2
de octubre de 2001
CARTA
A PAUL PRESTON.
Por
Antonio Parra
Amigo
Paúl, te escribo a cuenta de tu libro sobre las mujeres españolas
que participaron en nuestra guerra civil: la mujer de Onésimo
Redondo, la Pasionaria y otras cuantas más. Todo está muy en totum
revolutum, las churras con las merinas, halcones y palomas, y
aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, donde a ti te
mandaron de becario de intercambio por el gobierno al colegio de
irlandeses, ciudad de las que volviste diciendo pestes y metiendote
con los cazurros de Delibes, pues entras a sangre y fuego contra
Carmen Polo de Franco, una ovetense de pro, que tendría sus defectos
como todo mortal, porque ya sabes aquello de “quien no perdona sus
defectos no ama a los humanos” o “ni yantar sin desperdicio ni
hombre sin vicio”, pero que fue mujer de gran corazón, afable y
sencilla, esposa de un militar. Una verdadera señora de Oviedo. Como
doña Jimena, doña Urraca la Asturiana o doña Gonterodo. Como mi
mujer, como alguna de mis novias.
Incurres
en un defecto imperdonable a un historiador objetivo la saña, la
vesania, el empecinado rememorar desde el desmelenamiento del
vencido.
Merezcante,
hombre, respeto los muertos. Además te metes con las mujeres por lo
que incurrirías en algo muy corriente a la sazón en el acoso. Un
acosador te llamarían aunque claro está en tu caso no tendría el
sentido que se le suele dar, pero te expones en este país, donde no
se permite a maltratar verbal o físicamente a las mujeres, a que
algún hidalgo te rompa la cara. Por atentar contra el honor de
alguien que no se encuentra entre los vivos y no se puede defender de
tus especiosos y contumeliosos veredictos que descubren tu violencia
y tu impotencia contra España. Una y otra vez insistes
machaconamente desde tus delirantes entregas, pues no se podrá
calificar de libros a tanta carnaza con refritos de medias verdades,
morcillas que no vienen a cuento y otras butifarras, en el mono tema.
Más de lo mismo. Parece que sangras por la herida. Joder ¿qué te
pasa?
Me
acuerdo de un Paul Preston al que yo di clases de pronunciación y
conversación castellana en el Marist College de Hull curso 1966 con
un acento cerrado de Liverpool que pugnaba por ganar una plaza en
Oxford. Era un pelitaheño de cabellos rizosos en melena leonina,
muchas pecas, la pupila verde y algo de ectropión que se movía con
andares de teddy boy, menos partidario de los Beatles que de los
Rolling Stones y que en español, a pesar de que el director del
centro me había encomiado su alto nivel, estaba pez. Si eres tú el
Paul Preston de Liverpool al que yo traté de entusiasmar con la
lengua y la cultura de Cervantes, tengo que decir que como
estudiante pertenecías sino al pelotón de los torpes, al menos a
los del montón. Para más inri, eras gamberro a morir con alevosía
y provocación. Hasta en una lección me soltaste sin venir a cuento
de que Valladolid era un burdel, un inmenso cuartel y un enorme
convento. Que todos los españoles eramos maricas, las chicas todas
putas y que los únicos machos los había metido Franco en un campo
de concentración. Traté de aparejarte a razones pero no hubo
manera. La cabra tiraba al monte, fui incapaz de hacer gavilla de
ti. No así de otro que se llamaba Sean, un irlandés, que consiguió
el A level con proficiency lo que equivale a matricula de honor “In
Spanish”.
No
te me despintas. Tú no puedes ser otro que aquel Paul Preston que
hablaba con aquella voz cavernosa de los barrios del puerto de
Liverpool. Era la misma dicción que la de Paul Mac Cartney, Ringo
Star y John Lennon. Al igual que ellos tú tuviste que pulirte en la
universidad aquel pelo de la dehesa y conseguir el inglés melifluo
de la Bibisi. El mismo que viste y calza.
