices, ni borracho. Queréis salvar a Europa y
habéis entrado en ella como un elefante en una cacharrería. Yo me huelo la
tostada, don Ben, y conozco cuales son los objetivos nefastos que os proponéis
acometer: acabar con el Reino de la Cruz, porque el recuerdo de la sangre
derramada aquella tarde pesa sobre vuestras conciencias.
- Hoy por ti, mañana por mí
- ¿ Habrá mañana? ¿Tenemos derecho a reivindicar un futuro con la que está cayendo?
- Sí, hombre sí. No te hagas el pesimista. La maldad
no puede durar eternamente. Para tu consuelo, te recomiendo que cojas una
revista de las que guardas en los altillos de los armarios, pues eres una
urraca, que te gusta guardar todo. Échala un vistazo y podrás ver cómo la
actualidad es agua pasada y este momento preocupante se convierte en algo
ridículo. Sin embargo, el que a mí me quita el sueño es el
Consueta de la Muerte, el outspokeman
o vocero. No descompone un músculo, pero hay que ver qué verdades terribles
anuncia le buen señor. De hombre sólo tiene la cáscara, la medula es la de un robot.
Ángeles custodios, libradnos de esta gentuza. Echadla
fuera del mundo. ¿Qué hacen los
serafines de seis alas ahí parados viéndolas
venir? ¿De qué modo se tolera que sea conculcada la justicia y
triunfe la iniquidad? Me desgañitaba interiormente, pero nadie parecía hacerme
caso. El maestro de ceremonia de la Cancillería seguía proclamando que no
habría cese en los bombardeos. Litsóñin tenía que aceptar su programa de quince
puntos trágala y rendirse. Seguía yo mirando a aquel sujeto de pesadilla, que
había visto alguna vez paseando el perro en un playa o tomándose un té cortado
en algún tenderete de Absterburgo, donde se expenden piscolabis
y salchichas alemanas. Aquel aire tan burgués como de honorable
padre de familia y aquellos anuncios tan apocalípticos. El odio matiza hombres en serie, seres clocados. Por
el superhombre de Kierkegard, la Humanidad marcha hacia el sumidero. Esta primavera del 99 ha cruzado el ángel exterminador
los cielos del mundo y el Día de la Trinidad abandonaron sus plintos los cadáveres
para convertirse en prefijas o plañideras de muerte. Samuel Jamón me evocaba
pensamientos de destrucción a gran escala. No cabía duda alguna; se trataba del
innombrable: el impío, el hombre sin ley, hijo de toda prevaricación. No quiero, siquiera pensar en ello, All Queen; este
guarismo que se corresponde con la cantidad del seiscientos sesenta y seis me
desazona. Su cociente se evalúa a partir de sumandos de destrucción, de
calamidades. Consulté ciertos textos masoréticos que guardo para estas ocasiones
pero los autores tenían dudas. San Agustín no se pone de acuerdo con San
Jerónimo en esto del schiliasmos.
-Never mind.- repuse-
Ben Jamón parece un fraile a punto de hacer la recomendación del
alma a esa canalla de corifeos que medra a la sombra del Capitolio. La voz de
este hombre desentierra en mí el recuerdo de la
salmodia de los arúspices que escucharon el graznar de los ánsares.
Debe de haber mucha muerte detrás de esa batuta y de esa cara de paniaguado,
que hace solitarios en su casa porque se muere de aburrimiento, o porque su
mujer se los pone con algún efebo de esos que se anuncia en los periódicos para
maduras desconsoladas negrito retozón: me
gustan las cuarentonas, máxima discreción, llamar al teléfono tal, y otros
mensajes comerciales que salen en las cadenas porno alemanas, donde el cohen o
proxeneta en comandita con las alcahuetas anunciadoras ladran
números telefónicos a mansalva que suenan a ladridos de doberman: ach, acha, ach, sex, sex, sex, noin, noin,
noin, y padece del síndrome del milenio: la próstata atrofiada con secuelas
de disfunción eréctil. Hacen la guerra porque no puede hacer otra cosa. Me desvela el
ayudante de campo del Gran Subsecretario; esta noche he soñado que lo que estos
pretenden es llenar el Paraíso Terrenal de guiris. Están a punto de
aprobar la Nueva Ley de Extranjería. Una voz clamaba en aquel instantes:
-Metecos. Ilotas.
-¿Qué dice ese
chalado? Que nos llama idiotas, tú! ¿Quién es?
-Un arúspice.
-¿Su nombre?
-Jáuregui alias el Ojopipa. En la agencia donde
trabajábamos fungía como espía de la Internacional socialista. Pasaba
información secreta a Carrillo.
-No hay que hacer caso. ¿Que culpa tiene el pobre de ser bizco?
-Todos los bisojos son Veraguas; me dan mala espina.
Tienen algo de gafes. Menudos son. Se tiran un pedo por los micrófonos y luego
mandan al diablo que lo pinten de verde. Es lo que denominan los
fisiólogos el efecto mariposa. Fíjate lo que proclamaba: Inmigrante adentro, fascista muerto. No se
puede negar que, aunque se dijo periodista, intelectualmente desarrollaba de
coeficiente mental lo que una portera. Todos los tontos son peligrosos y si a
la estupidez se les aduna la maldad, mucho peor todavía. Van a llenar España de moros. Eso ya lo sabíamos hace muchos años. Por eso se han
lanzado a tumba abierta a cortar cabezas. Quieren vengarse de la humanidad
tratando de defenderla. A esta guerra de Supraba, ya tan anunciada, les ha
llevado su insaciable sed de vindicta. No quieren cargarse a Litsóñin, que
representa eso que los Padres del Desierto denominaban la armonía espiritual,
que nunca puede estar de espaldas al número y al orden. En conclusión, el apuntador siniestro no podía ser
otro personaje que la Bestia Sin Rostro, y carecía de apellidos y de nombres
porque al guarismo de la perfidia no conviene nombrarlo sin quedar contaminado.
Insistía en que se avecina sobre el orbe una buena zafra, que había que hacer
tabla rasa. Tu mirada mata como el basilisco. Yo soy el basilisco. ¿Tú que te has creído? Ángela María Antonia…Manos
arriba, Litsóñin, tienes que rendirte. Esta primavera del 99 ha cruzado el ángel exterminador
los cielos del mundo. Fíjate, All Queen, yo me fijo bastante en estas cosas.
Sin embargo, he mirado por el montante de la ventana de mi celda, para tratar
de atisbar algún signo de los que acompañarán la llegada de los días terribles.
Todo en vano. El carro del profeta Elías no rodaba ni pegaba tumbos
horrisonantes por entre los peñascos helados de las nubes. El cielo estaba de
un azul purísimo. En el pequeño huerto de mi parcela las lianas de madreselva y
de jazmín serpenteaban dirigiendo sus esporas hacia arriba. Las rosas, más perfumadas
que nunca exhalaban un olor suave y los sauces llorones tan intrincados y
potentes en su raíz se mostraban firmes y seguros sobre el suelo, como si
quisieran corroborar su testimonio aprendido en el edén: que la vida siempre
derrotará a la muerte. El castaño que planté yo en el centro de la cuadrícula, cuando vinimos a
vivir aquí, en el 85, es ya talludito, casi un adolescente. La
primavera pasada dio sus frutos: unas castañas ruines, seroja pura, pero parece
que nos advertía que nos preocupáramos, que está ensañando, porque el castaño
es un arbusto de lento crecimiento y al principio de los zurrones de sus erizos
nace muy poca cosa, pero luego activa su glande para fructificar bueno y mucho.
Con lo que te quiero decir que todo el jardín está encandilado y hermoso en las
largas y joviales semanas de junio. El día de san Juan vamos todos a coger la flor del agua y a bailar en torno
a la hoguera de las vanidades nuestras. ¿Quién piensa en la guerra, cabeza de chorlito? ¿Qué habrá sido de Litsóñin dentro de dos
lustros? Y de sus opositores que, para conseguir la destrucción de
Supravia, nos han tenido a todos con el corazón en un puño, subiéndonos a todos
en el carro de Marte? Verdugos y victimas serán todos medidos por el mismo
rasero. El paso del tiempo cercena los descomedimientos, da perspectiva de la
vanidad aleatoria que nos circunda. Parece gritarnos desde las enmohecidas y
amarillentas páginas de los diarios atrasados que no somos más que humo. Por las fiestas del Rosario tendremos una cosecha excelente
de higos y castañas y hasta puede que nos determinemos a organizar un magosto
de patatas asadas y mucho vino del porrón. A los ailantos da gloria verlos en
verde, aunque expidan un olor acre y algo repulsivo. Pero a los cerezos les ha
picado el bicho y no sé si se nos morirán, igual que los álamos del esquinazo
que se rinden a la pulga del gorgojo. Esas son las novedades. Escribo sólo de lo que veo y
lo que oigo. Mi oído y mi imaginación me advierte de hechos y cosas
inquietantes. Sin embargo, mis éxtasis con la naturaleza, porque en el fondo mi
vocación frustrada es la de botánico, me persuaden de todo lo contrario. No he
visto al ángel que dice Juan que atravesará los aires ceñida la espada y
luciendo una diadema que reluzca igual que un crisólito. Cierto que el tirano
Hegesipo ha dado algunos escándalos y zozobras, pero está bien consolidado en
su trono. Ahora todo, lleno de gloria pues la tierra entera le rinde culto y
vasallaje, tendrá que ser magnánimo. ¿Quién Hegesipo? No fastidies. Ese es de los que no saben lo que quiere
decir la palabra perdón, aunque se le haga la boca agua parlando de derecho
humanos.
-Os tengo a todos bajo control. Gemían los borrachos,
las putas tenían cara de desolación, pero el triso de las santas golondrinas
era aún perceptible debajo de los aleros. Los dioses acuñaron una frase:
-Aplastaremos la belleza.
-Cantad, golondrinas. Salgan gorjeos infinitos de vuestra sinfónica
garganta.
Y los políticos coreaban la monserga de que la
economía va bien, y no se cansaban de repetir nosotros los demócratas,
pero el pueblo prestaba oídos de mercader a los discursos de diseño y prefería
repetir la retahíla de Viva er Beti,
manque pierda. Fue cuando el cáncer olvidado hizo metástasis.
-Ahora os vamos a operar, cainitas.
Era preciso hacer una guerra balancín y la declararon en un pispás.
-No hemos quedado bien, oye. Ese Pelopincho tiene
aguante. Hay que acogotarle a base de maniobras envolventes.
-La cosa se está poniendo fea. ¿Ha entrado la fuerza?
-Ya no tardará.
XIII
Apaturias sustituyó en el cargo a Piripis y en los edificios oficiales no ondeaba la bandera blanca
sino bandera verde. En todos los despachos oficiales fueron proscritos los
santos cristos, reemplazados por unas babuchas, una alfombra, y la quibla que
indicaba el lugar sagrado para donde debían mirar los creyentes. Los rojos no
tenían nada que hacer, derribaron la estatua de Lenin. Ahora el color que se
llevaba era el del estandarte del Profeta, que es verde, como todo el mundo
sabe. Pueblos enteros renunciando a su bautismo, abrazaban al Islam. No estaba
mal mirado, antes bien, se consideraba de buen tono renegar.
-A la chita callando y como quien no quiere la cosa
están poniendo todo del revés.
-Ya ves. Como que hay todo un proceso revolucionario
en marcha.
-¡A mí la
guardia!
-No quedan soldados. Hicimos los a todos jenízaros.
Por eso, hay hoy tantas gallinas y tan pocos huevos.
-Vaya. Vaya.
-El mundo es un asco.
-¿Quieres que te
lo cuente otra vez?
-Me duele algo la cabeza.
-Pues allá va. A ver si con el estribillo te duermes
de una puta vez: Esto era un rey que tenía tres hijas, las metió en tres
botijas, las tiró río abajo y badajo, badajo.
-Ese rey es un carajo. Lo destronarán. Tiene los ojos
pachones y a su mujer la llaman la Reina Fea.
-La cosa tiene bemoles.
-¿Y las
infantas?
-Todas han parido.
-Pues si que estamos buenos. Una es la Reina Fea y
otro el Rey Carajo. ¿Arenga como
Dios manda o simplemente lee el discurso?
-Tira de papela. A él lo que le mandan, ya
sabes- es un mandao. Es un rey que manda poco, que ni pincha ni corta pero todo
lo mangonea pero no veas como jode y eso que parece tonto...anda, anda. A él,
con tal de conservar el cargo, lo que le echen. Así se las ponían a Felipe II.
Invierte el predicado de Federico de Prusia: Fiat injusticia et pereat mundus. O sea, que se haga la injusticia
y que a mí me salga todo bien. Ole mis cojones.
-Uy, como vienes esta mañana...
-Es que me he zampado los higadillos de un leopardo,
dos tazas de copos de maíz y tostadas con mermelada. Encendí luego un monte
cristo de los que me ha mandado Fidel.
-Y luego te quejas. La verdad es que no debiera
lamentarme tanto pero tampoco me baño en agua de rosas. Un torzal posó en la ventana. Era el alma de mi amada
que se llegaba a darme los buenos días. Pero a esa voz y a ese rostro yo lo
maté. Al bajar del autobús, donde había escuchado esta
conversación estrambótica, pero llena de insinuaciones tan sugerentes como
malévolas, me encontré con un moro de chilaba. Estaba sentado en el brocal del
pozo de los caños de las aguas que hay en el Avapies. Murmuraba entre dientes
con acento dolorido la famosa jarcha de Ay de mi Alhama. Luego se alzó el
faldellín y con muchas ganas hizo pasar el aire por sus conductos más
lastimeros. Estalló un pedo con la fuerza de un obús.
-Flatulencias del cuscús.
Pero no era un pedo. Era una contraseña.