Tengo
que decir que este sí que es mi Paúl. No me lo cambiaron. Vuelves
por donde solías. Haciendo el burro. Diciendo paridas contumaz y
procaz hasta que te cansas pero sin pensamiento original pues eres
uno de esos escritores que hablan por cartapacio. Piquitos de piñón
y boca de ganso repitiendo aquello que oyen o recogen sus antenas.
Volviendo a los lugares comunes y los manidos tópicos de la
“Collares”, la “Franca”, la “cabeza de chorlito con menos
inteligencia que un ratón” etc.
Sin
demostrar que ni una sola vez echase la mano al cajón como hace
ahora tanta gente ni incurriendo en los cohechos y peculados ahora
tan habituales. Ni a ella ni a su marido les habéis podido coger en
un solo renuncio de un afer secreto o un hijo entenado o
extramatrimonial los porno cronistas que no historiadores, los
jornal/listos, retrateros mirones, la tribu cursi de la prensa
sural, cotillas del con quién se acuesta ésa y con quién se
levanta la otra, que no periodistas oportunistas de la revancha. A
moro muerto gran lanzada. Desde luego, pero eso no tiene poco
mérito. Os han dado una chifla, y todos capadores. Lo fácil es
aullar con el lobo, lo difícil es enfrentarse a la muta. Y vosotros
más que muta sois jauría que arrasa con más ahínco que las
manadas de gochus que bajan a estos valles desde la Cerceda y la
Rondiella o el Picu la Puerca con los recios plenilunio de enero
hozando como rayones detrás del morueco. No quedará títere con
cabeza ni quintana ni corral que no se abrasen acusando los
destrozos de vuestros colmillos envenenados.
“Yo
siempre estuve reservada para Paco”, afirmaba en una de las
escasas entrevistas que concedió por su cuenta ya fallecido el
Caudillo. No le gustaban los protagonismos y fue la mujer de un
soldado, su sombra fiel, desde que se conocieron en un baile por San
Mateo del año 17 recién incorporado Francisco Franco al Regimiento
del Príncipe - venía convaleciente de una bala que casi le perfora
el hígado en Tiduf- hasta el 20 de noviembre de 1975.
Sin
ningún altibajo. Juntos del principio al fin.
A
doña Carmen Polo Martínez Valdés, digan lo que quieran las
lenguas viperinas, tanto en el Pardo como la Calle Uría siempre se
la conoció por el cognomen de la “señora”. Con esto está
dicho todo: la elegancia, la casta, el linaje de una asturianía
apacible y bondosa sin otras pretensiones que las del concepto del
deber y la vocación de servicio a España. Era aquella eterna
sonrisa con que aparece retratada el día de su boda saliendo de la
iglesia de San Juan en 1923 y con la que acompaña a su marido a los
actos oficiales nunca en primer plano.
La
ceremonia tuvo que ser aplazada en dos ocasiones (“Carmencita bien
puede esperar; España no”) la primera cuando tuvo que salir
zumbando para ayudar a Millán Astray a organizar los cuadros de la
Legión con mehalas marroquíes y voluntarios internacionales y la
segunda cuando lo de Annual en 1921. Ya se sabe lo que decía Mola
“la bala que te ha de matar no la sentirás venir, pero todas
ellas, como las cartas tienen un matasellos, una fecha y un
destinatario, hay que abrir el correo”.
Con
el laconismo que le caracterizaba aquel discreto oficial gallego,
pequeño y de infantería, cuando recibe el telegrama ordenando
rápida incorporación al Ejército de Tareas del Rif bajo las
ordenes de Sanjurjo, que le saca de su “Oviedín”, no disimula
su sorna “Otra vez a torear”.
Y
parte raudo a presentar batalla contra Abdel Krim.