Por el zacatín arriba subían los añafileros de plata. Pasado San Eugenio y
en vísperas de Santa Gertrudis, Gnadio Verumtamen miró para el calendario y al
ver la fecha casi pega brincos de alegría. Había estado mes y medio sin beber. Erifos, chínchate. Sólo una copita de vino a las comidas. No me tientes, barbián que ya sabes que si empiezo no
termino. Mira lo que ha pasado a Whittling, marido de la Ochichernia lunares y
coplas de España, ay mi mare lereleré, que se chupó en un mes
cien botellas de ginebra. Lo ha rematado una cirrosis. No se puede acabar con
las existencias. Se ha bebido hasta las cañerías de La Moraleja. Tampoco es que
cantara como Angelillo. Eso es la verdad. Lo suyo era la rumba. De ahora en adelante ni catarlo. Hablaba así de serio, contento de haberle encerrado al
diablo del aguardiente en su bodega, pero pensaba en los muslos adolescentes de
aquella negra que conoció en San Francisco. Es hermosa la vida. No tendría que acabarse nunca. Tengo sed de amar. Era una escultura de ébano, las piernas de cariátide,
las caderas un monumento, los pezones de un castaño caoba. Fromiga era también una virgen negra. ¿Volverás a San Francisco? La Séptima Flota en la Bahía alzaba sus perfiles de
torres de acero, y la abertura de los sollados y la de la amura de
proa, un aviso; los cañones embozados mirando al cielo de agosto como una
ecúleo de destrucción. Vi los ojos, tras la niebla que trepaba por las
barandillas del Goldenbridge hasta encaramarse a los apeos de la pilastra
maestra para subir más allá y desaparecer entre los cirros, erizarse como
garfios. Tenía su cuerpo de lujo aparcado en la esquina del hotel. ¿A quién esperas? A un cliente. ¿Vamos? Sólo te va a costar veinte pavos. Subimos un ratito `pero no quise
meterla, me masturbé. Pensando en aquellas cosas, recordó el restaurante vasco. Le inflaron de
pacharán. La estatua de bronce del caballero castellano guardando la entrada
del barrio chino, las corrientes silenciosas que separaban a la bahía de la
isla de Alcatraz, la oficina de télex en San Francisco desde donde despachó su
crónica. Se sentía protagonizando una película. Adónde irá el buey que no are.
Eran hermosos los pechos de la negra y la sonrisa de la muchacha toda fruta
ensalada de frambuesa, aquellos ojos bovinos que cada uno valiera veinte dólares,
poblaban su memoria de complacencia. Aquel rascacielos en forma de prisma, una primera
pirámide cibernética, adelantaba el porvenir. Dios ha hecho este mundo de corrientes eléctricas y de
impulsos. No lo condenes. Recuerda siempre la sonrisa de complacencia de
aquella negra. Llévales la contraria a esos fariseos, los lebenrachers enemigos
de la vida que decían los filosofastros alemanes. Acudí a la llamada no me dio su nombre, pera muy
hermosa. El San Francisco de las canciones de MacKenzy me tuvo
entre sus brazos. Yo fui a la ciudad del extremo oeste con flores en
la cresta. Sencillamente, en aquella ocasión me sentí anonadado por América. En Reno estuve a punto Verumtamen de casarme con ella.
Cenamos en un restaurante cantonés, a quince platos la sentada, nada más que
veinte dólares. Yo era más joven.
-Ahora te relames de gusto, picarón.
-Puede decirse que viví el sueño norteamericano a mi
manera. No sé ni cómo salí vivo de aquella.
Pero, a la vuelta a Nueva York, la dura realidad. Encontró a su cariño acostada con un inglés funcionario de Naciones Unidas. Fue la primera vez que estuvo al tanto de una realidad amarga: la infidelidad. Una cruz y mil cadenas te has echado, Verumtamen, resiste. Haré lo que pueda. Si aguantando cuernos se evita el infierno, yo iré a la Gloria. Trató de disimular. No la quería, no la quiso nunca, pero era cuestión de resistir. En las noches angustiosas del verano neoyorquino tras la tórrida primavera nació una pollada de mirlos. El cuco había anidado en el alero. Los mirlos americanos tienen un celo muy bronco y como lúgubre. Desde aquel viaje creció en él la inclinación por el trago. ¿Y si no bebes qué haces, mira tú? Te ha salido buena la asturiana. Para el pinte. Se casó con la mujer más puta que había conocido a lo largo de su premiosa existencia. Al menos era la que mejor lo disimulaba. Ochichernia con falda de lunares, lagarterana eterna arrancándose por soleares y echando hacia atrás la melena de endrina. Mucha rumbo aquel tiempo de juergas cada dos por tres. Ahora todo acabó. Al Whittling lo arrebujó el aguardiente como una pescadilla. El hijo murió de sobredosis. Las niñas fueron a buscar novio a La Argentina y luego se divorciaron como corresponde. Pero con dieciocho añitos, cuando corrían las fuentes, con motivo de la conmemoración que hoy ya nadie conmemora volvía el cotarro boca abajo, dejaba boquiabiertos a gobernadores civiles, el señor obispo se echaba sobre el rostro el solideo mientras sus labios murmuraban jaculatorias, y hasta Doroteo, que tenía una mirilla reservada en el gran palacio de los monarcas Borbones, cerca del camerino de las artistas la observaba el muy guarro a la apostadero y luego estaba todo el santo verano contándoles a los cervatos, a los gamos y a las libres, a los guardias del Patrimonio y a los sargentos de semana cómo era de carnes morenas la gran vedete. Les ponía a todos los dientes largos y luego no les quedaba otro remedio que organizar una merendola, para más tarde ir todos a desahogarse a la Farela de Segovia. Hacia pecar a todo el mundo. España contenía el aliento. Ay que no la llamen Belén, ay que no viene. Whittling su pobre marido tenía una poderosa razón para pescar merluzas. Con el título oficial de marido oficial de una hembra así sólo cabe una solución o matar o que te maten. Pero Whittling era rumboso e inteligente. Yo cumplo con mi mujer. Sus caderas por aquellas fechas paraban la circulación y hasta le dieron el nombre de Ochichernia a un Mercedes que salió al mercado por aquellas fechas. Había una relación la manera de moverse por los tablaos o por la carretera. Un cáncer de mamá la tumbó. Quien lo hubiera pensado. Los que la conocimos en todo su esplendor pensábamos que aquella era una de esas hembras españolas capaces de tumbar a la propia muerte. Ya todo se acabó. Era quince de noviembre y tenía al día siguiente que renovar el carné. Whittling no habrá más que uno. Era el rey de la rumba, pero su mujer, todo fuego-era mucha hembra- lo anuló. Los ángeles prepararon una fiesta por todo lo alto cuando subió al cielo la faraona y dicen que bailan rumbas desde entonces. Todos ellos habrán organizado otra para acoger a Whittling y al Camarón de la Isla. Toda la peña del periodismo roso debió de asistir a la recepción. Luego bajaron del cielo Chatiñas, Paca la Panadera, y la Rubia Camuñas (que tenía una voz desencajada, como de manzana albardón de verdulera de Covent Garden) y nos lo contaron. Ha salido Teleradio, compre el Hola. La vida es una tómbola. Noviembre no tiene para ti nada transversal. No eres un lúgubre. En esta época has vencido a Erifos y te vienen las grandes ideas. Aférrate al teclado de tu ordenador como el que empuña un misil. La muerte te encontrará así cogido al mosquetón. La literatura es tu fusil. En estos años de violencia que nos comparsa una pluma por muy acerada que esté no vale lo que un revolver pavonado. Recuerda que todas las pistolas las hacían en Elgoibar. ¿Más café? Qué pretendes, ¿ intoxicarme? Toquemos madera. No se puede cantar victoria aún. Y el intermediario que así llamo yo al residente de la voz de la conciencia en la planta noble me miró con una cara de besugo recién pescado. No estaba mal aquella historia de la pescadilla que se muerde la cola y que acabaría por morir de cirrosis. Noviembre proclamaba el tiempo de sazón. Pasó con su familia la tarde de un domingo en Alcalá de Henares. Viene el 20N y a la gente se le cruzaban los cables. Los de la Movida veían fachas por todas las partes. Hay que barrer debajo de la alfombra. Tendrán mala conciencia y, acosados por su pasado, alucinan. Es una manía persecutoria. Saben que por las malas no hay tu tía. Anoche tuve dos sueños bien distintos. En uno me casaba con una mora. Como era menor de edad, tuve que viajar a Rabat para apalabrar el contrato con su padre. Fuimos hacia allá y el moro mató un carnero para nosotros. A cambio de treinta mil duros de dote muy ufano me dio la mano de su hija. Fue un sueño muy bonito, pero me desperté cuando estábamos en lo mejor. Volvía a trasponerme y la imaginación me arreaba una nueva pesadilla. Unos polizontes asaltaban una sinagoga y yo era el jefe. Pero, cuando llegamos, el rabino ya estaba de cuerpo presente. Le pusimos en la boca dos doblas y nos fuimos a tomar unas cañas por los mesones. La obra de destrucción no fue necesaria. El edificio se cayó solo. Fue como una maldición. Como el cumplimiento de una profecía. Cosas raras sueñas. Yo todo lo que sueño se cumple, pero no está el momento para delirios oníricos. En Alcalá de Henares hacía frío. Era una desapacible tarde de lluvia. Parecía que se iban a venir abajo las techumbres cuando uno de los púgiles le marcó un pión a su contrincante. Bermudo, mi chaval, que era uno de los que competía, no consiguió medalla. No vimos a Cervantes, pero al pasar por la carretera, justo en esa llanura desangelada, donde estaba la famosa venta de Viveros, que hasta hace poco podía contemplarse en el camino real de Barcelona donde los estudiantes dieron malón al pobre clérigo, me acuerdo de Don Francisco en su lidia con aquel ventero morisco y ladrón. Se me viene a las mentes con sus ojos algo miopes y profundísimos, la taheña barba, con los pies zambos orientados hacia dentro. Quevedo cabalga caballero de las espuelas de oro por las páginas de Internet. Es el mayor profeta de la historia de España. Venta de Viveros. Algunas mozas de partido, un hidalgo tratando de disimular el hambre, y un cura que reza al olor. Y maldiga Dios a los de ese pueblo que son mala gente y no se encuentra entre ellos un hombre de discurso. Venía yo pensando en esto, y eché una mirada hacia la Venta de Viveros cuyos muros leprosos se los llevó un Ángel, el del Progreso, cuando lo del ensanche. Y en Torrejón me queda el recuerdo de la casa grande, con sus iconos y con sus laudes. Las buenas horas pasadas durante una boda. Mágica es Castilla la clara y la gentil. Pero, como han ganado los americanos, Torrejón es hoy un poblacho desmangallado, manida de ladrones. En plan de secuencia en vivo de peli culón del Oeste. Como le gusta al García ése. No podía ser de otra forma. A Torrejón lo han arrasado los americanos. Putas, droga, crimen, contrabando, leche en polvo. Los B52 van descargando por sus turbinas amenazas de destrucción física, pero sobre todo dejan en pos de sí una estela de corrupción moral. Malajes. Dios se lo demande. A sendos lados del camino continua la tradición de los ventorros de hoy, y los lupanares de alterne, locales de lucecitas de neón que llena de tentación la noche. Quevedo ya lo sabía. Su numen omnisciente parece haber diquelado todas estas razones y sinrazones casi hace cuatro siglos. Su anticipación es notoria. Llegué a casa con torozón de literatura. Dedícame tus versos. Siempre será mejor que conducir. Antes andaban en mula y se lo pasaban mejor. Ahora vais demasiado rápido. Fieles devotos de las grandes superficies, instilados por la sarna consumista, vamos y venimos a ninguna parte, aunque las carreteras se hayan vuelto imposibles. Ese mismo día se mató un joven de la urbanización. Estudiante de químicas, sólo un cuarto de siglo de calendario, y la carretera tronzó toda esa vida que tenía por delante. Nos estamos quedando sin juventud. Las parcas se sientan pertinaces en la A6 y en otras vías del precinto de asfalto que constriñe como una arandela, dogal ardiente de nuestra angustia a cuatro ruedas, al Madrid del futuro. Es otro señuelo inclemencia que ha de venir. Moloch tiene sed de sangre fresca. Lo hallareis apostado en las paradas de autobús, esas marquesinas coquetas de mobiliario urbano, la navaja o el puño americano. A mí me atacó uno de esos virolos en la Plaza de las Descalzas pero la Virgen me sacó de sus garras. Me podía haber matado. Acércate a poner una vela a los santos Mártires para que gane tu hijo. Así lo hice pero San Justo y San Pastor debían de estar muy ocupados aquella tarde con tanto Sida, y tanto desamparo, tanto desamor, y no tuvieron tiempo de dar salida de intercesión. Complutum era un lugar mágico en mi paisaje interior. Todo el orgullo y todo el saber de Roma. Hoy no quiero navegar por la red. Me desconecto. En el sitio donde mantearon a Pablos y sostuvo la conversación con el sacristán de Majadahonda, en un lugar que llaman Torote, y se despachó con una retahíla de coplas pestilenciales: Pastores,¿ no es lindo chiste que hoy es el señor San Corpus Christe? No siga V.M. Luego quería recitarle el poema de las cincuenta mil vírgenes. Pero no hallarás tantas. No sigas, majariego, aunque te alabo la traza. Hay que escribir y apabullarlos de literatura. Que lean esos tontos. Tontos o más listos que tú. Cuando me abran no van a encontrar sangre sino tinta negra y hojas de tabaco. Alta cosa es esa. Y, como arriba decía, Moloch habitaba entre nosotros. No ha bajado del cielo. Subió del infierno. Se esconde en la faltriquera del mozo motilón ardiendo de cerveza y frases en inglés en la parada del autobús. Le gusta repetir la muletilla del alta cosa es esa. Me he disfrazado del violador de Pirámides. Ataco a las incautas en los pasadizos recoletos. No tendrás mejor cosa que hacer, pedazo de tuero. No me sigas. Acabo de desmayar a una enfermera con un golpe certero con mi puño americano. En tiempos impotentes la Prensa trata a los violadores con una mezcla de repudio y aplauso. Debe de ser por la vieja veneración fálica. Por lo menos, esos no tienen que tomar viagra. Ya podrás, gallina: asaltar a mujeres indefensas ambulando por descampados. Pero también buscaba las geodas calzadas de tinieblas en el campo oscuro y esperaba, guadaña en ristre agazapado sobre las curvas y las rectas de la gran bajada de la carretera nueva, la que llaman de los satélites, en cuyo arranque, pasada la glorieta de los viveros, se divisan las jorobas de dromedario de la sierra, enjoyadas de amatista y ocre en los ocasos de verano, y con una manto de armiño, pasado San Andrés. Al acercarse el fin de siglo, ha vuelto a nevar mucho. Son los inviernos como los de antaño. Pablo llevaba demasiadas birras en el cuerpo. Iba pedo, tío. Acaso veía turbio su futuro. Por eso decidió suicidarse al volante. Se hizo la pregunta de muchos mozos desesperados. ¿Qué me das, sociedad? Y le intimaría la voz del que clama en el desierto: suciedad. Un guardia civil llamó por teléfono a un cabeza de familia que en la madrugada de un fin de semana normal dormía descuidado. Hay demasiada tensión en esos hogares cibernéticos. Los padres y los hijos, abrumados por la fatiga y el desconsuelo, se sientan ante el televisor para contemplar los programas de variedades. Las mismas piernas bonitas de siempre. Siempre se dice lo mismo. Siempre las mismas caras, el idéntico gesto. Es inaguantable tanta suciedad. Moloch lo sabe. Orwell lo anunció. Esos mensajeros virtuales por la pequeña pantalla heraldos son del infierno. Déspotas. Sin embargo, la Guardia Civil despliega a cada hora sus alas. Son los únicos ángeles de España. Sobre un revoltillo de hierros calcinados aparcaba para siempre su mirada un hombre joven. Debió de ser una muerte horrible.