Las
personas que se quieren llegan a parecerse físicamente. El roce
hace el cariño y Franco y su mujer, si no enamorados y acaramelados
a la tontuna, debieron de sentir un amor profundo el uno por el
otro. Se parecían en la sonrisa. Nunca lo dejó solo. Incluso
durante las operaciones bélicas lo acompañaba de un frente a otro.
Hicieron la guerra en una rulot.
Creo
haber oído decir a un periodista, José María Zugazaga, que
perteneció a la Casa de Su Excelencia, que Franco el humor que le
gustaba no era tanto el gallego como el de la calle Uría. Llevaba a
Asturias en el corazón. Quería profundamente a esta región donde
fue feliz donde estudió a conciencia. Por eso venía a pescar aguas
arriba del Narcea todos los años.
En
una ocasión le preguntaron cuáles habían sido los mejores
soldados de su escuadra y dio la siguiente réplica: “La guerra me
la ganaron los gallegos y los moros; los navarros echaron el resto,
ninguna tropa más segura que la de los castellanos, pero los más
valientes no te quepa la menor duda, José Mari, los asturianos. Los
de Simancas y los del Cerco de Oviedo”.
Cerca
de Oviedo se sentía radiante y hasta recuperaba la buena forma
física. Allí nació su única hija Mari Carmen a la que llamaba
“mi nenuca” y la “morucha” por ser muy morena. Hay una
entrevista que concede a Life en abril de 1937 en la finca de los
Polo en San Cucufate de Llanera.
Allí
se muestra al matrimonio Franco como un paradigma de armonía
conyugal. Carmen y Paco sonríen sin parar y por allí anda la
“Morucha” que aparece escalando un manzano de la frondosa
pumarada. Y este artículo ganó la guerra para la causa nacional.
El general se metió a los americanos en un puño - he ahí la
fuerza de los medios de la imagen - sacando a relucir sus encantos
de seductor en los primeros años. Oviedo era el sitio donde
regresaba al cabo de las campañas africanas a lamerse sus heridas,
el descanso del guerrero. La ciudad lo transformaba.
Parece
ser que se impregnó de esa bonhomía del asturiano de buen carácter
a veces irónico y teñido de orbayus y borrinas, exponente de
civilidad. Ni muy pobre ni muy rico. Sólo quería una vida decente,
un buen pasar. Aura mediócritas bajo las torres caladas de la
catedral de Vetusta. Al tiempo que una espiritualidad profunda. Los
golpes que más le dolieron fueron los que le dio la Iglesia de los
obispos trabucaires como Mr. Añoveros que quiso excomulgarlo y en
1948 cuando ONU decreta la expulsión de España de la comunidad
internacional merced al veto de Israel. Precisamente, a él que
tanto había hecho por Israel y que tantos judíos salvara, a él
que dio instrucciones al embajador Sanz Briz para que concediera
pasaporte español a todos los sefardíes de Salónica. El propio
Ben Gurión cruzó los Pirineos en valija diplomática dentro del
portamaletas de un coche.
Esos
son zonas oscuras de la biografía de Franco poco esclarecidas o
silenciadas a propio intento. Como por ejemplo sus relaciones con
Inglaterra que visita sólo una vez con motivo de las exequias en
Londres del rey Jorge V pero al cual admiraba por su pragmatismo y
buenos modales, justo lo que a ti te falta, Paul Preston.
Era
un anglófilo dentro de un orden. No tanto como Julián Marías.
Pero le gustaba tomar el te de las cinco con su señora y rodeado de
sus hijos y de sus nietos. No le gustaba demasiado la política y
leía a autores ingleses Woodhouse, Agatha Christie, Chesterton y al
plomo de Azorín. Siempre dentro de unos niveles discretos de
modestia confortable.