-¡Qué va! Ni se
enteró - íntima con acento lúgubre un sargento de Tráfico
-Es una verdadera plaga la que está cayendo sobre
nos. ¿O es que yo veo doble? Nos estamos quedando sin
juventud. The road is a killer.
XIV
Átate los machos. Esto no es más que un síntoma de lo que está pasando. Antes las guerras eran la profilaxis de los pueblos. Eran guerras externas, pero ahora hemos interiorizados los conflictos. Dos ejércitos enemigos han abierto trincheras y zanjas en nuestra alma. El cuerpo a cuerpo y los duelos de artillería nos los llevamos todos a casa. Cuando explota un obús, se predicen bajas. Cuando estalla una pasión hay quien le da por bajar a tumba abierta por las barrancas de la carretera de los satélites. El arcén de la carretera maldita se estaba llenando de cruces acromadas con coronas de flores de plástico. Duraban algún tiempo. Seis meses. Después las liquidaba la erosión o eran derribadas por otro mortal descarrilamiento. El coche quedó panza arriba sobre el barbecho. Debió de dar varias vueltas de campanas. Campanas que tocan a clamor. Campanas que logró escuchar John Donne en el panteón de poetas de la abadía de Westminster. Forofos de Hemingway por favor abstenerse. Pablo no llegaría nunca a terminar su carrera de Químicas. Le faltaba un trimestre. Su padre le acababa de regalar un Citroen Saxo. En el auto recién comprado el pobre chico se mató. Tú no tenías ninguna razón para quitarte de en medio. Aparentemente las cosas te iban bien. ¿Se habría dormido? Fue uno de esos chicos de las movidas de fin de semana que les da por jugar a la ruleta rusa. La muerte tiene un rictus doloroso en su expresión. Sus labios inexistentes sobre la calavera se pliegan en un signo magno de interrogación. La Ruta de los Satélites se halla jalonada de puntos negros donde juegan al tute los kamikazes de ocasión. Vivimos en un mundo de libertades. Libertades sin esperanza. Esos que dirigen el cotarro no son otra cosa que monederos falsos. Al oír las inconveniencias que lo impugnaban como responsable, Moloch se retorcía de risa. Los sionistas le habían puesto piso abierto en Jerusalén.Tú quita y pon, rey. Mata y enfrenta. Vengan las reyertas de moros y cristianos otra vez. Para el diablo la vida no es sino una inextinguible carcajada. Y sus risas se escuchaban entre estertores macabros por todo el valle del Aulencia de madrugada. Un bello nombre latino para un río seco en cuyas riberas tengo yo tantos camaradas muertos. El Aulencia donde montan guardia los luceros es mi río. No el Támesis. Otro que no despalma. ¿Y van? Los monederos falsos no hacían otra cosa que parir estadísticas. Una larga hilera de ataúdes al borde de la carretera, muertos sin nombre, quedaba aparcada hasta la llegada del forense. Nadie se acordará de nosotros. Nos llamábamos Borja, Rubén, Jacobo. Eráis demasiado jóvenes para morir todavía. Corría por el país un viento de libertad desangelado, de consultas a videntes y a estrelleros que manejaban la genetliaca y las conjunciones de los horóscopos. Enfilábamos todos hacia la morgue entre las palinodias del cuán bueno era, y alegatos deprimidos, plañideras de media tarde, soplando por los micrófonos vulgaridades y cochinadas. Prometeo encadenado gemía en el fondo de las aguas del Leteo amarrado al escobén de una gabarra a punto de irse a pique. Íbamos a los tristes entierros donde una mueca sórdida como de final de mascarada se apoderaba de los rostros. Unos gamberros tuvieron la ocurrencia de acudir a la sepultura del Burgomaestre, padre espiritual de la movida. Era una tumba de muerto laico y agnóstico, pero lo mismo daba para los efectos. Volcaron la cruz y otras cruces. Nos has engañado, viejo profesor. Hablabas con aquel tono suave y suasorio tan empalagoso que creíamos que dijiste la verdad y mira ahora. Que te zampen los gusanos. Que te torres en el infierno. Tú nos decías que había que estar al loro, y ahora a todos nosotros nos ha pillado el toro. Velay qué deparó la movida, burgomaestre de ojos pitarrosos. No tenían pan ni trabajo los colegiales y mucho vicio y mucho ocio. Malhaya. Se alzó una voz de ultratumba que dijo:
-Haced lo que os pete, hijos. Acá en esto no hay nada.
Se lo tomaron muy a pecho los profanadores de tumbas. Libaron más litronas que de costumbre, pronto estaban pedos y hacía rasca. El cierzo de Madrid es a veces como un berbiquí que trepana las orejas. Volcaron más cruces. A por ellas. Sonó una voz detrás de la zarza que decía dejad a los muertos en paz pero ellos no hicieron el menor caso. Escupían a lo alto sus lapos de juventud con ahínco de juventud desesperada. No tenían otro coto para plasmar su rencor que el sexo y el alcohol. Cultura de botellón. El profe les había dicho que era menester llevar a efecto una inversión de valores. Cuando era mozo al catedrático de Murcia también le gustaba hacer el burro en sus noches de farra tirando el río a las putas en el río Segura. Había que estar al loro. Era la locura de los sábados noches. Los árboles se llenaban de búhos que venían acercarse las luciérnagas incautas con los faros de sus automóviles enfocando la larga. Baja esas luces que me deslumbras. De esa forma todos vivían enfuscados y confundidos por los profetas de pacotilla, robados por los monederos falsos, ilusionados por las virtualidades de los monstruos midriáticos. Ay, estos hijos. Estos hijos... ¿Dónde estarán a estas horas? Y en el camino del llano amarillo, ese que une a las dos mochas, la grande y la chica, yo tengo que ir con cuidado durante mis paseos higiénicos. Hay que caminar entre un campo trufado de condones y cascotes. Ya soy un viejo. He perdido el apetito sexual. Las mujeres me aburren. ¿Es ésta también otra señal? Sólo amé a una, Allqueenhelén y, como tu madre ha muerto, no me ha dado más por ello. Soy un pájaro de un solo nido. Nada más ridículo ni trágico que un viejo verde. Yo no lo seré. Ellos prefieren el sexo y la muerte los sábados noche. Los días pasaron tranquilos aquel otoño final del segundo milenio. No tuve los terribles padecimientos de barriga que me atormentaron el verano. Yo el cáncer de próstata lo curo con vino y para la arenilla tomo melón. No cojas frío, me decía mi madre. Y estuve constipado toda mi vida. Mi deambular por la existencia ha sido no más que un deambular desnudo. Mis carnes han sido demasiado afligidas por la intemperie. Parece ser que el siglo veinte ha querido despedirse con bonanza. Erifos estaba acorralado como los chechones en Grozni. Los ángeles de la urbanización, parcos y residenciales, también velaban por la poca juventud que nos está quedando. Eran tan prudentes como el Verrugo nuestro veterano conductor de línea. La llaman la Periférica. Vuesa merced nunca pasa de ciento diez, señor Luis.(Aunque no le importa mucho que le llamen el Verrugo, yo suelo dirigirme a él por su nombre de pila). Porque sois prudente, carajo. Como debe ser. En este ómnibus había que colocar un cartel que diga: Vaya en la Periférica. Es lo seguro Con el Verrugo.
-Vamos que nos van a dar las uvas.
-Yo voy a mi aire. El que quiera ir más deprisa que se
baje.
Se llamaba Luis Waltze. Aunque nacido en Caravaca, era
oriundo de Alemania y hablaba el alemán perfectamente. Era de buen
aspecto y su cara era muy expresiva, pero un lobanillo del tenor de una nuez
adornaba su mejilla.
-Por qué no te operas eso?
-El médico dice que estoy bien.
Con el paso de los años, cada vez iba más lento y la
excrecencia en su mejilla se abultaba.
-A mí lo que me gustan son las negras
-Ya somos dos.
El abnegado chofer, según colegí, debía de tener buena
mano para las mujeres. Se le sentaban en el primer asiento, en la batea, y le
daban conversación. Supe también que dejó a su mujer y se casó con una negra,
pero luego lo abandonó.
-¿Qué tal el
café con leche?
-Se fue a su isla. Mucho frío por aquí.
-Eso te pasa por lerdo. Por irte detrás de una
dominicana jovencita.
-Hombre ya, pero así es la vida. ¿Un cigarrito?
-Yo fumo en pipa. Hay que jorobarse, Verrugo, con lo
prudente que eres con el volante, y lo acelerado para otras cosas.
-Pues sí.
-Venga.
Esta forma del modo subjuntivo del verbo venir se
empezó a utilizar a fines de los noventa como sinónimo del adiós. Era el
comodín que utilizaba para despedirse la gente con mucha marcha. El castellano
saca del abismo de sus profundidades carismáticas estas sorpresas que dejan a
los filólogos con la lengua afuera. En mis viajes en guagua de casa al trabajo, en ese ir y venir arrastrado
por las perplejidades, inconsistencias y errores que forman mi existencia jalonada
de pasmos, Plaza y yo pegábamos hebra, si él no tenía compromiso. Hablábamos de
los divino y lo humano. A veces la biografía de un humilde chofer puede ser más
relevante que la de un presidente de gobierno. Siempre hablas con los alguaciles, con los porteros.
Nunca te juntas con los ingenieros ni con los médicos- me incrimina mi mujer. Y
yo le contesto que si no tuviera interés por lo que piensan los humildes habría
perdido el interés por la vida. Aunque en eso lleva la pobre bastante de razón.
De siempre fue mi inclinación a alternar con personas que no son de mi
categoría. Ella es clasista. Yo no.
XV
Durante el tiempo que cita y que corresponde al
período del 84 al 99 vimos ensancharse el encintado de la ciudad. En mi
juventud parecía que en la Cuesta de los Perdices se acababa el mundo. ¿Te
acuerdas cuando íbamos a bailar al Rancho Criollo? Quien me iba a decir a mí que por ese lugar habría de
pasar yo todos los días camino del trabajo. Aquel lugar tan exótico y macanudo
me parecía el Finisterre de la civilización. De joven uno tiene corazonadas que
luego se cumplen. Muchos pecados
cometiste. Tienes un buen saco. De ellos habrás de dar razón. Misericordia, Dios mío. Miro hacia atrás y no hay más
que borracheras, humo, cigarros a medio apagar. Rimeros de libros leídos y por
leer. Y no has llegado a nada. No eres más que un vagabundo,
aunque te des ínfulas de hombre respetable en la trasera de la guagua del
trayecto Moncloa-Brunete. Pero ¡qué cosas dices! Esta tarde te ha dado llorona. Te voy a contar
cosas un poco más alegres. Al Rancho Criollo traía yo a bailar en mi
600 recién comprado y que era de un pálido color verde botella mis primeras
novias. Una se llamaba Milagritos, la otra Bumelia, que era una placentina
hermana de un jesuita, y otra se llamaba Mariascen. También creo que llevé a tu
madre, cuando vino a Madrid. En la pista llamábamos la atención. Hacíamos buena
pareja. Radegunda se traía un aire con Petula Clark. Verdaderamente era una
rosa inglesa. Ay si pudiesen hablar las techumbres de balago de aquel local
construido al estilo de una estancia en plena pampa.
-Hoy te dan calor los recuerdos.
-Años que no volverán. Pero a lo largo de este tiempo
he visto crecer a la ciudad. Se ha transformado en un monstruo desconocido que
ya no me pertenece.
A lo largo de la estrecha lengua de la Carretera de la
Coruña se dilata una escofina urbana, que llega ya casi hasta Villalba. Pronto
tramontará la sierra, y Madrid tendrá arrabales en San Rafael, en el Cristo del
Caloco y su frontera por el noroeste quedará fijada en Labajos.
-¡Qué viejos nos
estamos haciendo, señor Luis!
Se amontaron a mis espaldas los tacos del calendario.
El seiscientos veintisiete fue el baremo de mi declive físico y psíquico.
Empecé a perder aspiraciones concretas y me encerré en mi ideal. Estos son los
tiempos en que sólo merece la pena si te encuevas.
-Eres muy aburrido.