Nunca
consiguió aprender inglés aunque hizo lo que pudo por reanudar
aquella clase particular interrumpida en Tenerife el 14 de julio de
1936 por causa mayor. Sin embargo la figura de Franco hay que
analizarla bajo la influencia británica. El movimiento se fraguó
en Londres mediante los dineros del banquero Juan March y al socaire
de otras trastiendas internacionales. No era él el general
designado en principio sino Emilio Mola Vidal. Luego se alzó
“Franquito” con el mando único. ¿Por qué? Nadie supo
explicarlo.
Quedan
por aclarar y por patentar los correos De Philby el gran maestro del
espionaje del Circus londinense, las mañas del embajador Lord
Templewood o Sir Samuel O´Hara en Madrid y las del Marques de Santa
Cruz en Londres.
Los
británicos sois algo anecdóticos y periféricos al abordar un
hecho tan complejo como es el de aquel estallido que fue un ensayo
general para algo más gordo. A chip on your shoulder como soléis
decir.
Con
semejante petulancia que nos mira por encima del hombre y que bajo
cuerda revela una carencia y uno de vuestros muchos complejos de
inferioridad nos habéis estado vendiendo “guerra civil”
contadas por vosotros y nos despachasteis libros como roscas
alcanzando tiradas millonarias que os han situado en el poder y la
gloria. A ti me consta que el “Spain bashing” labróte todo un
capital a ti, tío.
Cito
a Hugh Thomas, Brian Crozier, Elliot, Ian Gibson y a ti mismo,
habéis encontrado una mina mientras que aquí muchos andamos
lampando. Esto tiene que ver con el papanatismo de nuestras clases
pudientes con su flexibilidad de vertebras ante todo lo inglés.
Nos
habéis colocado la burra y, soberbios traficantes, nos la habéis
vendido bien. El “English teaching” es una industria y una
picaresca en la Piel de Toro que mueve cifras de diez dígitos. Para
colmo, ostentáis la exclusiva de nuestra historia reciente.
A
pesar de todo algunos no podéis esconder al hooligan que lleváis
dentro. Al “teddy boy” de aquellos años saltados a la fama
desde sitios como Hull o Liverpool que son el culo del mundo.
Vuestra
interpretación de la historia es freudiana. Todo un gran problema
de bragueta. En los libros hay que echarle más testosterona que en
la guerra y algunas novelas hay que escribirlas con el clítoris
como hacen no pocas novelistas inglesas que remedan algunas de las
pánfilas nacionales que montean por nuestros periódicos y que de
una navaja en la liga han pasado a ser rosas insatisfechas.
“Please
no sex. We are British” era el titulo de una comedia de los
setenta. Sin embargo aquí como se ha perdido el pudor el mundo
gira en torno a los tamaños, las pesas y las medidas. Tengo
entendido que la honra no la llevan los hombres y mujeres en las
partes menos nobles de su fisiología sino en la mente y en la
corazón. Y Carmen Polo de Franco Martínez Valdés era una
asturiana de pro mujer de honor como lo era su esposo, el de Dar
Akoba y Acila, el del Gurugú. No se explica cómo sobrevivió a
aquel tiro mortal de necesidad que le perforó el vientre. Tampoco
sé si tal percance influyó en su capacidad reproductora aunque
dudo que afectase para nada a su higiene sexual.
De
lo que sí estoy seguro es que los cojones, como piensas tú o la
Fallaci, y nada se diga de doña Magdalena Albright, la que bombardeó
Belgrado la noche de Pascua y que no sabía decir otra cosa en
español, a question of balls, no los llevemos los hombres donde los
animales. Cuelgan de otra parte. Tanta obsesión fálica es
subliminal síntoma de vuestra impotencia. Sois flojos. Y Franco
tuvo un par de pelotas. Eso decían los moros de la cabilas mirandolo
como a un dios que tenía lo que hay que tener y “baraka”. Muchos
le adoraban como si fuera un profeta. Y también los tuvo en
abundancia para hacer feliz a aquella mujer, a la asturiana. ¡Ya
quisieran muchos!
2
de octubre de 2001
ANTONIO
PARRA, periodista y escritor.