-Tengo una tarea que hacer. Creo que vine siguiendo
una estrella que ha ido haciendo el trazado de mi humana peripecia.
Su única conexión con la realidad era este autobús
verde. Si se le escapaba el de las veintidós cuarenta se quedaba en
tierra a dormir bajo las estrechas rúas en esta ciudad de todas las pesadumbres
donde siempre acaban atracándote los forajidos de la noche. Estaba
un poco hasta los morros, perdido sin saber qué hacer. La vida es así bella y
cruel. Estamos a 16 de enero de 2002 ¿Quieres una estampa?
No. Siempre he sido de la persuasión de que la rueda de mi
destino tan voltaria e ineluctable que ya quisiera comandar yo sus caprichosos
vuelcos; giró media circunferencia aquel día de julio del lejano verano del 64
cuando me embarqué en el expreso de Irún destino París. En teoría llevaba un contrato de trabajo extendido por
una firma que llamaban Manpower, extraña empresa una suerte de ONG estudiantil
por aquellos que fomentaba los lazos de solidaridad entre los jóvenes. Iba a
recoger ciruelas a un campo de trabajo que llamaban de la Concordia aunque de
tal cosa tenía bastante poco. El sitio que me aguardaba era un auténtico KL6 en
toda regla. Estaba en plena campiña inglesa, en Oxfordshire y en los predios de
una hermosa villa medieval por nombre Evesham. Se reclinaba en el regazo de un
valle surcado por un río y signaban las ruinas de una antigua abadía
cisterciense los aledaños de uno de sus parques. Supuestamente me habían
contratado para la recolección de la fresa, el lúpulo y la ciruela.
To pick strawberries, hops and plum7. Semejantes
términos hortícolas constituyeron las primeras entradas de mi primer
diccionario Collins de pastas sepia que compré a un rematante de
papel de lance. Así llamábamos en casa a las sisas del fin de semana. Aquel mi
primer lexicón o de estructura flexible y manejable tenía las hojas perfumadas.
El papel biblia exhalaba un aroma especial que no he vuelto a sentir desde
entonces pero siempre que huelo algo similar a mi memoria vienen al cabo las
vivencias de la Inglaterra de mi juventud. Fresas, lúpulo y ciruelas fueron los
términos de un abracadabra que dio a mi vida un rumbo diferente. He aquí la
contraseña de un gran ábrete sésamo mitad infierno y mitad paraíso. La frágil barquilla de mi alma, como la de Lope, quien
también fue marinero de la Invencible y consideraba a Albión el país de Merlín
y de los encantamientos de los palacios del amor, naufragó en los veriles de un
litoral donde siempre fue arriesgado internarse a los nautas celtíberos. Hops, strawberries, plums, appples and potatoes8 abrieron horizontes augurales. Yo me embarcaba rumbo a
Inglaterra acariciando el sueño tantas veces repetido en los ánimos
adolescentes del in arcadia ego. Lo
cual era un salvoconducto para significar que iba al encuentro con la dulcinea
de mis sueños. Aquel
diccionario te lo envié por correo, Helen, aunque no sé si llegaría a tus manos
puesto que, de últimas, un duende se ha colocado en mi existencia y me está
haciendo pagar todas juntas por la que hice entonces. Parece como si la
Providencia me hubiese retirado su favor. He de comulgar con las ruedas de molino de la
desgracia y del deshonor y no tengo ni un día bueno. Ni empresa que acometo se
concluya. Ni sueño que acaricie que no se vuelve dinamita contra mí. Tras de
tiempos vinieron tiempos y estos son más amargos que aquellos años de c vida
dulzura cuando todo salía a pedir de boca. Hasta el extremo que a veces pienso que el diablo
viene detrás royendo los calcaños y hay una voz incriminatoria que me dice muérete,
no te queremos, pasó tu hora, ya no perteneces a este mundo. Y hasta hay ahí en
eso extraños duendes postales que impiden que mis cartas lleguen a su
destinatario porque hay alguien que pone las señas del revés. Sin embargo ahí están estas benditas palabras para
recordarme el ardor de mi juventud. Me traen la llama de aquel verano estelar
que cruzó igual que un soplo mi existencia alzándose desde las premisas
trinitarias de tres sustantivos. Hops,
plums, strawberries.
Pertenezco, Alquín, a una generación obsesionada con
el conocimiento para la cual las palabras son algo muy importante. y en esas
palabras mágicas vivo enfrascado que son atolón de mis recuerdos. Bufa el humo
de mis pipadas. Existe siempre una sensación de hambre y de cansancio y un
complejo de culpa ante la báscula. Desparrámate en el sillón y toma el mando. Hacer el zapping se ha
convertido en tu distracción favorita. Que no se diga con lo mayor que eres.
-No me culpes ni me incrimines.
-Tú sabes que digo razón.
-También me quema el acuciante aguijón de los papeles.
Sin papeles y sin libros no tendría razón mi existencia. Envidio a todos
aquellos que no han sentido esa comezón que te sahína el ánimo y que se conoce
bajo el nombre de recado de escribir.
-Aspiras a un lugar en el panteón de los genios.
-No te lo creas. Quiero realizarme.
Pero estas discusiones que me acribillan mi memoria y
que son la voz de la conciencia que acusa reflejan el fraude de las malas
jugadas con que se estragan los complejos. Hay desde luego un abismo entre el
hombre que soy y el hombre que quise ser y ese bujero pretende ser tapado por
el escritor que llevo dentro. Han pasado treinta y tres años entre el cuasi setentón que se sienta en el
salpicadero de mi chibalete onírico intentando hacer balance, triste, fondón,
resabiado, ahíto de galletas y de tazas de café que fuma en pipa cuando le deja
un resquicio en su mente el pavor al cáncer de pulmón y aquel joven cenceño,
angosto de hombro de una recia pelambrera echada para atrás que empezaba a
fumar celtas cortos y tenía toda la vida por delante. Hay una distancia infinita entre este joven que se encarama
en el estribo del tren de la fresa camino de Fladbury y este otro viejo que
calienta con el culo la silla del ordenador y escucha los cotilleos y
discreteos de la radio venal o está a punto de tirarle un zapato a una de esas
prójimas de las matinées televisivas que cortan trajes a todo el mundo y
lengüetean por la honra y las vidas ajenas, y que pretenden llamarse a sí
mismas. Son los mismos pero uno iba y el otro viene. El uno
estaba lleno de ilusiones y el otro está ya casi de arribada y de vencida. Sólo
una alegría alberga el corazón de Verumtamen viejo: la de haber sobrevivido a
la vorágine. Hoy los de su generación resisten y vegetan aferrados a una guía
de perplejos puesto que no consideraban que la existencia en siete lustros
pudiera dar tantas volteretas. El Verumtamen anciano y el mozo se muestran
acérrimos en algo común: esa ilusión por escribir, ese gozo participativo de la
historia, de ser testigo y de enarbolar la péñola de los testimonios por más
que ésta nos sitúe fuera del radio de acción de los protagonismos. Hasta el fracaso viene a ser un asunto relativo. ¿Lo
dices en tu descargo? No pretendo justificarme pero lo mío para que lo sepas ha venido a ser un
cuerpo a cuerpo con la vida. Pues regresa entonces, si así lo consideras a las nieblas del pasado y
vuelve a vivir los estertores de aquella mañana de verano. Mi padre, esto es, tu abuelo, Toda Reina, estaba allí.
Había acudido a despedirse con su tabardo tres cuartos, las dos estrellas de
teniente en la bocamanga y el eterno pitillo en la comisura de los labios. Tras
algunas chupadas se lo llevaba a la mano y arreglaba la ceniza dándole
unos golpecitos con aquel dedo meñique cuya falange un hermano suyo estando
jugando se lo tronzó en una toza. El dedo votivo de mi progenitor apuntaba
hacia el norte. Ve a los sicambros y róbales la luz. Demasiado tajante el comando. No fui capaz de
cumplirlo. Tamaña gesta estaba más allá de mis pasibilidades. Quitarles a los
ingleses su pálido sol y traerme en la maleta para España en desquite de los
agravios: la Armada, los bolos que jugaba el pirata Drake, el asalto a la
noción de España. Lo que iba a hacer era desparramar mi yo cuajado de dudas por
tales soledades.
-Colocas - rezongué - demasiada responsabilidad sobre
mis arqueados hombros.
- El hombre no sabe de lo que es capaz cuando es
guiado por el espíritu.
-Yo sólo voy a aprender inglés, papá.
Pero no podía ni sospechar remotamente de los sacrificios que pedía aquella
ardua empresa. En el fondo lo que presentía era el finis Hispaniae cantado por Nostradamus en sus cuartetas. Un
último esfuerzo y, entonces, el canto del cisne. Los hados de la fatalidad me constreñían
a a aquella sirena con la forma de hipocampo - me había salido la malilla -
sobre el mapamundi con la cabeza más estilizada que el fuste. Eran las ínsulas
Barataria en las que todavía algunos pensábamos. En el fútbol al menos nos
traían por la calle de la amargura. Me asaltaba a mí la duda de si aquel
meñique paterno, lirondo y desungulado y que sólo servía para deshacer la
ceniza de los innúmeros pitillos que mi padre fumara, y que había sido cortado
a cizalla por su hermana Petra mientras jugaban al zorro pico zaina y a los
mártires (papá era un poco crédulo, creía en la bondad innata del ser humano y
no retiró la mano de la toza a tiempo) no formara parte de todo un símbolo de
mi destino. Por lo pronto aquella peregrinación que iniciaba aquella mañana del
tórrido verano del sesenta cuatro en la estación del norte de Nix Rasilis
empezaba con mal pie, esto es, con mal dedo. La vida por remate habría después de ponerme bastantes
ojos a la virulé y si no perdí más de un algorín fue porque no anduve listo
aunque haya visto muchas veces el destral acechador de la tía Petra por muchas
partes. Aquellos no era más que el principio pero quizás no cabía otra
alternativa. Déjate llevar por tu propio sino, Mira que no me
fío, A ti te las darán todas en un carrillo o Ventura te dé Dios
hijo que la ciencia no te hace falta A eran algunas de las frases con las cuales trataba de acomodarme a mi
nueva situación. Con tales planteamientos en torbellino me destetaba frente a
los miedos que me invadían. Había que dejarse arrastrar por el propio sino, las
circunstancias cualesquier. Pedir árnica. Pero aquel dedo que tumbaba la ceniza
me delataba. Ahora aquel apéndice tonsurado apuntaba en dirección de mis
desconsuelos. Se me figuró que todo aquel cúmulo de circunstancias no anunciaba
buen augurio. Era ya inútil insistir o acudir al cirujano plástico puesto que
uno nace con sus propias maclas. Hay en mí algo del fatalismo moro. Desde aquel
día, pues en medio del andén tuve una suerte de revelación de lo que me
aguardara mundo adelante he sido dominado por la tristeza con más frecuencia de
lo que sería menester. He reparado que yo soy producto de mis propias
desdichas. Iba al norte al encuentro de mi destino. Veía el rostro de una mujer
espejarse en el cristal del arroyo acariciado por las aguas bravas del raudal
de mi infancia. Música de romanzas. La linfa y el aire, como cuando dormía en
la sala al lado de la alcoba del abuelo enfermo de cáncer y oí que me hablaba
de cosas que no entendía por estar demasiado lejos. De la vida y de la muerte. Me
contaba cómo en su juventud había andado más de ciento cincuenta kilómetros
hasta Madrid y se enroló como operario excavador en el el piquete de obreros
que horadada el tramo del metro Cuatro Caminos-Chamberí. El rumor de las aguas
del arroyo Peñacolgada parecía poner contrapunto a la tromba de sus
pensamientos.
-Pronto moriré y todos me olvidarán. Eso es el destino.
Yo estaba empezando a vivir y no comprendía el trasfondo de aquella
observación melancólica en su lecho del dolor. Las parcas cantaban su canción
eterna cerca del raudal, pero a mí el futuro me esperaba. Escuché una voz que
decía: lo tuyo es vivir, que el abuelo ya ha cumplido su jornada. Venus
surgía del lecho de las aguas y pronto se convertiría en estela de luz, columna
radiante que guiaba al pueblo electo a la tierra de la promesa, pero el caso es
que no hay en verdad tierra prometida. Todos los campos son lo mismo. Allá
arriba habría otros mundos cuya presencia nos estaría vedada hasta después de
la muerte. Se ludía mi alma con aquellos conceptos estremecedores
del más allá. El agua de los canalones de la pagoda lloraban sobre mi frene.
Era la lluvia de las gárgolas. Nunca más, para siempre, y un carretero en el
fondo cantaba. ¿Te duele, Benjamín?
Un poco, hijo. Es como si vinieran perros a hincarme sus colmillos en la
rabadilla. El raudal seguía su marcha impregnando a su paso de notas de cristal
el curso de la noche. Pensé entonces que el abuelo había sido un niño igual que
yo.
-Es el tiempo de la cosecha - le escuché murmurar
- Viviré hasta san Pedro.
La muerte sentaba su tridente, amenazante azagaya que depura y diezma
nuestras filas desde lo alto del somo contra los pobres seres humanos que
dormíamos pared por medio con el arroyo aldeano que nos incensaba con su
incesante cantar. Yo era el lazarillo del abuelo Benjamín por lo que fui
testigo de sus últimos días. Mi padre murió de enfisema pulmonar y mi abuelo de
la próstata. Con estos antecedentes familiares ya me puedo formar juicio de
cuál podría ser mi último mal.
FINIS CORONAT
OPUS
Escrito en 1999 revisado en Villa Elena Setiembre
2023
ANTONIO PARRA GALINDO
Notas
[1] Si Dios quiere
[1].No me
digas mentiras. Es lo que contestaba tu madre, cuando cortejábamos
2.Mi esposo
siempre cae del lado más cómodo.
6.Koncentratrion
Lager o campo de concentración.
7. Recoger
ciruela, lúpulo y fresas según rezaba el prospecto que nos dieron.
8.Lúpulo,
fresas, ciruelas, manzanas y patatas